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martes, 18 de febrero de 2025

Don Rodrigo y don Pelayo

El rey visigodo Chindasvinto tuvo un hijo llamado Teodofredo, según recoge la Crónica Rotense.

Teodofredo tuvo dos hijos, Rodrigo y Favila.

Rodrigo, duque de la Bética, fue el último rey visigodo.

Favila, duque de Cantabria, tuvo un hijo llamado Pelayo, según, al menos, la Crónica Albeldense, la Crónica Sebastianense, la fuente musulmana anónima Fath al-Andalus y Rodrigo Ximénez de Rada (en línea con lo aceptado por Ramón Menéndez Pidal).

Por tanto, don Pelayo era sobrino de don Rodrigo.

Esto es la versión más seguida.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Isabel la Católica: pretendientes

Isabel I de Castilla fue proclamada reina el 12 de diciembre de 1474 (hace 550 años). Para ello tuvo que recorrer una trayecto complicado, del que vamos a referir un aspecto: el de los candidatos a casarse con ella.

Desde la muerte de su hermano Alfonso Isabel sostuvo que correspondía a ella sustituirle en el derecho de sucesión de Enrique IV, tal como figuraba en el testamento de su padre Juan II.

Esto significaba que Juana la Beltraneja no tenía derecho alguno, aunque no discutía la legitimidad de Enrique, del cual se dijo que "no fue ni pudo estar legítimamente casado", escrito así en el Tratado de los Toros de Guisando. Este se refería a Juana sólo como "la hija de la reina". Isabel no albergaba duda sobre la ilegitimidad de Juana (hija de una reina que tenía infidelidades comprobadas y se acabó fugando); alguna vez comentó que de no haber estado absolutamente segura de sus derechos nunca los hubiese reclamado.

En la venta juradera Enrique IV dijo en voz alta: "Para que estos reinos no queden sin legítimos sucesores de tan alta y preexcelsa generación conmino a todos para que tengan a Isabel como legítima heredera". Esta frase la repitió por escrito, días después, en carta despachada desde Casarrubios del Monte. En el citado Tratado (conocido también como de Cadalso-Cebreros), firmado en 1468, figuraban diez puntos, uno de los cuales consistía en que Isabel se comprometía a "casar con quien el rey determinara, de voluntad de la infanta y de acuerdo con el arzobispo de Toledo, el maestre de Santiago (marqués de Villena) y el conde de Plasencia". O sea, el rey y sus validos adquirían derecho exclusivo de proponer marido pero ella se reservaba el derecho a rechazarlo. Acabaron proponiendo a Isabel, uno tras otro, a tres candidatos.

El primero fue Alfonso V de Portugal. Era muy probable que de ese matrimonio no nacerían hijos. Por contra, su hijo Juan, que debería casarse con Juana, sucedería a su padre en el trono portugués, con derechos supletorios sobre Castilla. Villena mandó embajadores a Roma con el fin de solicitar dispensa para ambos matrimonios. El arzobispo de Lisboa llegó a ir a Ocaña (donde Isabel residió bastante tiempo) para concertar las condiciones del matrimonio.

El segundo fue el duque de Guyena, Carlos de Valois, hermano de Luis XI de Francia, que era un indeseable y que la habría llevado a Francia.

El tercero en reserva era el duque de York, Ricardo de Gloucester (futuro Ricardo III), el cual la habría llevado aún más lejos.

Estos nombres aparecen después de que, tiempo atrás, Villena hubiera pedido al rey que casara a Isabel con el maestre de Calatrava, Pedro Girón, hermano del propio Villena. Todo ello era la expresión de una tela de araña destinada a someter a la infanta y a incumplir el Tratado de los Toros de Guisando, para neutralizar el refuerzo de la Monarquía. Se confirmaban los temores que, según la tradición, expresó cuando se acercaba a la venta con lo de "tiemblo de lo que voy a firmar". La trama tenía el punto débil de que se necesitaba la voluntad de Isabel. 

