Ha pasado una semana y aún resuenan en mi cabeza las palabras del maestro Enrique Ponce. No sólo en mi cabeza: aún se comentan en las tertulias que al anochecer se forman en algunos bares del barrio gaditano de Santa María.
En la que fue casa del poeta José María Pemán no se cabía de atestada que estaba. Allí había gacetilleros y gente del toro; toreros y novilleros en activo; fuerzas vivas de la sociedad; curiosos; damas con un toque de distinción y sobre todo público aficionado. En Cádiz, ciudad tan maltratada desde el punto de vista taurino, quedan todavía muchos aficionados, personas con intención sana, con capacidad de sacrificio cuando hay que irse lejos para ver una corrida de toros. Es una verdadera lástima que la Tacita de Plata sea la única capital española sin plaza de toros.
Habían acudido también de los alrededores, de San Fernando, de Chiclana, incluso de Sevilla; de Jerez, poco pero selecto: don Álvaro Domecq y el que firma. La puntualidad fue exquisita, como corresponde a la personalidad del conferenciante y a la categoría intelectual del presentador.
El catedrático de Universidad don Andrés Amorós, crítico taurino de lujo, ofició de partener en la mesa redonda o diálogo público que se ofreció en la “señorita del mar”, como trasplante de una iniciativa que se lleva ya cultivando unos años en Sevilla. Avisó don Andrés que allí no se iba a tratar de la vida personal del torero ni se iban a recordar anécdotas de su ya largo historial. Lo que nos reunía era conocer el concepto que Ponce tiene de la Tauromaquia y las razones por las que ésta debe ser considerada arte.
El protagonista no podía estar mejor elegido pues no en balde don Enrique fue el primer torero que entró en una Real Academia de Bellas Artes, la de Córdoba, para la que leyó un discurso de ingreso, que se ha convertido en una pieza maestra de la teoría taurómaca. Hasta ahora, sólo Curro Romero ha engrosado la lista de toreros académicos (en la de Santa Isabel de Hungría, en Sevilla). Falta que consigamos poner un torero en Madrid, en la de San Fernando. El desarrollo de la ponencia iba a ser un resumen o repetición del contenido de aquel discurso de ingreso.
El maestro de Chiva desgranó su concepto artístico del toreo y justificó la necesidad del dominio de la técnica, asunto no artístico, como base para luego desarrollar una actividad artística, en el toreo y en lo que no es toreo. Todo esto lo intuíamos los que lo seguimos en su carrera, pero era una gloria oírlo mientras cuajaba en palabras sobre una mesa el ideal que lo impulsa en los ruedos a dominar al toro para convertirlo en instrumento y compañero de una pieza artística.
Como no es un simple teórico, no tuvo ningún empacho en ponerse de pie y realizar ante un público con los ojos bien abiertos los movimientos de que se sirve en su quehacer. Así, de esta guisa, nos explicó cómo se justifica ante los que murmuran que torea con el pico de la muleta, cuando él lo que hace es torear con la media muleta; o cómo es un error creer que hay más riesgo en citar a pitón contrario que en citar al hilo.
La charla, prevista para una duración de una hora, se prolongó hasta más de la hora y media y, por si fuera poco, la prohibición de coloquio fue saltada por los asistentes, que estaban deseosos de sacarle más y más reflexiones.
Durante el vino de honor el maestro no tuvo tiempo de tomar ni siquiera un refresco. La multitud no paraba de pedirle sin piedad autógrafos y fotos y más fotos. Me admiraba la docilidad con que él, torero de época, se prestaba a todas las peticiones. No había ni una pizca de divismo; su cara y su actitud parecían de niño de primera comunión.
Estábamos en la Plaza de San Antonio. En ella, según las investigaciones del doctor Boto, fue donde se celebró por primera en España una corrida de toros a pie, dando nacimiento a la tauromaquia moderna. Es una verdadera lástima, insisto, que la Tacita de Plata sea la única capital española sin plaza de toros. Ponce aprovechó sus últimas palabras ante los micrófonos para solicitar que pronto se realice allí una corrida conmemorativa, aunque sea con una portátil, como hace poco ocurrió en la Plaza Mayor de Salamanca. Él se ofrecía para actuar en el evento. Que nuestros ojos lo vean, y que sea así, pronto.
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