jueves, 13 de enero de 2022

A Benajima, en Arcos de la Frontera

En tiempo de invierno, en enero, hemos decidido realizar una marcha a pie para visitar la laguna de Benajima en el término de Arcos de la Frontera. Es un humedal gaditano con nombre de fuerte raigambre árabe.

La ruta comienza pasado el punto kilométrico 16 de la carretera A-372, de Arcos a El Bosque. Es un cruce de la carretera con una pista de tierra, antiguo camino de Algar a Villamartín. Si tomáramos a la izquierda llegaríamos a Las Pedrizas, y por ahí a Villamartín, pero vamos a tomar a la derecha y unos letreros nos indican que es el camino que va hacia la finca El Soto y hacia La Higuera.

Una vez tomada esta pista de tierra, a la derecha vemos en lo alto de la loma la casa del Pan de Higo. El paisaje en esta época del año presenta una dulzura visual que puede recordar al de la campiña inglesa. En realidad, cualquier época es buena para salir al campo.

Junto al camino podemos ver algunos ejemplares de lentisco bien desarrollados; tampoco faltan los palmitos. La alambrada del borde izquierdo se sustenta con palos o estacas de acebuche, como siempre fue tradicional en el campo andaluz, aprovechando la valiosa cualidad de esta madera de ser imputrescible, con lo que las estacas duran hincadas en el suelo muchos años, más que los postes de hierros que sucumben a la oxidación.

El sembrado presenta entre el verde unos surcos negros de tierra recién levantada. Es el destrozo que hacen los jabalíes, que ya constituyen una auténtica plaga para los campos de cultivo y para los de pasto.

A la izquierda hay una finca de aprovechamiento ganadero donde vemos una piara de cerdos ibéricos, con sus hocicos agudos y sus orejas caídas tapándole los ojos.

También a la vera del camino, algunos ejemplares de acebuche muestran orgullosos su porte, ganado a lo largo de muchos años, quizás cientos.

Seguimos y unos metros más adelante, a la izquierda, observamos un pozo con unas pilas anejas, las dos primeras de piedra caliza y luego una larga de hormigón en forma de medio tubo, artesanía cantera junto a manufactura moderna.

Cuando llevamos recorridos novecientos metros desde la carretera llegamos a la colada del Palo en el punto en que está la entrada al cortijo El Soto, entrada cuya cancela impide el paso por lo que fue siempre un camino público que por ahí llevaba a Algar. Cogemos dicha colada del Palo para la izquierda; se trata de la vía pecuaria que unía Arcos con Ubrique antes de que se construyera el embalse de los Hurones.

Cruzamos el arroyo de la Parra, que a partir de aquí lo vamos a ir viendo a la derecha, paralelo al camino, durante un kilómetro y medio mientras dejamos a la derecha las tierras de la Carrascosa.

El camino tiene a veces tramos rectos en los que llanea agradablemente, mientras lo acompañan quejigos que en esta época muestran sus características agallas.

También abundan las encinas. Algunas se presentan mancas de sus ramas principales, a consecuencia de podas agresivas realizadas cuando se carboneaba.

La colada sufre en algunos puntos estrechamientos, por invasión de las fincas colindantes. La que tenemos a la izquierda se conoce como Rodahuevos.

Así mismo vemos en otros puntos un ensanchamiento muy localizado, más bien recuperación de su anchura original, posiblemente obligado por necesidades de la entrada a la finca limítrofe.

La marcha incluye cuestas que hacen forzar la respiración, pero no son nada del otro mundo.

A la izquierda descubrimos un abrevadero, hecho de obra y posiblemente surtido por un pozo de sondeo.

En ese mismo punto, a la derecha se ve un abrevadero hecho de hierro y con carácter portátil, que se nutre con lo que aporta un tubo de goma que, travesando el camino, viene del abrevadero de la izquierda.

Unos metros más arriba aparece a la izquierda un pozo, con brocal de ladrillo, del que ahora pensamos que puede salir el agua que los animales beben en el abrevadero que hemos visto antes.

Hay un desvío a la izquierda que lleva al Cortijo Sierra y Lago pero nosotros seguiremos de frente.

Afrontamos un último repecho a la altura del paraje llamado la Roza Larga, que es lo que vamos dejando a la izquierda.

La cuesta abajo, caritativa, nos enfila al último desvío, que sí cogeremos. A lo lejos, en el horizonte, vemos a la izquierda el perfil de la Sierra de la Silla.

Llegamos a un punto donde a la izquierda sale un carril que, tras doscientos metros, nos llevará a la laguna.

En el comienzo de este carril hay una doble fila de pacas grandes de paja vieja.

Quedan ya pocos metros para llegar a nuestro objetivo, con un espacio algo abierto y un cerro, la loma de Los Gallegos, al fondo,

pero antes de llegar giramos la vista a la izquierda y, a una distancia corta, vemos un abrevadero en cota un poquito más elevada que nosotros.

Llegamos, por fin, a la laguna de Benajima. Se trata de una laguna endorreica porque no tiene salida del agua y se llena básicamente con las lluvias. Muy próximo a ella pasa el arroyo de Benajima, que pese a la identidad de nombre no funciona como canal de desagüe. Los endorreísmos constituyen sistemas ecológicos con características propias, derivadas de su temporalidad, de sus ciclos estacionales.

El nivel del agua está bajo porque ha llovido muy poco en lo que va de invierno.

La laguna está repleta de plantas acuáticas, principalmente la enea.

A la derecha, mirando conforme hemos llegado, pasa un camino.

Una sorpresa poco agradable nos interrumpe en nuestro recreo visual; es una cárcava que se está aproximando a la orilla de la laguna. Si avanza, y llega a romper el dique perimetral, el agua saldrá por ahí y no podrá alcanzarse un nivel óptimo aunque llueva mucho. Lo malo es que parece que esta cárcava ha sido producida artificialmente.

Toca volver.


Entre la ida y la vuelta habremos hecho nueve kilómetros y medio. Es un buen ejercicio.

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