Un clásico. Veinte años y al fin está acabado.
A partir del jueves, el público podrá admirar su flamante Retrato de la Familia de Juan Carlos I en el Palacio Real de Madrid, junto a otras 113 obras, en la exposición «El Retrato en las Colecciones Reales. De Juan de Flandes a Antonio López».
Me parecía que tenía dignidad, plenitud, luminosidad y presencia. Tiene dignidad y las figuras tienen presencia y nobleza.
-¿Hubo alguna imposición en el encargo del retrato de la Familia Real?
-No. Han tenido una actitud tan considerada...
-¿Por qué se ha resistido tanto este cuadro?
-Algo que me ha atormentado todo el tiempo es dónde ubicaba a los personajes en el cuadro, la distancia entre las figuras. Está hecho a partir de fotografía, pero no de una sola. A la figura de la Reina le cambié el traje. En un momento me pareció que no funcionaba bien, que estaba un poco abarrotado de detalles. Lo hablé con Doña Sofía, vino con un traje distinto y lo cambié. Pero después he vuelto al primero. La única figura que ha permanecido en el sitio, y tal como la empecé -apenas unos leves cambios-, es el Rey. Aparece en el centro.
-Este retrato mide 3 por 3,39 metros. ¿Es su mayor cuadro?
-Sí.
-Pero, ¿en todos los sentidos?
-No se puede saber. Pero es un cuadro diferente a todos los demás. Ha sido una experiencia nueva para mí. Yo había hecho parejas, pero nunca una familia.
-Han pasado 20 años desde el encargo
-¿Le ha pesado continuar una tradición pictórica española de retratos reales con ejemplos tan espléndidos como «Las Meninas», de Velázquez, o «La Familia de Carlos IV» de Goya?
-No. Es una época distinta. El pintor vive de otra manera, no está metido en la vida de los Reyes. Es un problema pictórico. Yo lo he vivido así.
-¿Trabajar con fotografías y no del natural le complicó el trabajo?
-Sí, me ha complicado, me ha limitado, pero también me ha permitido hacerlo. Cuando me lo encargaron, sabía que tenía que hacerlo así o no lo hacía, dada mi manera de pintar. Si fuera Sorolla o un artista que tarda una semana en pintar un cuadro... Pero no es mi caso. Y yo quería hacerlo. Si otros pintores utilizan la fotografía, ¿por qué no voy a hacerlo yo? Yo deseaba pintar este cuadro y eso ha tirado de todo para continuar la pintura. En ningún momento me he cansado. A veces me he podido desanimar.
-¿Ha sido más una lucha con la pintura o consigo mismo?
-Con la escultura del hombre y de la mujer que hay en el Reina Sofía me tiré en el estudio muchísimo tiempo, con muchísimas dudas. [Tardó exactamente 26 años] Y sin ningún deseo de dejarlo. Había algo que quería averiguar. Mi manera de trabajar es así. Lo que te hace continuar es la fe en que esa aventura es fascinante. Y trabajar en este cuadro ha sido una experiencia magnífica.
-Quería retratarla como una familia más, ¿no?
-Al principio del proyecto me dijo el Rey que querría que el cuadro representara a una familia española.
-Pero eso era imposible...
-Bueno, no hay cetros, no hay mantos de armiño, no hay coronas... Si caes de Marte y no sabes que es la familia de los Reyes, dirías que parece una familia más.
-¿Cómo queda la composición?
-El Rey coge suavemente de la espalda a la Reina. Ella está delante de él, la presenta en cierta forma. Está a su izquierda. A su derecha está la Infanta Elena, a la que coge por el hombro. Una cosa que me complicó un poco es que en el posado inicial faltaba la Infanta Cristina. Estaba de viaje. Vino otro día. El Príncipe se halla en el extremo derecho del cuadro y la Infanta Cristina en el izquierdo.
-¿De qué figura está más orgulloso?
-Lo que más me gusta del cuadro es su tono moral, ético; la limpieza y la nobleza que emanan de él. No es un cuadro de detalles, sino una lucha por conseguir un conjunto armónico.
-Inocencio X exclamó «Troppo vero!» al ver reflejada su alma en el retrato de Velázquez. ¿Dirán algo parecido los retratados en este cuadro?