Ella tenía arraigada la idea de que no debía volver a verse un rey convertido en un títere de las facciones nobiliarias y la elección de Fernando de Aragón se le aparecía como vehículo de seguridad. Así se lo manifestó al arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, con las siguientes palabras: "Me caso con Fernando y con ningún otro". Quería decir que, aferrándose a la cláusula de libre voluntad, estaba dispuesta a responder que si no se le permitía el matrimonio con Fernando tampoco aceptaría a ningún otro. Contaba con a ventaja del límite establecido con la vida del rey, pues concluida ésta a ella tan sólo correspondería tomar las decisiones.

Carrillo se lo transmitió así a Pierres de Peralta, condestable de Navarra, y éste se lo trasmitió a Juan II de Aragón (padre de Fernando) el 1 de noviembre de 1468. A principios de 1469, ya tomada su decisión, escribió su primera carta a Fernando. Decía: "Al señor mi primo, el rey de Sicilia. Senyor primo: Pues el Condestable va allá no es menester que yo más escriba. Él os dirá a vuestra merced. Suplicos que le déys fe y a mí mandéys lo que quisierdes que haga agora, pues lo tengo de hacer. La razón dél la sabréis, porque no es para escrivir".

Cuando dictó testamento, Isabel confesó al secretario Gaspar de Gricio que aquella decisión había sido el mejor acierto de su vida.

martes, 14 de marzo de 2023

Contribución fiscal y registro de vecinos

Veamos unos datos  sobre contribución fiscal y registro de vecinos en poblaciones del entorno de Jerez de la Frontera.

Contribución fiscal a los servicios votados por las Cortes de Valladolid de 1409 (en maravedíes).- Cádiz: 7.653; El Viso del Alcor: 8.153; Rota: 16.840; El Puerto de Santa María: 33.466; Sanlúcar de Barrameda: 59.160; Jerez: 201.386.

Contribución fiscal a los servicios votados por las Cortes de Valladolid de 1430 (en maravedíes).- Cádiz: 5.740; El Viso del Alcor: 6.100; El Puerto de Santa María: 25.100; Jerez: 151.040.

Registro de vecinos en 1534.- Cádiz: 671; Rota: 639; Arcos: 909; Vejer: 1.098; Sanlúcar de Barrameda: 1.104; Medina Sidonia: 1.149; El Puerto de Santa María: 1.536; Jerez de la Frontera: 3.750.

(de “Cádiz en la época medieval”, de R. Sánchez Saus)

sábado, 15 de enero de 2022

El castillo de Matrera

El castillo de Matrera está en lo alto del Cerro Pajarete, ocupando la pequeña explanada de la cumbre o mesetilla para dominar una amplia panorámica.

Se han encontrado restos cerámicos tartésicos e ibéricos, que más bien serían turdetanos. En el siglo IX el castillo fue construido por Omar ben Hafsun, jefe muladí levantado contra el emirato de Córdoba.

En 1256 la Orden de Calatrava lo conquistó y al año siguiente lo recibió en donación de Alfonso X el Sabio.

Tras aguantar varios ataques musulmanes, incluido el de los mudéjares sublevados en Jerez el año 1261, en 1322 la Orden de Calatrava lo perdió.

El rey Alfonso XI lo reconquista definitivamente en 1341 y al año siguiente lo dona a la ciudad de Sevilla, junto con los terrenos circundantes, el llamado Campo de Matrera, que incluían lo que hoy es el término municipal de Villamartín y el de Prado del Rey.

Volverían nuevos ataques procedentes del reino nazarí de Granada, como el del año 1408, cuando fue defendido por el infante don Fernando, y el del año 1445, cuando el conde de Arcos lo defendió del asedio del rey Aben Ozmín.

Se distingue la Torre del Homenaje, rodeada de una inmediata muralla y torreones, y una explanada circundada de una gran cerca o muralla donde aparecen dos puertas, una al sur y otra al oeste. El eje mayor de la explanada mide unos ciento ochenta y cinco metros y la cerca o muralla mide más de quinientos metros de largo, de manera que el espacio interior permitía la existencia de un núcleo de población, como una auténtica alcazaba.

