El periodista taurino José Antonio del Moral ha publicado recientemente un largo artículo sobre la visión que tiene de la trayectoria artística del torero José Tomás. Lo he extractado y lo pongo a continuación, por el interés que puede tener una opinión discrepante de la mayoría.
LA VERDADERA GUERRA DE JOSÉ TOMÁS
No es la que intentan explicar en el último número de la revista “6 Toros 6” donde persisten en defenderle a cualquier costa, sino la guerra que el de Galapagar sigue manteniendo consigo mismo por sus limitaciones que, a la vista está, cada vez le pesan más. Siempre le pesaron, nunca tuvo suficiente fuelle para resistir una temporada entera, de principio a fin. Ni siquiera en sus tiempos más fecundos. El que fuera su mejor apoderado, Santiago López, afirmó que al final de la campaña de 1997 ya quiso retirarse. El palmarés profesional de José Tomás dista infinitamente de los que lograron las más grandes figuras de cualquier tiempo.
Nos gustaría que José Tomás pudiera cumplir los requisitos que incumben a cualquier figura. Pero los incumple porque, aunque quisiera, no puede. Ni tiene el valor que exhibió algunas tardes, ni torea como toreó. Bastaría que se mostraran por televisión las imágenes de sus actuaciones más gloriosas de los años 97, 98 y 99 en la plaza de Madrid.
Ello explica que las demás figuras, que suelen protagonizar triunfos en plazas de importancia frente a corridas muy serias, no que las empresas paguen más dinero a José Tomás. Y de ahí las dificultades de no pocas empresas en contratar a Tomás junto a figuras de relieve.
El propio José Tomas sabe perfectamente que este año debería dar la cara en la feria de Abril en Sevilla, en la de San Isidro en Madrid, en la de San Fermín en Pamplona, en las Corridas Generales de Bilbao y en la del Pilar Zaragoza. Pero como no lo puede hacer, está intentado que lo que finalmente haga lo consideremos como algo ejemplar, propósito en el que le ayudan descaradamente artículos como los que se acaban de publicar en “6 Toros 6”.
Dijo Abraham Lincoln: “es posible engañar a todo el mundo algunas veces y a algunas personas, siempre; pero es imposible engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Afortunadamente, todavía quedan algunos aficionados que no se dejan engañar.
Si José Tomás tuviera más fuerza moral hubiera afrontado su situación con todas sus consecuencias. Pero como carece de todo ello, mejor sería que él mismo reconociera sus limitaciones y se presentara según está: Señores, yo ya no puedo hacer lo que hice y quien quiera verme que vaya. Pero eso no es lo que Tomás quiere que se piense de él. Lo que quiere es que creamos que es el torero más grande de todos los tiempos. Y eso es imposible.
La inminente temporada sería ideal si José Tomás se comportara como debiera. ¿O es que sólo por la fama que le regalan va a tener derecho a hacer lo que le de la gana? Muy mal ejemplo están dando a las nuevas generaciones de toreros quienes proclaman como más auténticos los planteamientos de campaña de José Tomas.
Cuanto lleva hecho desde que reapareció no se tiene en pie salvo sus llenos en las plazas de España y de Francia donde actuó y, sobre todo, lo que su vuelta supuso para revitalizar la Fiesta en Barcelona. De lo de América, salvo su tarde de reaparición en La México, casi nada de lo que se proponía. Y por lo que respecta a su primera etapa como matador de toros, salvo las temporadas de 1997, 1998 y 1999, un continuo desertar de sus responsabilidades.
Incluso en sus mejores campañas ya aludidas, hubo tres grandes manchas. Aduciendo un parte facultativo leve que pretendió convertirlo en grave, se fugó del corridón de Atanasio en la feria de Bilbao de 1998 en la que debería haber competido con Enrique Ponce para reaparecer al día siguiente en Málaga con una gatada de Osborne, también con Ponce en el cartel. Estrepitoso fracaso en la feria de San Isidro de ese mismo año con toros del Conde de la Corte con los que mostró su falta de técnica y de oficio ante esta clase de ganado. Y nueva fuga en San Fermín de 1999 de otro corridón, éste de Capea, y otra vez con Ponce como competidor para reaparecer un día después en su Barcelona.
Barcelona fue el gran refugio de José Tomás. Porque en el 2000, año en que pensamos que necesariamente tendría que alternar con Ponce y El Juli en todas las plazas de primera, optó por no comparecer en ninguna. Ni en las Fallas, ni en Sevilla, ni en Madrid, ni en Pamplona, ni en Bilbao, ni en el Pilar de Zaragoza. Prefirió hacerlo en plazas de menor categoría aunque tapándose con sus cuatro famosas corridas triunfales en Barcelona y con dos más en San Sebastián. Sobre sus grandes éxitos en ambos cosos, se apoyaron muchos en la defensa del torero, obviando las clamorosas ausencias en los más comprometidos. Y ahí empezó la decadencia.
