jueves, 18 de junio de 2020

La Inquisición

La Inquisición medieval

La primera inquisición fue creada en Francia en 1184 para destruir a la herejía cátara y en 1249 se implantó en el reino de Aragón por la introducción de los cátaros, pero mucho antes ya existieron tribunales para combatir las distintas desviaciones. En Inglaterra se instauró a principios del siglo XIII. En 1252 se permite en los tribunales eclesiásticos el uso de la tortura, que ya se venía utilizando en los civiles; aunque en ésos la confesión no libraba de la muerte, en aquéllos sí.

En tiempos del rey Juan II de Castilla, en 1442, tuvo ya la Inquisición una intervención firme en un caso de herejía. Sucedió en Durango, donde aparecieron los primeros brotes de un movimiento herético. El promotor era el franciscano Alfonso de Mella, quien logró fugarse a Granada. El obispo de Santo Domingo de la Calzada llevó a cabo el proceso y condenó como herejes a los acusados. El monarca ordenó que se les aplicase la pena capital: unos fueron quemados en Durango; otros, en Santo Domingo de la Calzada, y un tercer grupo, en Valladolid, donde residía la corte.

El Santo Oficio

El Santo Oficio fue creado en 1478 por el papa Sixto IV, a petición de los Reyes Católicos, para combatir los focos judaizantes que se habían localizado en el arzobispado de Sevilla (en Portugal el Tribunal de la Inquisición empezó en 1536 y en Italia, en 1542). Los primeros inquisidores fueron nombrados en septiembre de 1480 (Miguel Morillo y Juan de San Martín), tras dudas iniciales, y en 1481 seis acusados de judeoconversos fueron juzgados en el castillo de San Jorge y quemados vivos en el cadalso de Tablada. El Papa, abrumado por la responsabilidad de haber autorizado un tribunal tan cruel, envió a los reyes en 1482 otra bula anulando la anterior, para tratar de controlar desde Roma la nueva Inquisición, y criticando la actuación arbitraria de los dos jueces ("encarcelaron injustamente a muchos, los sujetaron a duros tormentos y los declararon herejes sin fundamento suficiente, aun haciendo protestas de que son buenos cristianos"), pero el rey Fernando no estaba dispuesto a que tal instrumento, poderoso incluso en lo político, se le escapara de las manos y en julio de 1482 hubo un nuevo acuerdo o Concordato que permitió a la Inquisición reanudar su andadura. En contraste con la inquisición medieval europea, la Santa Inquisición fue estructurada como un tribunal subordinado directamente a la Corona y se implantó en toda España pero sin jurisdicción sobre los no bautizados.

En 1483 los Reyes Católicos nombraron a Tomás de Torquemada para el cargo de Inquisidor General de Castilla; su incansable actividad llevó a miles de personas al fuego y extendió el clima de terror. En 1492 ya existían tribunales en ocho ciudades castellanas y comenzaban a asentarse, con dificultad, en las poblaciones aragonesas.

El periodo de mayor persecución de judeoconversos se dio entre 1480 a 1530, con 60.000 personas procesadas; de forma exagerada se ha dicho que fueron ejecutadas 10.000 personas, aunque Henry Kamen rebaja la cifra a 2.000 personas hasta 1530. Los judíos exiliados empezaron a escribir contra la Inquisición. Los objetivos del Santo Oficio fueron ampliándose, desde 1540, a los pequeños grupos de protestantes y otras desviaciones de la ortodoxia. A partir de 1551 la Inquisición empezó a publicar su propio Índice de libros prohibidos, más extenso que el aprobado por la Curia Romana; esta actuació n inquisitorial sirvió como freno de ideas heréticas y libró a los reinos españoles de los sangrientos conflictos religiosos que asolaron toda Europa en los siglos XVI y XVII, aunque fomentó el retraso cultural de Castilla.

El Santo Oficio fue un mecanismo inherente a la Edad Moderna que no aceptaba como válidos los testimonios obtenidos por tortura. La cifra de muertes que causó el Santo Oficio en España fue muy inferior a la que produjeron las guerras de religión, que desangraron Francia, Alemania o Inglaterra durante los siglos XVI y XVII. Además, al centralizar el proceso persecutorio, dejaba menos margen a los brotes de ira popular tan característicos de Alemania o Suiza. El historiador francés Marcel Bataillon dice que «la represión española se distinguió por el poder del aparato judicial del que dispuso». El Santo Oficio, si bien causó menos derramamiento de sangre, dejó registrada la información detallada de cada ejecución y luego la propaganda inglesa, francesa y holandesa se encargó de exagerar algo que las inquisiciones protestantes realizaban con más violencia y en menos tiempo.