La torre del homenaje está en el punto norte de la mesetilla y tiene planta rectangular, de quince por diez metros. Está construida con mampostería y las esquinas llevan sillares. Tiene dos plantas, cubiertas con bóvedas de cañón a base de hiladas de aproximación, de lajas de piedra la baja y de ladrillos la alta. Su cara oeste presenta dos ventanas saeteras y su cara sur, una.

El muro que circunda la torre del homenaje fue construido en su parte baja con tapial, de raigambre almohade, y en su parte superior con mampostería, aunque ésta puede ser fruto de una restauración cristiana.

La cerca o muralla conserva seis cubos o torres adheridas; dos al norte, dos al sur y dos al oeste. Cada una de las dos puertas del recinto se flanquean también con dos cubos. Las puertas tenían vano de acceso en forma de arco, conservándose algún indicio de arranque.

El estado del castillo es ruinoso. La torre está derruida en más de su mitad y los muros inmediatos están fragmentados y casi desaparecidos. La cerca o muralla está muy rebajada y presenta grandes brechas.

La fortaleza fue declarada Bien de Interés Cultural (BIC) en 1985 pero el estado de abandono es deplorable.

De ser duramente criticada por los expertos al doble galardón internacional. La controvertida restauración del Castillo de Matrera de Villamartín, Cádiz, se ha alzado con el American Architecture Prize en la categoría de Arquitectura de Patrimonio. La obra suma este galardón al conseguido el pasado abril, cuando ganó el premio internacional de arquitectura Architizer A+ en la categoría de Preservación. Frente a las críticas, que llegaron a comparar la restauración con la malograda pintura del Ecce Homo de Borja (Zaragoza), el arquitecto responsable del proyecto, Carlos Quevedo, ya defendió que el proyecto supuso “un gran esfuerzo” y fue un trabajo “riguroso".

Las obras de rehabilitación de la torre Pajarete han conseguido la medalla de oro en la categoría de patrimonio tras competir, entre otros proyectos, con la rehabilitación del Pushkinsky International Cinema Hall de Moscú o el proyecto The Periscope Tower, en Finlandia. Según la web de los premios, la esencia del trabajo de Quevedo "no pretende ser una imagen del futuro, sino más bien un reflejo de su propio pasado, de su propio origen". Y este reconocimiento no tiene por qué ser el último. La obra también está nominada a los premios Mies Van Der Rohe de Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea.

La restauración del recinto gaditano fue duramente criticada por expertos como la asociación Hispania Nostra, una entidad de carácter no lucrativo dedicada a defender el patrimonio cultural y natural español. "Es una vergüenza para España, un desprestigio. Se ha llevado al extremo la legislación sobre restauración que obliga a distinguir las partes nuevas de las originales y se ha dañado el entorno con una cosa blanca, enorme. La actuación va en contra de toda norma, incluso, de la ley de patrimonio andaluz", denunciaba el vicepresidente de la organización, Carlos Morenés.

 

Sobre el proyecto, Quevedo apunta que, además de consolidar los muros, se ha recuperado la volumetría que había perdido la torre. Para ello, los muros originales se han levantado con una reconstrucción que trata de dar idea de su volumen original, realizada con restos de los materiales originales, revestidos con mortero de cal blanco. Este material, habitual en las restauraciones, se eligió para distinguir la parte nueva de la original, como marca la ley. “Creemos que todas las opiniones son respetables y que cualquier debate es enriquecedor. La arquitectura es una disciplina mucho más completa de lo que se puede sacar de una simple imagen”, sostuvo el arquitecto tras ganar el primer premio.

Pese a las críticas, la obra contó con el visto bueno de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, que aseguró que el seguimiento de la obra por parte de la delegación territorial "ha sido constante" y que el proyecto contó con el visto bueno de la Comisión Provincial de Patrimonio en octubre de 2013 al cumplir los requisitos de la Ley de Patrimonio Histórico.

