En la zona de la Meseta noroccidental, entre las cuencas del Duero y el Tajo, se hallan unas esculturas de granito que representan toros, cerdos o jabalíes. Hay unas cuatrocientas documentadas en España y veinte más en Portugal. Llamadas genéricamente verracos, fueron talladas principalmente en la Segunda Edad del Hierro y se atribuyen al pueblo celta de los vetones. Éstos pudieron tomar esta tradición escultórica de los iberos del sureste peninsular, bien relacionados con los griegos y fenicios y que labraron imágenes de animales mitológicos en caliza y arenisca. No obstante, se trata de una cultura que se siguió desarrollando en época romana, hasta el siglo II.
No tenemos documentos escritos que hablen de estas esculturas antes del sigo XIII. El Fuero de Salamanca, redactado en torno al siglo XIII, contiene la primera referencia a un verraco. Se trata del toro de piedra situado en el puente romano sobre el río Tormes a su paso por la ciudad. Fue designado como elemento delimitador; si un delincuente lograba alcanzar aquel punto, sus perseguidores deberían abandonar la persecución, salvo que fueran autoridades del concejo.
Se trata de un fenómeno único, sin igual fuera de la Península Ibérica. Al ser elaborados los verracos a lo largo de seis siglos y aparecer casi todos descontextualizados, su estudio ha sido problemático, en especial al buscar qué misión tenían. Un equipo de la Universidad Autónoma de Madrid, formado por dos arqueólogos y una geoquímica, los ha estudiado durante seis años. Han analizado ciento cincuenta y ocho verracos con un programa informático de la Universidad de Oslo.
Identificaron tres formas de tallar los verracos. El primer grupo tiene mayor tamaño y realismo; son fundamentalmente toros y fueron tallados en el lugar con mazas de canteros y cinceles. El segundo grupo, de tamaño medio y formas más sencillas, lo forman jabalíes o cerdos en actitud de ataque, siendo algunos esculpidos en talleres distantes. Los del tercer tipo son muy pequeños y contaban con inscripciones romanas, siendo labrados con instrumentos característicos de la romanización.
Asimismo, las funciones de estos animales también son diferentes: los del primer grupo se habrían tallado como protección del ganado y los recursos naturales de la zona; los del segundo grupo, como defensa de la comunidad y de sus valores étnicos, apareciendo a finales del siglo III aC., en una época de las guerras cartaginesas; los del tercer grupo estarían destinados a un uso individual, a proteger las almas de los muertos.
La sorpresa, para estos investigadores, saltó cuando vieron que los toros de Guisando, de gran tamaño, no pertenecían al primer grupo sino al segundo. Los análisis mineralógicos identificaron varias clases de feldespato en los granitos utilizados para la elaboración de las figuras y probaron que los verracos llegarían a ser distribuidos a decenas de kilómetros de distancia. Probablemente esto tenga otra explicación y es que los toros han podido ser desplazados de sus lugares originales en tiempos muy posteriores, sin necesidad de asignarlos al segundo grupo; además su agrupamiento de cuatro figuras en un solo lugar indica que no están en el lugar originario, pues las figuras se solían poner aisladas. En total, el estudio ha relacionado ochenta y cuatro verracos con treinta y cuatro canteras.
En el castro de las Merchanas (Lumbrales, Salamanca) había dos verracos que, desde el siglo XIX, ocupaban sendas plazas del pueblo, uno en actitud hierática con una base reconstruida de cemento y otro en posición de ataque. Durante las excavaciones en el oppidum se descubrió una peana que los trabajos de geoquímica relacionaron con la primera escultura. Al restaurarla, el verraco cambió a posición de ataque como su compañero; eran gemelos. Probablemente estuvieran situados a la entrada del poblado para protegerlo.
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Hace 11 años
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