La Leyenda Negra

A raíz de la propaganda escrita por el líder protestante Guillermo de Orange la Inquisición española adquirió su fama de tribunal monstruoso, pese a que el odio religioso estaba presente en todos los rincones de Europa (los judíos procedentes de España y asentados en los Países Bajos contribuyeron a esa propaganda, aunque entre ellos también hubo comportamientos inquisitoriales). No mucho tiempo antes, la Universidad de la Sorbona de París trasmitió a los Reyes Católicos sus felicitaciones con motivo de la expulsión de los judíos como un síntoma de modernidad. De hecho, la mayoría de los afectados por el edicto eran descendientes de los expulsados siglos antes en Francia e Inglaterra. Pero otra cosa era diferente era perseguir a luteranos o calvinistas. En su «Apologie», Guillermo de Orange siente total indiferencia por los judíos pero critica la Inquisición por acosar a los protestantes españoles, ignorando que era un grupo minoritario (se ha calculado en 2.700 el número de protestantes perseguidos por la Inquisición española entre 1517 y 1648, la mayoría extranjeros). Sólo en la noche de San Bartolomé (1572) la orden del rey francés de asesinar a los protestantes congregados en París causó más de 3.000 muertos.

Antes de Orange, John Foxe, inglés exiliado en Holanda en tiempos de la católica María Tudor, escribió un libro sobre la intolerancia, cuya parte dedicada al Santo Oficio estaba repleta de errores y de falsedades. Foxe cita a víctimas de la Inquisición creyendo que son protestantes pero en realidad eran judíos o mahometanos, los cuales suponían el grueso de los muertos en la hoguera.

Fue la persecución protestante, mínima, la que llamó la atención en la Europa anglosajona sobre un tribunal encargado de juzgar un amplio grupo de pecados. Según los estudios de Jaime Contreras y Gustav Henningsen, entre 1540 y 1700 el Santo Oficio persiguió a 49.000 personas en 44.674 juicios (mientras en Portugal fueron procesadas 44.817 personas). Si se suman las cifra anterior y posterior, Joseph Pérez eleva el número total a 125.000 procesos durante sus 350 años en España. El 27% fue procesado por blasfemias y palabras malsonantes; el 24% por mahometismo; el 10% por falsos conversos; el 8% por luteranos; el 8% por brujería y distintas supersticiones; y el resto por otros asuntos como la sodomía, la bigamia, la solicitud de los sacerdotes, etc. La mayor parte de estos pecados eran igualmente sancionados como delitos en el resto de Europa a través de tribunales ordinarios.

Castigos

Entre los reos finalmente condenados, los castigos podían ir desde una multa económica, servir en galeras como remeros durante un tiempo específico, penas de prisión o, en los casos más graves, ser quemados vivos. Entre 1540 y 1700 las condenas a muerte se dictaron en un 3,5% de los casos. Sin embargo, sólo al 1,8% de los condenados se les aplicó efectivamente la muerte por hoguera; los otros fueron quemados en efigie, es decir, a través de un muñeco del tamaño de un ser humano que los representaba. En la mayor ejecución de la Inquisición, celebrada en 1680, fueron 61 los condenados a morir en la hoguera, de los cuales 34 eran estatuas en representación de los reos.

Otro de los errores más comunes es imaginar los multitudinarios autos de fe, que solían contar con la presencia de los Reyes y las autoridades, como lugares donde se presenciaban auténticas matanzas. En realidad, no se ejecutaba a nadie en estos actos, sino que los condenados a muerte, que comparecían ataviados con el tradicional sambenito, eran entregados formalmente a los tribunales reales encargados de ejecutar la sentencia más tarde y sin la presencia de las autoridades. Los miembros de la Iglesia no podían derramar sangre alguna y se limitaban a «relajarlos» al brazo secular, es decir, entregarlos a los tribunales reales. En caso de que se reconocieran su herejía los condenados a la hoguera eran estrangulados previamente mediante garrote vil. El número de los que realmente fallecían a consecuencia del fuego era muy escaso; buscando una cifra global de muertos, el número estaría en torno a los 5.000-10.000 muertos durante los 350 años de existencia del tribunal, si bien Geoffrey Parker se atreve a concretar hasta los 5.000 muertos, lo que supone un 4% de todos los procesos abiertos. Comparemos con las víctimas de la Inquisición anglicana, que sólo durante el reinado de Enrique VIII, según Vitorio Messori, llegaron a 72.000. En Ginebra (Suiza) Calvino gobernó desde 1541 hasta 1564 y bajo su inquisición murieran miles de personas inocentes.