El estudio Carquero presentó su trabajo el pasado enero, antes de que saltara la polémica, y fue seleccionado por un jurado de profesionales acreditados como uno de los cinco finalistas en su categoría. Quevedo no cree que el revuelo mediático que levantó la consolidación de la torre influyera decisivamente en la votación ya que el plazo para votar se cerró el 1 de abril, apenas unos días después de que se extendiera la noticia de que optaba al premio. «El premio es un reconocimiento también para los propietarios del castillo de Matrera y para la empresa constructora Arcobeltia», subraya el arquitecto, que evita responder a las críticas.

«Cualquier opinión siempre es respetable y el debate enriquecedor», asegura. Lejos de perjudicarle, la polémica «nos ha favorecido», sostiene Quevedo. «Hemos establecido muchos contactos con otros estudios y profesionales dentro y fuera de España, que quisieron expresarnos su apoyo».

La esencia del proyecto no pretende ser, por tanto, una imagen del futuro, sino más bien un reflejo de su propio pasado, de su propio origen. Con referencia brandiana, este proyecto pretende mirar al restablecimiento de la unidad potencial del monumento sin acometer un falso histórico ni cancelar cada trazado del pasaje de la obra en el tiempo. Se intenta abordar la obra como reconocimiento al monumentum (memoria) en su consistencia física y en su doble polaridad, estética e histórica, con vista a su transmisión al futuro.

Fue muy denostada en su momento, pero la restauración del Castillo de Matrera (Cádiz) acumula ya varios premios. El último, el «American Architecture Prize», reconoce que el trabajo realizado por el estudio Carquero «no pretende ser, por lo tanto, una imagen del futuro, sino más bien un reflejo de su propio pasado, de su propio origen», apunta la web del premio. El responsable del proyecto, Carlos Quevedo Rojas, ya defendió en este periódico las intenciones de su trabajo. « Detrás hay 5 años de trabajo, un proyecto exhaustivo hecho con rigor, donde todo tiene un porqué», dijo. No obstante, días antes, la asociación para la defensa del patrimonio Hispania Nostra, definió la reforma del castillo como «demencial».

Esta restauración generó una gran polémica tanto en España como fuera de nuestro país. La controversia llegó hasta The Guardian, que publicó un artículo en el que hablaba sobre dicha polémica y acerca de la mala conservación del patrimonio nacional español.

El arquitecto Carlos Quevedo no oculta su enorme satisfacción, mayor si cabe por la polémica que suscitó su trabajo. La controvertida restauración del castillo de Matrera, que algunos llegaron a comparar con el «Ecce Homo» de Borja, ha sido galardonada con un premio internacional de arquitectura Architizer + en la categoría de «Architecture + Preservation». La consolidación de esta fortaleza próxima a Villamartín (Cádiz) ha sido la elegida por votación popular en estos premios que han contado con 400.000 votos de más de 100 países. «Estamos muy contentos», reconoce Quevedo, que ya prepara su viaje a Nueva York para la gala de entrega que se celebrará el próximo 12 de mayo. El Architizer es un reconocimiento internacional sin dotación económica, pero con gran prestigio. El castillo de Matrera figurará en un libro junto al resto de obras de arquitectura premiadas.


Desde lo alto del cerro Pajarete hacia el sur se puede contemplar muy próximo el caserío de Prado del Rey.


Mirando hacia el oeste se nos presenta el pueblo de Villamartín.


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jueves, 12 de diciembre de 2019

Cerámica bereber de Jerez

El Museo Arqueológico de Jerez de la Frontera posee tres piezas de influencia bereber, halladas en distintas excavaciones de la ciudad. Son una jarra con filtro, un ataifor y un jarro con pico vertedor.

El pueblo beréber ejerció una profunda influencia en Al-Andalus. En el siglo XI fueron los beréberes ziríes, procedentes del norte de África y gobernadores de la taifa de Elvira, los que decidieron establecer su capital en Granada. No sólo Granada sino todo Al-Andalus mantuvo unos intensísimos lazos con los pueblos bereberes norteafricanos, que se prolongaron durante siglos.