-No sé si les va a gustar. Me encantaría que así fuera.
-José Luis Díez, director de Colecciones Reales, decía que en estos diez metros cuadrados está el mejor Antonio López...
-No sé si es el mejor Antonio López o no, pero es un Antonio López distinto. Hay una cosa muy buena de este cuadro y es que no hablo de mí de una manera directa. Mi pintura, como la de casi todos los figurativos, es muy autobiográfica. Como la mayoría de los cineastas y de los poetas. Y acabamos siendo unos pesados, hablando de nuestras alegrías y nuestros pesares. Ha acabado siendo eso el arte. En la «Gioconda» está Leonardo, pero es involuntario. Y en el «Juicio Final» está Miguel Ángel, pero es involuntario. Ahora es voluntario todo, todo es tu vida, tus intestinos, tus sentimientos... Que la obra trate de algo que nos corresponde a todos es algo sano.
-¿Es su obra menos autobiográfica?
-Pero yo creo que para bien. He querido armonizar lo que querían los demás con lo que yo podía ofrecer.
-¿Se planteó incluir a los entonces maridos de las Infantas, a Doña Letizia, a los nietos de los Reyes?
-Yo pregunté y me dijeron que no de una forma contundente. Pensaba incluirlos alrededor del cuadro.
-No ha querido enmarcar la escena en una sala palaciega...
-No, he hecho unos retratos como si fueran un grupo escultórico. El suelo, para que se posen en la tierra, y un fondo de pared. Toda la pintura es muy luminosa. Extremadamente luminosa. La luz entra en el cuadro y en los personajes y da carácter a la pintura. He intentado que el cuadro tuviera un mensaje luminoso. Sin mentir. Es lo luminoso que puede haber en la vida de unas personas.
-¿Ha sentido en estos veinte años la presión de Patrimonio Nacional por acabar el cuadro?
-No, nunca.
-Han pasado ya cinco presidentes por Patrimonio Nacional desde entonces...
-Me lo encargó Manuel Gómez de Pablos. En estos años me decían cosas, pero yo argumentaba y les convencía.
-De hecho, el cuadro ha estado tanto en su estudio como en el Palacio Real varias veces.
-Empecé el cuadro aquí, en mi estudio, luego me lo llevé al Palacio Real. Me lo volví a traer. Ellos me sugirieron que lo acabara allí. Y me he alegrado, porque he estado muy tranquilo, a gusto, pintando en el Palacio esta última etapa.
-Por curiosidad, ¿cuál ha sido la última pincelada del cuadro?
-Las últimas han sido en los rostros de algunas figuras. Trabajé en varias cosas a la vez en los últimos días y no recuerdo. Un hallazgo del final del cuadro es que he incorporado un reflejo del sol en la parte izquierda de la pintura. De repente vi un día que entraba un rayo de sol desde el jardín de Sabatini, que reflejaba muchísimo por un objeto metálico. Era mediodía.
-Cobró hace años los honorarios: 50 millones de pesetas. Hoy esa obra valdría muchísimo más en el mercado... ¿Se arrepiente de no cobrarlo ahora?
-Es una pintura que haría, no sé si gratis, pero no tiene mucha importancia el precio. De todas maneras fue para mí un buen precio. Tampoco pensé que iba a estar tanto tiempo trabajándolo. Me sentí muy honrado y muy feliz de que me encomendaran esta tarea.
-¿Encierra el cuadro algún lenguaje iconográfico, alguna simbología?
-Tiene algo que ver con lo religioso: la manera frontal de presentarse los personajes, con el Rey, protector, en el centro, puede aludir a la pintura bizantina.
-¿Está firmado?
-Sí.
-¿Y fechado?
-También. Lo he fechado: 1994-2014.
-¿Agotado, exhausto, feliz?
-He trabajado siempre con entusiasmo. Y cuando me cansaba, descansaba.
-Pero ha dicho en alguna ocasión que pintar este cuadro ha sido como escribir «Guerra y Paz».
-Bueno, pues sí, es un cuadro trabajoso, dificultoso. Pero ha sido una experiencia magnífica.
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