M, con un día de retraso, nos invita a comer fuera y me encarga que elija restaurante. Decido elegir uno al que nunca hayamos ido, que no sea grande, que no funcione como bar y que su cocina no se base sólo en experimentos de laboratorio.
Busco en internet información de restaurantes jerezanos y encuentro uno desconocido para mí, de nombre Botavino, que se presenta con unos atributos que me cuadran: reciente apertura (hace menos de un año), carta corta (vaya juego me ha salido de palabras), precio no desorbitado y decoración, según fotos, moderada pero con sentido artístico.
Reservamos por internet, es la primera vez que lo hacemos así, en la página de eltenedor.es y en dos segundos nos llega mensaje de confirmación de reserva, que imprimimos para "facilitar la coordinación con el personal del establecimiento".
Es un local situado en una zona de urbanizaciones nuevas y dispone de una breve terraza. Hay siete mesas y están ocupadas todas menos la que nos espera. El maître nos identifica rápido y nos asienta. Saludo a dos conocidos que ocupan sendas mesas con sus familias.
La carta se nos presenta en una encuadernación original y cuidada, a base de cuero en las pastas y en las fundas de las hojas.
Después de pensarlo bien pedimos y no tardan en servirnos. La vajilla tiene un toque de novedad sin caer en la ridiculez. La muchacha que nos atiende siempre que viene se lleva todo, para renovarlo; deben tener un lavavjillas bien grande.
Yo tomo, de primero, puerros rellenos de queso de cabra a la miel de romero y M, queso camembert frito con mermelada de arándanos. R e I comparten un plato de ensalada de cinco variedades de lechuga a la salsa de yogur con manzana caramelizada y otro de foie gras de la casa al brandy.
De segundo me pido entrecotte de buey (lomo bajo), M toma presa ibérica con jamón de bellota y salmorejo templado y ellos vuelven a compartir, ahora una parrillada mixta doble (con lomo de buey, secreto ibérico y chorizo criollo).
De postre nos traen en una bandeja cuatro especialidades, ya troceadas para que los cuatro las degustemos; son un tocino de cielo, dos tartas, de almendras y de chocolate, y un brownie de chocolate.
Para beber hemos pedido dos copas de rioja, cada uno de los dos mayores, y dos refrescos, cada uno de los dos menores.
Me detengo a contemplar dos cuadros colgados, que representan un paisaje y una escena campesina de viña. Están realizados a espátula. Pregunto por la autora y resulta ser Fátima Merello, hermana de uno de los dos dueños del restaurante; son sobrinos del poeta Rafael Alberti pero no nacieron en El Puerto de Santa María sino en Jerez.
Le digo al otro dueño que su cara me suena y me dice que a lo mejor lo he visto en su negocio anterior, "La taberna marinera", en la plaza Rivero. Efectivamente, ahora caigo. Bueno, que nos veamos más veces. Adiós.
Al día siguiente recibo un correo de eltenedor.es y me pide responder a una escuesta sobre el restaurante reservado a través de ellos. Nos reunimos en asamblea familiar y la respondemos calculando las medias de las calificaciones de cada aspecto. Añadimos un comentario; al poco, lo vemos aparecer en la página web componiendo el perfil del restaurante, para que se oriente mejor el próximo cliente que quiera reservar informáticamente.
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Hace 11 años
3 comentarios:
Gracias por compartir con este lector la comida de cumpleaños de M.: me ha entrado hambre! Qué comentarios pusísteis en la encuesta? ¡Publícalos también en esta entrada de tu bitácora!
El comentario que envié en la encuesta no tiene mayor importancia.
Decía: "Es un restaurante reciente pero con personalidad. Sus dueños atienden personalmente, lo que se nota en el trato; son jóvenes y sin embargo con experiencia en hostelería.".
La nota media de las calificaciones a los diferentes apartados de la encuesta era 8,5/10.
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