La jarra con filtro procede de las excavaciones realizadas en el Alcázar de Jerez en el año 2003, bajo la dirección de Laureano Aguilar Moya. Este recipiente para realizar y servir infusiones está provisto de asa lateral y posee un filtro de gran tamaño con motivos geométricos calados. La decoración pintada evidencia la influencia del mundo bereber.



El ataifor procede de las excavaciones realizadas en la plaza Belén en el año 2004, bajo la dirección de Domingo Martín Mochales. Se trata de una gran fuente o plato para presentar los alimentos en la mesa, decorado en verde y manganeso, con la representación en un medallón central de una liebre rodeada de motivos geométricos y vegetales.



Por su parte, el jarro con pico vertedor procede de las excavaciones realizadas en la plaza del Arenal en 2004, bajo la dirección de Francisco Barrionuevo Contreras. Este jarro, con decoración pintada formando motivos geométricos y vegetales estilizados, fue hallado en el interior de uno de los hornos de fabricación cerámica del siglo XI excavados en la plaza del Arenal. Constituye una clara muestra de la influencia beréber en la fabricación de las cerámicas locales de Jerez de la Frontera durante el periodo taifa.






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jueves, 21 de junio de 2018

Los vascos, con Castilla

Lejos de la imagen que quieren transmitir los nacionalistas de un pueblo aislado del resto de regiones españolas, la historia de lo que hoy conforman las tres provincias vascas está directamente vinculada a la de la Corona de Castilla desde hace más de siete siglos. Y, si bien el Señorío de Vizcaya y el Señorío de Arriaga (aproximadamente el 40% de la actual Álava) conservaron durante un tiempo sus propias instituciones, no tardaron en adoptar también ellos la legislación castellana.

Cada una de las tres regiones históricas, cuyos territorios no corresponden exactamente a los actuales, protagonizaron distintos procesos de unión al Reino de Castilla. Así, el único punto en común entre las tres es que la anexión se efectuó en el marco de la competencia entre la Corona de Navarra y la Corona de Castilla. Si finalmente la balanza se inclinó a favor de los reyes castellanos, fue en parte por la capacidad de estos de desarrollar una política de mutua conveniencia para estas regiones, donde cabía el respeto por sus instituciones medievales.
Guipúzcoa, entre Navarra y Castilla

La primera mención documental sobre Guipúzcoa data del siglo XI y en ella se señala que es una tierra perteneciente al Reino de Pamplona. Tras años de intermitentes guerras entre Castilla y Navarra, el 15 de abril de 1179 ambas partes acordaron que la primera se quedaría con la posesión de Rioja y Vizcaya, mientras Navarra se adjudicaría Guipúzcoa, Álava y el Duranguesado. La paz perduró hasta que la derrota castellana frente a los almohades en Alarcos, en 1195, impulsó a los monarcas de León y de Navarra a reabrir las hostilidades contra Alfonso VIII. El castellano, por su parte, se alió con el monarca aragonés y pactó con él el reparto de Navarra entre ambos mediante el tratado de Calatayud, el 20 de mayo de 1198.

Para el año 1200, Alfonso VIII de Castilla había incorporado Guipúzcoa de forma definitiva a su reino. Nada pudo hacer Navarra para evitarlo, frente al potencial militar de los castellanos y la firme decisión de las pueblas guipuzcoanas. Si bien se desconoce cómo estaban repartidos los apoyos entre los nobles, el pueblo, con vocación comercial, sintió mayor vinculación con el Reino de Castilla. La decisión se demostró sumamente acertada. Durante los siguientes años, frente al inmovilismo navarro, que en las últimas décadas del siglo XII solo había fundado San Sebastián (con el objetivo de obtener una salida al mar), Castilla promovió una ambiciosa reestructuración del territorio. La fundación de un total de veinticuatro núcleos, en algunos casos se trataba solo de la concesión de la categoría de villa, asentó el dominio castellano en Guipúzcoa en la primera mitad del siglo XIII.