Garantismo

Durante esos 350 años de historia, la Inquisición española fue un aparato muy efectivo en el control social de los súbditos, pero no fue el único ni el más violento. El hispanista Henry Kamen ha demostrado que al «comparar las estadísticas sobre condenas a muerte de los tribunales civiles e inquisitoriales entre los siglos XV y XVIII en Europa: por cada cien penas de muerte dictadas por tribunales ordinarios, la Inquisición emitió una».

Volviendo sobre la metodología, la Inquisición ofrecía unas garantías procesales más amplias que los tribunales ordinarios y mataba menos. Recurría a la tortura en escasas ocasiones y siempre bajo supervisión de un inquisidor que tenía orden de evitar daños permanentes, a menudo junto a un médico, en contraste con las salvajes torturas aplicadas por la autoridad civil. El desarrollo de la tortura era registrado escrupulosamente por los secretarios, incluyendo los quejidos y exclamaciones proferidas por las víctimas. Además, el Santo Oficio tenía un manual de procedimiento que prohibía muchas formas de tortura usadas en otros sitios de Europa y por los tribunales ordinarios. Las confesiones obtenidas durante el tormento no eran válidas por sí mismas y debían ser ratificadas, fuera de él, en las veinticuatro horas siguientes.

Las brujas

En España tuvo escasa incidencia la persecución de la brujería, vinculada casi exclusivamente a mujeres de baja extracción. La actuación del tribunal se encaminó a la reinserción de las acusadas en el seno de la Iglesia más que a la pena de muerte, aunque también se registraron algunas ejecuciones en la hoguera. Como ejemplo de condena benigna, una mujer llamada Isabel García en 1629 confesó en Valladolid habérsele aparecido Satanás, con quien pactó la recuperación de su amante, y fue sólo castigada a abjurar y a cuatro años de destierro. En la Corona española los tribunales civiles contaban entre sus funciones «la represión de la superstición», con lo cual la mayoría de casos pasaron por sus manos (como en Logroño por el caso Zugarramurdi). Según cálculos del historiador alemán Wolfgang Behringer, la persecución provocó en toda Europa entre 40.000-60.000 víctimas por brujería, donde las ejecutadas en Portugal, Italia y España (aquí 59 brujas quemadas en tres siglos y medio, después de 125.000 causas)llegan a 500 o, según otros, a 100. En la primera parte de la Edad Moderna, Francia habría ejecutado a 4.000; Suiza, a entre 4.000 y 10.000; Dinamarca-Noruega, a 1.350; Inglaterra, a varios miles y Alemania, al menos a 25.000 (aunque, según otros autores, en este país sólo en el siglo XVII fueron ejecutadas 100.000 brujas).

Última etapa

La Inquisición contó siempre con el apoyo de las clases populares pero durante el siglo XVIII hubo una disminución de la actividad de la Inquisición, algo orientada contra la masonería, y muchos privilegios de los inquisidores fueron suprimidos. La última persona condenada a muerte por la Inquisición fue María de los Dolores López, posiblemente representada por Goya y ahorcada en Sevilla el 1781 (un año antes de que en Suiza se decapitase a la última bruja de Europa occidental mientras que en la Europa oriental se seguirían ejecutando). En España la Inquisición fue abolida por las Cortes de Cádiz en 1813, restaurada por Fernando VII y abolida definitivamente en 1820; en Portugal fue abolida en 1821 y en Italia, en 1908.

Addendum: el último hereje condenado

Cayetano Ripoll fue acusado de no creer en los dogmas católicos y condenado a muerte por hereje en Valencia en 1826. No fue condenado por el Santo Oficio (porque en 1826 no existía), sino por la ilegal Junta de Fe de la diócesis de Valencia, creada por el arzobispo Simón López para que ejerciera las funciones del extinguido tribunal. Fue el último ejecutado en España por el delito de herejía.






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