jueves, 24 de diciembre de 2015

Nuestra Nación, una gran Nación y un gran Estado

El rey Felipe VI ha pronunciado, en el Palacio Real, el segundo discurso de Navidad de su reinado. Leamos su texto:

«En esta nochebuena, quiero especialmente desearos junto a la Reina y nuestras hijas, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía, unas muy felices fiestas y todo lo mejor para el año nuevo. Desearía también que la voluntad de entendimiento y el espíritu fraternal, tan propios de estos días, estén siempre muy presentes entre nosotros, en nuestra convivencia.

Esta noche me dirijo a vosotros desde el Palacio Real, donde la Corona celebra actos de Estado en los que queremos expresar, con la mayor dignidad y solemnidad, la grandeza de España. Este Palacio es de todos los españoles y es un símbolo de nuestra historia que está abierto a todos los ciudadanos que desean conocer y comprender mejor nuestro pasado. En sus techos, en sus paredes, cuadros y tapices, en definitiva, en todo su patrimonio, se recogen siglos y siglos de nuestra historia común.

Y esa historia, sin duda, debemos conocerla y recordarla, porque nos ayuda a entender nuestro presente y orientar nuestro futuro y nos permite también apreciar mejor nuestros aciertos y nuestros errores; porque la historia, además, define y explica nuestra identidad a lo largo del tiempo.

Creo sinceramente que hoy vivimos tiempos en los que es más necesario que nunca reconocernos en todo lo que nos une. Es necesario poner en valor lo que hemos construido juntos a lo largo de los años con muchos y grandes sacrificios, también con generosidad y enorme entrega. Es necesario ensalzar todo lo que somos, lo que nos hace ser y sentirnos españoles.

En mi discurso de proclamación manifesté que en la España constitucional caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben las distintas formas de sentirse español; de ser y de sentirse parte de una misma comunidad política y social, de una misma realidad histórica, actual y de futuro, como la que representa nuestra nación. Una gran nación definida por una cultura que ha traspasado tiempos y fronteras, por las artes y por una literatura universal; enriquecida por nuestra lengua común, junto a las demás lenguas de España, que también explican nuestra identidad. Un país que a lo largo de los siglos han tejido pensadores, científicos, creadores, y tantos y tantos hombres y mujeres; y por el que muchos de los cuales han dado su vida por España.

Y es también un gran Estado, cuya solidez se basa hoy en unos mismos valores constitucionales que compartimos y en unas reglas comunes de convivencia que nos hemos dado y que nos unen; un Estado que reconoce nuestra diversidad en el autogobierno de nuestras nacionalidades y regiones; y que tiene en el respeto a la voluntad democrática de todos los españoles, expresada a través de la Ley, el fundamento de nuestra vida en libertad.

Por todo ello, tenemos -tengo- muchas razones para poder afirmar esta noche que ser y sentirse español, querer, admirar y respetar a España, es un sentimiento profundo, una emoción sincera, y es un orgullo muy legítimo.

Con estas razones, y compartiendo estos sentimientos, haremos honor a nuestra historia, de la que hoy somos protagonistas y cuyo gran legado tenemos la responsabilidad de administrar; y fortaleceremos nuestra cohesión nacional, que es imprescindible para impulsar nuestro progreso político, cívico y moral; para impulsar nuestro proyecto común de convivencia. Porque ahora, lo que nos debe importar a todos, ante todo, es España y el interés general de los españoles.

Tras las elecciones generales celebradas el pasado día 20, y como siempre después de cada renovación del Congreso de los Diputados y el Senado, se inicia el procedimiento establecido en nuestra Constitución para la gobernación de nuestro país.

En un régimen constitucional y democrático de Monarquía Parlamentaria como el nuestro, las Cortes Generales, como depositarias de la soberanía nacional, son las titulares del poder de decisión sobre las cuestiones que conciernen y afectan al conjunto de los españoles: son la sede donde, tras el debate y el diálogo entre las fuerzas políticas, se deben abordar y decidir los asuntos esenciales de la vida nacional.

La pluralidad política, expresada en las urnas, aporta sin duda sensibilidades, visiones y perspectivas diferentes; y conlleva una forma de ejercer la política basada en el diálogo, la concertación y el compromiso, con la finalidad de tomar las mejores decisiones que resuelvan los problemas de los ciudadanos.