Además de para fortalecer su posición, los reyes castellanos vieron claro el potencial marítimo de levantar villas en la zona. Entre los años 1203 y 1237, los reyes Alfonso VIII y Fernando III impulsaron la creación de cuatro localidades costeras –Fuenterrabía, Guetaria, Motrico y Zarauz– que en el futuro se revelaron cruciales para la presencia marítima del Reino de Castilla en el Cantábrico.

Si bien Navarra nunca renunció a sus reivindicaciones, solo Carlos II logró recuperar para su reino Guipúzcoa y Álava (1368), aunque fuera por un breve periodo. El navarro tuvo que desprenderse definitivamente de estas plazas en el pacto de amistad firmado con Enrique II en San Vicente (1373), entre otras cosas porque la nobleza local ya estaba plenamente integrada en Castilla.
Una fácil conquista en Álava

Hasta el siglo X la región de Álava era tan solo un territorio fronterizo del reino asturiano, donde se repetían las invasiones musulmanas desde el valle del Ebro. Cuando el dominio musulmán menguó en el norte de España, las coronas de Castilla y Navarra pusieron sus ojos en la región de Álava y desplegaron su influencia sobre los condes locales. En 1076, con el asesinato de Sancho IV de Pamplona, el rey Alfonso VI de León y de Castilla incorporó a su reino La Rioja, Vizcaya, Álava y, como ya hemos mencionado, parte de Guipúzcoa. No en vano, esta anexión y otras posteriores fueron solo de carácter temporal y hubo que esperar hasta principios del siglo XIII para que se produjera su unión definitiva a Castilla.

Entre 1199 y 1200, la preeminencia navarra sobre Álava sufrió un vuelco en el contexto del mencionado episodio bélico contra Castilla. El rey Alfonso VIII de Castilla conquistó por la vía militar Vitoria y parte de Álava. Tradicionalmente se ha creído que el dominio castellano sobre Álava fue previamente negociado con los nobles alaveses, descontentos con la política de los reyes navarros de fundación de villas. Al menos eso ha sostenido la historiografía clásica. Según defiende el profesor de la Universidad del País Vasco Jon Andoni Fernández de Larrea (autor del estudio «La conquista castellana de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado»), no está demostrada esta colaboración porque, «si bien la teoría de la colaboración es posible, no cuenta actualmente con ninguna prueba sólida, sólo con conjeturas e hipótesis indemostrables y documentos falsificados».

El origen de esta teoría estaría en un texto del siglo XVI donde se narra por primera vez cómo, al invadir Alfonso VIII Álava, los guipuzcoanos –ofendidos por desafueros desconocidos que les habría infligido el rey de Navarra– decidieron transferir su fidelidad al monarca castellano. «Con posterioridad la bola de nieve fue creciendo...».

También es importante mencionar que el territorio dominado por el Señorío de Arriaga, cerca del 40% de la actual Álava, fue independiente a Castilla hasta su autodisolución en 1332, fecha en la que se produjo la entrega voluntaria de las tierras de la Cofradía a Alfonso XI. En contrapartida a la autodisolución de esta institución de orden feudal, los hidalgos alaveses obtuvieron de Alfonso XI el reconocimiento de un estatuto jurídico privilegiado. La adhesión a Castilla se puede considerar plena desde el siglo XIV, salvo por un breve periodo de la guerra civil castellana en el siglo XIV entre Pedro I y Enrique de Trastámara, durante la que Carlos II de Navarra retuvo bajo su corona a las villas más importantes de Álava.
Vizcaya, un baluarte militar para Castilla

En el periodo de los Tercios de Flandes, cuando se hablaba de vizcaínos se hacía referencia a cualquier habitante procedente de las regiones vascas. Una demostración del protagonismo que adquirió el Señorío de Vizcaya en la incipiente Monarquía hispánica. Pero mucho antes de su adhesión, al igual que en Álava y Guipúzcoa, los nobles de Vizcaya se vieron en la tesitura de si acercarse a la esfera de Navarra o a la de Castilla. En 1153 se inclinaron a aceptar la soberanía castellana, pero hacia 1160 volvieron a la obediencia pamplonesa. Alfonso VIII ocupó el territorio en 1199 (junto con Álava y Guipúzcoa) y puso fin a la soberanía navarra sobre Vizcaya.

