martes, 11 de agosto de 2020

¿Sola Scriptura?

Un dogma del protestantismo es que una persona sola puede conocer bien la voluntad de Dios, sus doctrinas, y salvarse a partir de la mera lectura de la Biblia (es la doctrina de "Sola Scriptura"). O sea, que para Lutero "Solo en las Escrituras" se encontraría la fuente de la Revelación. En cambio, la Iglesia Católica y las ortodoxas sostienen que es necesaria la Tradición para entender y aplicar la Biblia (incluso para saber qué libros son Biblia y cuáles no).

Sin embargo, en la Biblia nunca leemos que el "fundamento" de la religión cristiana sea la Escritura. En la Biblia no encontraremos la frase "las Escrituras son pilar y fundamento de la verdad".

Por el contrario, en 1 Timoteo 3,15 vemos a San Pablo proclamar que el "pilar y fundamento de la verdad" es la Iglesia. Es una afirmación muy contundente para cualquier buscador de la verdad. La Iglesia es fundamento de la verdad, no las Escrituras.


En el capítulo 8 de Hechos de los Apóstoles, el apóstol Felipe encuentra a un culto eunuco, funcionario de la reina Candace de Etiopía que estaba leyendo los textos del profeta Isaías. "¿Entiendes lo que lees?", preguntó Felipe. "¿Cómo podré entender, si alguno no me enseña?", admitió el eunuco. Felipe, voz de la Iglesia de Cristo y de la tradición cristiana en ese momento, le explicó las profecías de Isaías, que hablaban de Jesús: la Escritura, por sí misma, no era bastante. El eunuco necesitaba a la Iglesia, en la persona de Felipe.

En 2 Pedro 3,16 el autor de la carta avisa de que en las cartas de "nuestro hermano amado Pablo" hay "algunas cosas difíciles de entender, que los ignorantes e inestables tuercen, como también tuercen el resto de las Escrituras, para su propia perdición". De nuevo, un texto bíblico enseña que hay textos bíblicos difíciles de entender.

El dogma "la Escritura sola", repetimos, no aparece en la Escritura. El versículo al que muchos protestantes se aferran para defender su dogma, aparecido en el siglo XVI, es 2 Tim 3, 16-17: "cada Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para argüir, para corregir, y para educar en la justicia". Pero este versículo lo único que dice es que cada uno de los textos inspirados por Dios es "útil para enseñar", no que las Escrituras por ellas solas sean suficientes, ni cada una por separado ni todas juntas.

El Concilio de Trento enseña, por el contrario, que la Revelación sobrenatural "se contiene en los libros escritos y en las tradiciones no escritas que, transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros desde los apóstoles, quienes las recibieron o bien de labios del mismo Cristo, o bien por inspiración del Espíritu Santo".

 Más de la mitad de los protestantes que asisten al culto con asiduidad encuentran difícil entender la Biblia cuando la leen solos, lo que sugiere la necesidad de una fuente de autoridad que interprete los pasajes complejos de conformidad con la intención divina al inspirarlos para nuestra salvación. Pero si esa fuente no es ajena a la Biblia misma, ¿cómo descubrir esa intención e interpretarla sin caer en un círculo vicioso? 

Y si es ajena a la Biblia pero carece de una autoridad semejante, ¿cómo saber qué interpretación es auténtica? La propia explosión de grupos diversos que caracteriza históricamente al protestantismo da cuenta de esta contradicción. 

¿Cuál es el "canon" de la Biblia, es decir, qué libros forman parte de ella como divinamente inspirados? No hay un índice divinamente inspirado ni Jesús nos dejó una lista. ¿Cómo podemos saber qué antiguos escritos cristianos pertenecen al Nuevo Testamento y cuáles no? En los primeros tiempos hubo un gran debate sobre qué textos de los usados habitualmente por los cristianos eran inspirados (la Carta de San Pablo a los Hebreos o el Apocalipsis fueron contestados) y cuáles eran, aunque valiosos, obra puramente humana, como el Pastor de Hermas o la Primera Epístola de Clemente a los Corintios. 

 El primer elenco de libros del Nuevo Testamento que coincide con los 27 venerados hoy como canónicos proviene de San Atanasio (295-373). ¿Cómo los fijó la Iglesia? No pudo hacerlo sobre la base de las propias Escrituras, por lo cual la propia naturaleza de nuestra Biblia implica que no puede haber una única fuente de la Revelación, sino que al menos debe haber otra autoridad que nos diga qué libros pertenecen a la Biblia. Hay una petición de principio en la doctrina de la Sola Scriptura. 