España inicia una nueva legislatura que requiere todos los esfuerzos, todas las energías, todas las voluntades de nuestras instituciones democráticas, para asegurar y consolidar lo conseguido a lo largo de las últimas décadas y adecuar nuestro progreso político a la realidad de la sociedad española de hoy. Unas instituciones dinámicas que caminen siempre al mismo paso del pueblo español al que sirven y representan; y que sean sensibles con las demandas de rigor, rectitud e integridad que exigen los ciudadanos para la vida pública.

La España actual es muy distinta de la España de los siglos que nos preceden gracias a una auténtica y generosa voluntad de entendimiento de todos los españoles, a un sincero espíritu de reconciliación y superación de nuestras diferencias históricas y a un compromiso de las fuerzas políticas y sociales con el servicio a todo un pueblo, a los intereses generales de la Nación, que deben estar siempre por encima de todo. Esta es la gran lección de nuestra historia más reciente que nunca debemos olvidar.

Como tampoco debemos olvidar que la ruptura de la Ley, la imposición de una idea o de un proyecto de unos sobre la voluntad de los demás españoles, solo nos ha conducido en nuestra historia a la decadencia, al empobrecimiento y al aislamiento. Ese es un error de nuestro pasado que no debemos volver a cometer.

Nuestro camino es ya, de manera irrenunciable, el del entendimiento, la convivencia y la concordia en democracia y libertad. Por ello, respetar nuestro orden constitucional es defender la convivencia democrática aprobada por todo el pueblo español; es defender los derechos y libertades de todos los ciudadanos y es también defender nuestra diversidad cultural y territorial.

Por eso, esta noche quiero reiterar un mensaje de serenidad, de tranquilidad y confianza en la unidad y continuidad de España; un mensaje de seguridad en la primacía y defensa de nuestra Constitución. Y me gustaría también transmitir un mensaje de esperanza en que la reflexión serena, el contraste sincero y leal de las opiniones, y el respeto tanto a la realidad de nuestra historia, como a la íntima comunidad de afectos e intereses entre todos los españoles, alimenten la vigencia de nuestro mejor espíritu constitucional.

Por otro lado, la mejora de la economía es una prioridad para todos. Creo que todas las instituciones tenemos un deber con los ciudadanos, las familias y especialmente los más jóvenes, para que puedan recuperar lo que nunca se debe perder: la tranquilidad y la estabilidad con las que afrontar el futuro y la ilusión por un proyecto de vida hacia el mañana. Todos deseamos un crecimiento económico sostenido. Un crecimiento que permita seguir creando empleo -y empleo digno-, que fortalezca los servicios públicos esenciales, como la sanidad y la educación, y que permita reducir las desigualdades, acentuadas por la dureza de la crisis económica.

Europa es, sin duda, otra de nuestras grandes realidades, pero también con grandes desafíos en su seno. Todos hemos sentido la indignación y el horror ante los atentados que han costado la vida a compatriotas nuestros, ante los terribles crímenes de París y de otros lugares del mundo, que son auténticos ataques a nuestro modelo de convivencia y a los más elementales valores humanos. Y todos nos hemos conmovido ante el drama de los refugiados que llegan a nuestras fronteras huyendo de la guerra, o el de los migrantes angustiados y acosados por la pobreza.

Ante estos desafíos, y otros muchos como el de la lucha contra el cambio climático, es necesario que la voz de España se haga oír en la Unión Europea y en las instituciones internacionales en todo aquello que afecta a nuestras convicciones y a nuestros intereses vitales. Porque el mundo de hoy exige naciones fuertes, responsables, unidas, solidarias y leales a sus compromisos con sus socios y aliados y con el conjunto de la comunidad internacional.

Finalmente, no quiero despedirme esta noche sin deciros, con total convicción, que a los españoles de hoy nos corresponde seguir escribiendo la historia de nuestro tiempo y que vamos a hacerlo como ya hemos demostrado que sabemos: contando con todos, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, nacidos aquí o venidos de fuera; empujando todos a la vez, sin que nadie se quede en el camino.

Debemos mirar hacia adelante, porque en el mundo de hoy nadie espera a quien solo mira hacia atrás. Debemos desterrar los enfrentamientos y los rencores; y sustituir el egoísmo por la generosidad, el pesimismo por la esperanza, el desamparo por la solidaridad. Tengamos fe y creamos en nuestro país. España tiene una resistencia a la adversidad, una capacidad de superación y una fuerza interior mucho mayor de lo que a veces pensamos. La fortaleza de España está en nosotros mismos; está en nuestro coraje, en nuestro carácter y en nuestro talento. Está también, por qué no decirlo, en nuestra forma de vivir y de entender la vida.