En su caso, la influencia castellana se impuso antes que en el resto de territorios vascos y se puede afirmar que el señorío de Vizcaya ya estaba completamente integrado al Reino de Castilla desde 1379. Y es que, desde el siglo XII, los reyes castellanos habían efectuado continuas alianzas con los señores de Vizcaya para sus empresas en la Reconquista. En agradecimiento a su esfuerzo bélico, los monarcas castellanos dispensaron numerosos cargos, honores y estados a los nobles vizcaínos. Fue, por tanto, una región históricamente beneficiada y cuidada por Castilla. Hacia 1330 el infante Alfonso de la Cerda consideraba que Álava, Guipúzcoa y La Rioja eran aún «propiedad» navarra, pero ya no decía nada de Vizcaya ante la alta penetración castellana.

A nivel político, el Señorío de Vizcaya era heredado por los sucesivos descendientes de la familia López de Haro, de origen navarro pero afiliación castellana, hasta que en 1370 recayó por herencia materna en el infante Juan de Castilla, permaneciendo desde entonces el señorío vinculado a la Corona, primero a la de Castilla y, luego, a la de España. La única condición era que el señor de turno jurase defender y mantener los fueros del señorío (los fueros de Vizcaya), que en su texto afirmaban que los vizcaínos podían desobedecer al señor que así no lo hiciera.































domingo, 20 de noviembre de 2016

La judería de Madrid

Cuando, tras visitar Toledo, Córdoba o Girona, los turistas judíos llegan a Madrid, suelen preguntar a los locales dónde se encontraba la judería de la ciudad. Algunos responden con el silencio o un avergonzado "no lo sé". Otros contestan que en Lavapiés, la creencia más extendida, pero falsa. Y es que, tras siglos sepultada y desconocida, la huella judía en Madrid sigue cubierta de un manto de leyenda y misterio que historiadores, arqueólogos y documentalistas tratan de desmontar en los últimos años a golpe de rigor.

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"La realidad es que, aún a día de hoy, se sabe poco sobre el pasado judío de Madrid", reconoce Enrique Cantera, catedrático de Historia Medieval de la UNED especializado en judaísmo medieval. ¿Qué se puede dar por seguro? Se tiene constancia de presencia judía en la ciudad al menos desde que fue tomada por los cristianos en 1085. Alfonso VI había conquistado justo antes la Toledo musulmana y desde allí se desplazaron a Madrid cristianos y judíos. Por eso la mayoría de judíos madrileños tenía origen toledano.

Al llegar se instalaron junto a la muralla árabe, en un pequeño y pobre arrabal sobre el que ahora se alza -para desgracia de los arqueólogos- la Catedral de la Almudena. Lo dicta la lógica porque el resto de juderías de Castilla estaban situadas fisicamente cerca de la realeza y, justo al lado, estaba el famoso Alcazar, incendiado en 1734 en el espacio que ahora ocupa el Palacio Real.

Pero, además, pocos metros más allá, donde hoy se levanta el nuevo Museo de las Colecciones Reales, la arqueóloga que dirige las excavaciones, Esther Andreu, ha encontrado tres pistas de presencia hebrea. La primera es un fragmento de cerámica con el dibujo de una menorá, el candelabro judío de siete brazos. La segunda, un hueco en la jamba de una puerta, típico de los hogares judíos, que sirve para adherir una cajita con la mezuzá, un pergamino con versículos de la Torá. Andreu también descubrió un sistema de cierre de las viviendas que permitía convertir la zona en un compartimento estanco y que ya existía en Toledo en la zona de los cobertizos. "Hay algún documento medieval que habla del 'Castillo de los Judíos'. Hay que entender que no se trataba de un castillo propiamente dicho, sino de un lugar protegido del resto de la población", señala Andreu. Lo que no hay son documentos "con una descripción de la judería o la ubicación de la sinagoga", precisa la directora del Archivo de la Villa de Madrid, María del Carmen Cayetano.