La temporada 2001 la salvó con dos discutidas salidas a hombros por la Puerta del Príncipe. Un crítico tan afecto como Javier Villán escribió en “El Mundo” “Cierren esa Puerta, por favor”. Lamentablemente, para salvar la cara en San Isidro, se enfrentó - ¡por fin¡ - a una corrida de Aldolfo Martín seleccionada por él mismo tras rechazar las reses que tenía reseñadas el ganadero y su fracaso se consumó con un toro al corral.
En la temporada de 2002 repitió en Sevilla pero no triunfó en ninguna de sus tres corridas. El declive de Tomás era ya evidente. Empezó a buscar descaradamente ganado comodísimo en todas partes. Hasta en Barcelona se atrevió a llevar una impresentable corrida de Zalduendo pensando en que sus incondicionales de la Ciudad Condal iban a tragar, cosa que no sucedió sino todo lo contrario. José Tomás no lo resistió y, tras un sonoro fracaso en la feria de Murcia, se marchó dejando plantados sus fieles que habían acudido para verle a la plaza de Albacete.
Así que el supuesto “pasado glorioso” de José Tomás que ahora se esgrime como inalcanzable lo podríamos entender solamente gracias a sus indiscutibles grandes obras de aquellos tres años inolvidables. Solo por eso se puede afirmar sin miramiento alguno la real importancia de José Tomás en el toreo. Un modo de torear insólito y a la vez limpio, templado, sugerente, sin atropellos ni enganchones. Puesto en ese sitio que, por cierto, ya casi nunca pisa de entrada como entonces. Dispuesto y relajado, quizá algo inseguro porque torear así no es para menos. Pero más fresco que una lechuga y ojo avizor hasta consumar sus creaciones con una espada, que en esto sí, casi nunca falló y de ahí que amarrara tantos trofeos. Tal y como suele ocurrir ahora porque, en la suerte suprema, Tomás continúa siendo fiel a sus comienzos. Pero en lo demás, no.
Dentro de esta rotunda negación, hay que hablar sobre todo de la birria de toros con que José Tomás pretende ahora que se le valore como en sus días más felices.
Quizá también fue con el toro más o menos “a modo” con el que Tomás logró su máximo nivel. Pero, al menos, sus toros de entonces en plazas de relevancia tuvieron trapío sobrado. Por ejemplo, los dos de Garcigrande que cuajó en Las Ventas en la Corrida de la Beneficencia de 1999. No se pude decir lo mismo, por desgracia, de los Garcigrande que mata ahora. Como tampoco de los de sus otras tres o cuatro vacadas favoritas que, para colmo, dicen que elige muy personalmente en cada finca.
Durante la etapa que lleva cubierta José Tomás, la decadencia de las ganaderías de Miura, Pablo Romero y Conde de la Corte dio paso a las de Victorino Martín y, últimamente, a la más encastada de Fuente Ymbro, para que los que quieran hacer un gesto torista se anuncien con ellas. Pues bien, Tomás todavía no ha matado ni uno solo de estos toros. No es de chocar, entonces, los enfados de Ponce, de El Juli y de El Cid. ¿Y qué hace José Tomás para evitar estos gestos? Pues pedir un dineral imposible por torear y negarse a que le televisen.
Y en cuanto a su elección de escenarios, casi siempre lo mismo. A la durísima feria del Pilar José Tomás no acude desde el año 1997. A las Corridas Generales de Bilbao, desde 1998. A los Sanfermines de Pamplona, desde 1999. En sus ocho temporadas como matador de toros antes de que se retirara en Murcia, solo acudió a tres ferias de abril en Sevilla: en 1999, 2001 y 2002. A la de Fallas, solamente a otras tres: 1997, 1998 y 2002. Y a la de Julio en Valencia, solo a dos: 1998 y 2002. Una pobrísima historia. Algunos siguen comparándole con Joselito, con Belmonte, con Manolete, con Antonio Ordóñez y despreciando a todos los grandes que llegaron después hasta los de nuestros días. De risa por no decir de llanto.
Se puede tener admiración por las grandiosas faenas que hizo José Tomás en sus años más felices frente a toros serios en plazas importantes. Pero, de eso a postrarnos ante lo que hizo cuando empezó a decaer y a lo que está haciendo ahora, hay un paso al que nos negamos.
Hasta aquí llega el largo extracto del aún más largo artículo de Del Moral, a quien presencié en el Pregón Taurino de Jerez en 2005, en la Bodega Domecq, y con quien compartí tertulia radiofónica en mayo de 2007, en el Hotel Jerez. Volvimos a coincidir en octubre pasado en una entrega de premios en el Consejo Regulador. Su libro "Cómo ver una corrida de toros" lo tengo habitualmente en mi mesilla de noche; es el libro taurino más editado después del Cossío.
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