Pero los libros que componen la Biblia no se escribieron a la vez. En el caso del Nuevo Testamento, varias décadas separan unos de otros los textos que lo integran. Por tanto, la doctrina de la Sola Scriptura sólo podría estar en el último de ellos. En efecto, si estuviese en algún libro anterior, excluiría como revelados los escritos después, dado que todavía no existen. Por tanto, solo el Apocalipsis podría enseñar la doctrina de la Sola Scriptura. Ahora bien, nosotros sabemos ahora (porque la Iglesia lo ha fijado así como doctrina revelada al enumerar en el Concilio de Trento todos los libros que integran la Biblia) que el Apocalpsis es revelado y fue el último libro. Pero el Apocalipsis no fue reconocido como tal hasta mucho tiempo después de escribirse. ¿Cómo excluir entonces todos los que se escribieron después y también fueron considerados revelados por muchos cristianos? Por tanto, ningún libro de la Biblia pudo enseñar que solo la Biblia contiene toda la Revelación, lo que conduce a la doctrina de la Sola Scriptura a una petición de principio insuperable.

Está además el célebre pasaje 2 Tes 2, 15, de San Pablo, en el que dice a los tesalonicenses: "Así, pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta". Cuando los católicos leen este versículo, la tentación es fijarse en la palabra 'tradiciones'. Es fácil pensar que la mera presencia de esta palabra nos sirve para resolver la discusión, pero la clave está más bien en el hecho de que esas 'tradiciones' les llegan a los tesalonicenses por dos caminos: 'De viva voz' (lo que podríamos llamar Sagrada Tradición) y 'por carta' (la Escritura). En otras palabras, San Pablo nos está diciendo expresamente que cuando escribía sus cartas, la revelación se contenía tanto en la Escritura como en la Tradición, y esto tiene todo el sentido. 

La fe cristiana existió decenios antes de que se escribiese una sola palabra del Nuevo Testamento, por lo que, en los principios, era sencillamente imposible que la Revelación de Dios se limitase a la Escritura. En conclusión, la doctrina protestante de la Sola Scriptura no es aceptable: primero, porque plantea problemas intrínsecos que la hace impracticable y, segundo, porque el propio Nuevo Testamento, a través de San Pablo, nos enseña que necesitamos la Tradición. Siguiendo la Sagrada Tradición de la Iglesia no seguimos creencias fabricadas por el hombre, que pueden ser verdaderas o no, sino la genuina Revelación divina, a la que podemos adherirnos tal como lo hacemos a las enseñanzas de la Escritura.

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miércoles, 5 de agosto de 2020

El terremoto de Lisboa


El sábado 1 de noviembre de 1755 amaneció soleado en Lisboa

Alrededor de las 9:35 de la mañana, los lisboetas empezaron a notar un traqueteo suave, como si por las calles pasaran carros pesados, que duró alrededor de un minuto y medio. Luego, un minuto más tarde, se produjo una sacudida violenta que ya provocó el pánico en toda la ciudad y duró unos dos minutos y medio. Finalmente, tras otra pausa de un minuto, se produjo la tercera sacudida, la más larga y violenta de todas.



En menos de diez minutos, la mayoría de las iglesias se desmoronaron sobre las cabezas de los fieles que acudían a misa, el 80 por ciento de las casas quedaron destruidas. Había incendios por todas partes. Alrededor de las 10:00 se inició un maremoto que arrasó el puerto, donde mucha gente se había refugiado huyendo de los cascotes. A las 11:00 empezaron las réplicas. Lisboa había quedado arrasada.

El terremoto procedía del océano Atlántico y se sintió físicamente en buena parte de Europa y en el norte de África. En España, lo hizo sobre todo en Cádiz.

Murieron alrededor de 50.000 personas. La destrucción de la capital, y de parte del Algarve, también tuvo unos efectos políticos y económicos devastadores; se calcula que este destruyó un 40 por ciento de la economía portuguesa.



El rey José I, que estaba fuera de la ciudad en el momento del desastre, desarrolló una claustrofobia súbita y sería incapaz de vivir bajo un techo sólido durante el resto de su vida; por miedo a nuevos desmoronamientos, hizo construir en las afueras de la ciudad un complejo de pabellones y tiendas donde se instalaría la corte hasta la muerte del rey. 

Su primer ministro, Sebastián de Melo, marqués de Pombal, también sobrevivió al seísmo y su hábil gestión de la catástrofe le permitió no solo reconstruir la ciudad con rapidez, sino orillar a los viejos aristócratas que se habían opuesto a sus reformas inspiradas por el racionalismo y la Ilustración.

La catástrofe de Lisboa también supuso un golpe para esa Ilustración, que era un movimiento intelectual esencialmente optimista. La revolución científica de Newton auguraba un futuro brillante, de control sobre la naturaleza y emancipación del ser humano. El terremoto de Lisboa se convirtió enseguida en un recordatorio de que eso era dudoso.



Jacques-Philippe Le Bas, un grabador francés, publicó una colección de planchas titulada “Las más bellas ruinas de Lisboa causadas por el terremoto y por el fuego del 1 de noviembre de 1755”. La colección contribuyó a convertir el terremoto de Lisboa en una de las noticias más comentadas de la época y anunciaban  el gusto romántico, que encontró en la ruina y lo decadente algo atractivo.




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