La arqueóloga Esther Andreu, ante la Catedral de la Almudena.
La arqueóloga Esther Andreu, ante la Catedral de la Almudena. ÁLVARO GARCÍA
¿Había judíos antes, en el Magerit musulmán? "Sin duda", se respondía recientemente Rafael Gili, profesor del Centro de Documentación para la Historia de Madrid de la Universidad Autónoma, en una conferencia sobre el pasado hebreo del Madrid medieval. Lo parecen probar dos documentos de antes de la conquista cristiana: una carta en la que Simeon Ibn Saul anuncia a su hermano la muerte de dos amigos judíos y una misiva enviada de Siria a Egipto en la que se pregunta por algún judío conocido en la ciudad.

Los judíos se dedicaban sobre todo al comercio, las finanzas y la artesanía. Sus tiendas estaban ubicadas en zona cristiana. Muy pocos lo hacían a las actividades agrícolas (generalmente en manos de mudéjares), si bien "algunos tenían viñedos propios en el extrarradio para poder hacer vino kosher", que debe estar elaborado por manos judías, explica Cantera. "Había hasta algún trapero, pero también una especie de élite judía, que se dedicaba al préstamo y cobro de impuestos", apunta Tomás Puñal, doctor en Historia Medieval por la UNED y referencia en el estudio del pasado hebreo de la ciudad. No alcanzaban el rango de "vecinos" de la ciudad y dependían directamente del Rey, que les protegía.

Bautizarse o morir

Todo esto se vino abajo en 1391, año del pogromo antijudío iniciado en Sevilla que dejó matanzas, saqueos y conversiones forzadas de judíos y que llegó a Madrid de manos de toledanos enfurecidos. Entraron a la judería por la hoy desaparecida Puerta de Valnadú, que justo esa noche habían dejado abierta las autoridades, y entre saqueos obligaron a sus habitantes a escoger entre bautizarse o morir. No hay cifras de víctimas o conversiones, pero diez años más tarde las monjas del convento que se erigía en la Plaza de Santo Domingo (derribado a finales del siglo XIX) se quejaban al monarca de que no podían cobrar 3.000 maravedíes de la aljama (como llamaban a la judería sus propios habitantes) porque los miembros que quedaban vivos habrían sido bautizados.

Dibujo del fragmento de cerámica con una menorá hallado.
Dibujo del fragmento de cerámica con una menorá hallado. VIOLETA ANDREU
No fue del todo así. La comunidad judía siguió activa en el siglo XV. Se dispersó a otros sitios, como Puerta Cerrada o la Puerta del Sol, hasta que en 1481 judíos y mudéjares fueron obligados a recluirse en sus propios barrios. Se calcula que entonces habría en la ciudad algo más de 200 judíos. Diez años después, los Reyes Católicos les forzaron a convertirse al catolicismo o marcharse. Algunos huyeron a Portugal, otros se bautizaron y no pocos abrazaron en público la fe cristiana mientras profesaban en privado la suya verdadera. Fue el fin de la judería.

Ahí es donde aparece la leyenda de Lavapiés. El barrio nunca albergó una judería porque no estaba construido antes de la expulsión de los judíos. Tampoco es cierto que el nombre de Lavapiés aluda a las abluciones que hacían los judíos antes de entrar en la sinagoga en la fuente que ocupó la plaza hasta el siglo XIX, sobre todo porque no son los judíos -sino los musulmanes- quienes hacen un lavado ritual antes de acceder a su lugar de oración. El historiador Puñal cree que la extendida y errónea atribución de la judería a Lavapies procede de la literatura romántica del siglo XIX, que buscaba orígenes míticos a algunos barrios, y del hecho de que bastantes de sus pobladores probablemente descendiesen de judíos conversos, como muestran algunos nombres gremiales de calles.