Los españoles nunca nos hemos rendido ante las dificultades, que han sido grandes, y siempre las hemos vencido. Y sabemos, además, que tenemos que seguir caminando con la voluntad de entendimiento y con el espíritu de unión a los que me refería al principio. Con diálogo y con compromiso, con sentido del deber y con responsabilidad; sintiendo y viviendo, cada día, cada uno de nosotros, ese compromiso ético que hace grande a un pueblo; uniendo nuestros corazones, porque hace décadas el pueblo español decidió, de una vez por todas y para siempre, darse la mano y no la espalda. Hagámoslo con toda la fuerza y la confianza de quienes estamos orgullosos -con razón- de lo que hemos conseguido juntos y, sobre todo, de lo que juntos vamos a conseguir.

Con esa emoción, con esa confianza en nuestro futuro -en ese futuro de España en el que creo- os deseo a todos una muy Feliz Navidad, Eguberri on, Bon Nadal, Boas Festas y un próspero año 2016».










.

martes, 8 de diciembre de 2015

Lutero ante la Virgen María

Se considera que el protestantismo nace (y divide a la cristiandad) cuando el moje agustino Lutero proclama las Noventa y cinco tesis de Wittemberg en 1517. Estas tesis tenían como tema central las indulgencias papales y no mencionaban para nada a la Virgen María.

Se considera también que el luteranismo se consolida con una doctrina propia y sistemática en la “Confesión de Augsburgo”, elaborada en 1530 por Lutero y su discípulo Melanchton. Lo único que esta Confesión dice sobre la Virgen María es que Jesús nació de “la bienaventurada Virgen María” y que en su seno Jesús asumió la humanidad; se trata, pues, de afirmaciones perfectamente católicas.

Así, el primer luteranismo, el de Lutero, no negaba ni la virginidad perpetua de María (antes, durante y después del parto), ni su presencia segura en el Cielo, ni el deber de venerarla y alabarla, ni su carácter único y especialísimo, ni su maternidad sobre todos los hombres ni su Inmaculada Concepción (el haber sido preservada por Dios del pecado original desde su misma concepción). Recogemos un trabajo aportado por dos portales informáticos, PuenteCatólico.com y BiblicalCatholic.com.

PuenteCatolico.com (y su versión en inglés, CatholicBridge.com) muestra con citas que Lutero y el primer luteranismo no profesaban las doctrinas antimarianas que el protestantismo iría adoptando después. Las repasamos a continuación.

Su sermón del 15 agosto de 1522 (es decir, cuando llevaba ya 5 años de agria confrontación con Roma) fue la última vez que Martín Lutero predicó en la fiesta de la Asunción y dijo: “No cabe duda de que la Virgen María está en el cielo. Cómo ocurrió no lo sabemos. Y, ya que el Espíritu Santo no nos ha dicho nada acerca de esto, no lo podemos hacer artículo de fe...Es suficiente saber que ella vive en Cristo”.

Y en sermones de años posteriores insistirá en la devoción mariana obligada para el cristiano: "La veneración de María está en las profundidades del corazón" (Sermón, 1 de septiembre de 1522). "(Ella es) la mujer más encumbrada y la joya más noble de la cristiandad después de Cristo...ella es la nobleza, sabiduría y santidad personificadas. Nunca podremos honrarla lo suficiente, aun cuando ese honor y alabanza debe serle dado en un modo que no falte a Cristo ni a las Escrituras" (Sermón, Navidad 1531). "Ninguna mujer es como tú. Tú eres más que Eva o Sara, bendita sobre toda nobleza, sabiduría y santidad" (Sermón, Fiesta de la Visitación, 1537). "Cada uno tendría que honrar a María tal como ella misma lo expresó en el Magnificat. Ella alabó a Dios por sus obras. ¿Cómo podremos entonces nosotros alabarla? El verdadero homenaje de María es en honor de Dios, la alabanza de la Gracia de Dios. María nada es por su propio mérito, sino por el mérito de Cristo. María no desea que vayamos a ella sino a través de ella hacia Dios" (Explicación del Magnificat, 1521).

Lutero exalta a la Bienaventurada Virgen dándole la posición de "Madre Espiritual" para los cristianos: "Es consuelo y sobreabundante bondad de Dios que el hombre pueda exultar en semejante tesoro: María es su verdadera Madre" (Sermón, Navidad, 1522). "María es la Madre de Jesús y Madre de todos nosotros aunque Cristo solamente fue quien reposó en su regazo. Si Él es nuestro, debiéramos estar en su lugar; ya que donde Él está debemos estar también nosotros y todo lo que Él tiene debe ser nuestro, y su madre es también nuestra madre" (Sermón, Navidad, 1529).

