A comienzos del siglo I a.C., la Península Ibérica estaba sacudida por la primera guerra civil romana que enfrentaba al rebelde general Sertorio con las tropas republicanas lideradas por Metelo y Pompeyo. Una de las legiones de ambos bandos en liza encontró en el castro de Villasviejas de Tamuja (Botija, Cáceres), un promontorio fortificado que había sido poblado al principio de la Segunda Edad del Hierro por una comunidad vettona, el lugar idóneo para establecer su base militar. Se registró una especie de fusión entre el asentamiento y la guarnición ocupacional, pero el sitio fue abandonado de forma precipitada poco tiempo después.
Analizando la distribución del oppidum para recabar pistas sobre el modo de vida de estas sociedades del oeste peninsular anteriores a la romanización, los arqueólogos del Proyecto MINARQ, impulsado por el Instituto de Arqueología de Mérida, han hallado los vestigios de los barracones y la estructura del campamento militar romano. El descubrimiento se ha registrado combinando una serie de técnicas innovadoras y no destructivas, sin necesidad de excavar el suelo, y que han permitido obtener una imagen fidedigna de la distribución y evolución del yacimiento.
"Los resultados muestran una planta bastante regular, con habitaciones en batería de 5x5 metros flanqueadas por calles. Pensamos que hay que interpretarlo como una arquitectura especializada, no residencial", explica Victorino Mayoral, director de los trabajos. Al ser Villasviejas un asentamiento estable —la primera ocupación humana se remonta al siglo IV a.C.—, la presencia de un contingente romano sugiere, según los expertos, que tuvo que haber algún tipo de pacto entre los soldados y las élites locales para incrustar el campamento dentro de la comunidad.
Estos datos recogidos gracias al empleo de métodos geofísicos —prospección con georradar, ondas geomagnéticas, tomografía eléctrica e inducción electromagnética—, que permiten radiografiar el suelo y ver qué se esconde debajo, sumados a las excavaciones en las tres necrópolis cercanas al yacimiento que realizó el equipo de la investigadora Francisca Hernández en los año 90 y que arrojaron el hallazgo de enterramientos tardorrepublicanos con atalajes de caballo, accesorios para la higiene de tipo itálico, espadas, escudos o armas, hacen que la presencia militar romana sea "casi una certeza". "Las excavaciones de la próxima campaña tienen que confirmarlo", dice Mayoral.
Urbanismo complejo
El Proyecto MINARQ (Arqueología de Mínima Invasión) pretende documentar en Villasviejas cómo era la distribución intramuros y la estructura defensiva de estos asentamientos de la Segunda Edad del Hierro, sobre los que no se conoce demasiado. Los vestigios del castro, de siete hectáreas, que estaba rodeado por una muralla defensiva y dividido en dos recintos —uno A, al norte, datado del siglo IV; y otro B, al sur, más tardío—, ofrecen unas condiciones ideales para recurrir a una metodología no invasiva gracias a su superficie plana y escasa forestación que presenta el terreno, empleado para el cultivo agrícola durante siglos.
Radiografiando el suelo con los métodos geofísicos y de teledetección, que explican, por ejemplo, por qué hay zonas de tierra que amarillean antes —este fenómeno indica que ahí debajo hay un muro y las raíces de las plantas no pueden penetrar tanto—, los expertos han podido construir un mapa del sitio con sus espacios construidos, habitaciones, patios cerrados y viales y espacios abiertos. Estos sensores actúan como unos ojos que pueden ver distintas cosas y que combinados vierten un análisis en conjunto.
"El paisaje urbano que dibujan estos métodos es muy complejo, está muy bien edificado. Se trata de una historia muy larga, de varios siglos de ocupación", señala Victorino Mayoral. Durante los dos años y medio de investigación se ha prospectado con estas tecnologías la mitad de la superficie de Villasviejas. "El precedente de las ciudades romanas son estos poblados, que surgen durante la conquista mezclando las imposiciones de los invasores con los intereses de las comunidades indígenas", añade el arqueólogo. Calculan que allí habitarían en torno a unas 2.000 personas.
Las diferencias entre la anatomía del recinto A, vertebrado en torno a una gran calle que se despliega desde la entrada principal y con una evolución a lo largo del tiempo hacia un espacio mucho más complejo, y el B también son llamativas. En esta zona sur, además del campamento romano, sobresale un edificio compacto, de planta cuadrangular, que comulga con los modelos tardorrepublicanos de la Península Ibérica que se utilizaban como almacén.
¿Tamusia?
Además de identificar la finalidad de los espacios —cuáles estaban destinados al culto y cuáles eran de carácter señorial, por ejemplo—, averiguar cómo fueron construidos y compararlos con otros yacimientos del entorno, una de las incógnitas que los investigadores deben desentrañar es la hipotética identificación de Villasviejas con la ceca de Tamusia, un centro de acuñación de moneda. Las fuentes históricas no refieren nada sobre este establecimiento numismático, pero sí la arqueología.
En concreto, se han hallado dos series de monedas en Villasviejas o en los alrededores: una con inscripciones celtibéricas y otra bilingüe que añade letras en latín. "Unos expertos piensan que es la soldada con la que se pagaba a las tropas y otros la retribución por explotar las minas de la zona", revela Mayoral sobre las distintas hipótesis, aunque recalca que este territorio de Lusitania y el mundo vettón no tenía una economía basada en el dinero. "Hasta el momento no se ha encontrado in situ ninguna evidencia de acuñación de moneda". El castro cacereño aún tiene muchos secretos que desvelar.
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