Martín Lutero creía en la Inmaculada Concepción de María; las siguientes palabras son suyas: "Es dulce y piadoso creer que la infusión del alma de María se efectuó sin pecado original, de modo que en la mismísima infusión de su alma ella fue también purificada del pecado original y adornada con los dones de Dios, recibiendo un alma pura infundida por Dios; de modo que desde el primer momento que ella comenzó a vivir fue libre de todo pecado" (Sermón sobre el día de la Concepción de la Madre de Dios, 1527). "Ella es llena de gracia, proclamada ser enteramente sin pecado (algo excesivamente grande), para que la gracia de Dios la llenara con todo bien y la hiciera libre de todo mal" (Personal Libro de oración, 1522).

En BiblicalCatholic.com Dave Armstrong (un metodista y evangélico que, en 1990, se hizo católico con 32 años leyendo al cardenal John H. Newman) muestra con citas que Lutero también aceptaba lo que la Iglesia siempre enseñó; a saber, que María fue Virgen no sólo antes del parto (cosa que aceptan hoy casi todos los protestantes conservadores) sino también durante el parto y después del parto (doctrina católica que niegan hoy la mayoría de protestantes conservadores).

Así, Lutero escribe: "Cristo, nuestro Salvador, fue el fruto real y natural del vientre virginal de María. Esto sin la cooperación de un hombre y ella permaneció virgen después" (Sermones sobre Juan, 1539). "Cristo fue el único Hijo de María; la Virgen María no tuvo otros hijos aparte de Él. Me inclino a aceptar a quienes declaran que los "hermanos" realmente significan "primos" aquí, ya que el escritor sagrado y los judíos en general siempre llamaban hermanos a los primos (Sermones sobre Juan, 1539). "Una nueva mentira acerca de mí está circulando. De acuerdo a ella se supone que yo he predicado y escrito que María, la Madre de Dios, no fue virgen antes o después del nacimiento de Cristo" (Jesucristo nació judío, 1523). "La Escritura no dice o indica que ella haya perdido su virginidad luego. Cuando Mateo (1,25) dice que José no conocía carnalmente a María hasta que ella dio a luz a su hijo, no dice seguidamente que la haya conocido luego; al contrario, significa que nunca la conoció” (Jesucristo nació judío, 1523).

El editor de este estudio, el teólogo luterano Jaroslav Pelikan, agrega: "Lutero ni siquiera consideró la posibilidad de que María pudiera tener otros hijos además de Jesús. Esto es consistente con la aceptación durante toda su vida de la idea de la virginidad perpetua de María" (Pelikan, 214-5).

Y hay más citas de Lutero en ese sentido: "Dios es con ella, significando que todo lo que ella hizo o no hizo es divino y acción de Dios en ella. Más aún, Dios la guardó y protegió de todo lo que pudiera ser dañino para ella" (Luther´s Works; Fortress, 1968). "Ella con justicia es llamada no solo madre del hombre, sino también la Madre de Dios. Es cierto que María es la Madre del real y verdadero Dios" (Sermón sobre Juan, ed. Jaroslav). "La humanidad ha resumido toda su gloria en una sola frase: la Madre Dios. Nadie puede decir algo más grande de ella aunque hablara tantas lenguas como hojas hay en los árboles". (Comentario sobre el Magnificat).

Esta devoción de Lutero por la Virgen María la señalan los especialistas en el autor alemán. Ejemplo es Wm. J. Cole: "En las resoluciones de las Noventa y cinco tesis Lutero rechaza cualquier blasfemia contra la Virgen y piensa que debe pedirse perdón por cualquier mal pensado o dicho en contra de ella". ("¿Era Lutero un devoto de María?", 1970).

En su Explicación del Magnificat en 1521, Lutero comienza y termina con una invocación a María. Por ello David F. Wright se siente interpelado, calificándolo de "sorprendente" ("Leyendo a Wright. Elegida por Dios: María en perspectiva evangélica", Armstrong, 1989, citado de Faith & Reason, 1994).

Hoy, en resumen, muchos evangélicos y protestantes redescubren la figura de María y no ven adecuado negar –como signo de identidad protestante- doctrinas sobre María que el mismo Lutero aceptaba. “María es la Madre de Jesús y Madre de todos nosotros”, decía Lutero en su sermón de Navidad de 1529.








.