domingo, 13 de julio de 2008

Jerez en El Quijote

Este año de 2.005 se celebra el cuarto centenario del Quijote y cada cual se apresta a aportar lo que puede a los fastos. Todos quieren hacer suya esta obra principal pero más difícil resulta conseguir pertenecer a ella. Dado que “El Quijote” es el protagonista de estos días, enorgullece sentirse partícipe de su aventura, y el que puede arrima el ascua a su sardina; el lector lo confirmará con una simple ojeada a Internet. No obstante, este hecho no es nuevo: desde hace ya décadas, en Salamanca aparecen, situadas a lo largo de calles y plazas, placas rotuladas con citas cervantinas que recogen las referencias a la ciudad y a sus habitantes de “El Quijote” y otras obras del inmortal autor. Dichas placas constituyen tanto un homenaje al novelista como una muestra de orgullo y satisfacción por los elogios, recibidos en sus distintas facetas humanas y urbanas, de mano de una obra literaria cuyo conocimiento se extiende a lo largo de todo el mundo y de la historia.

No sólo Salamanca aparece recogida por la pluma del Manco. Las grandes ciudades andaluzas, Sevilla, Córdoba o Granada, no dejan de tener aquí y allá referencias a lo largo de la narración, aunque igual de interesante puede ser escudriñar qué pueblos o ciudades menos significadas merecieron la atención del autor para recogerlas de una u otra manera como puntos que van jalonando el trayecto literario del hidalgo manchego. Es interesante desde el momento en que tal trayecto del hidalgo es trasunto del geográfico y vital que recorrió el mismo autor; así, muchos consideran a Cervantes como un Quijote (aunque él se identifique también con otros personajes, verbigracia el canónigo) y, más aún, podemos apuntar la posibilidad de que Dulcinea fuera el personaje paralelo a su propia mujer, la manchega Catalina de Salazar. De manera que si Cervantes pisó, por ejemplo, Baeza o Vélez-Málaga, podemos ver cómo aparecen presentadas en algún lugar de la obra; así, en el capítulo diecinueve, de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, explica el licenciado: “Vengo de la ciudad de Baeza, con otros once sacerdotes; vamos a la ciudad de Segovia, acompañando un cuerpo muerto, que es de un caballero que murió en Baeza”. O en el capítulo cuarenta y uno, donde todavía prosigue el cautivo su suceso, uno de sus compañeros exclama, como lo haría el propio escritor tras su liberación: “Gracias sean dadas a Dios, señores, que a tan buena parte nos ha conducido. Porque, si yo no me engaño, la tierra que pisamos es la de Vélez Málaga”. Para calificarla de “tan buena parte” no constituía obstáculo el hecho de que Vélez-Málaga era donde estaba gestionando unos asuntos para la Hacienda que le costaron una denuncia pagada con prisión preventiva en la cárcel de Sevilla. Los malos recuerdos no eran suficientes para abatir su altura humana, si bien ésta se combinaba frecuentemente con buenas dosis de amarga ironía.

Podemos preguntarnos ahora: ¿y Jerez?, ¿aparece nuestra ciudad recogida en el texto de la primera novela de la literatura universal?, ¿hay alguna relación entre Jerez y “El Quijote”?. Pues bien, a estas preguntas podemos contestar afirmativamente y, a continuación, intentaremos justificarlo.

Una primera aproximación a la presencia de Jerez en Cervantes y “El Quijote” la contituye la persona de un jerezano poco conocido y que es digno de mayor relevancia tanto por su personalidad como por sus obras. Se trata de Pedro de León, jesuita que nació en Jerez de la Frontera en 1.545 y murió en la Casa Profesa de Sevilla el 24 de septiembre de 1632. Su familia era favorecida de vez en cuando por el Duque de Medina-Sidonia. Coincidió con Cervantes por primera vez en el Colegio de la Compañía de Jesús y entrado el siglo XVII volverán a coincidir los dos en la Cárcel Real de Sevilla aunque en distintos papeles: el uno como capellán, o asimilado, de la Cárcel y el otro condenado y preparando las palabras que escribiera en el prólogo de la novela allí “donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”. Posiblemente no preparó solo el prólogo sino que cada vez parece más claro que fue en la cárcel de Sevilla, y no en la Cueva de Medrano en Argamasilla, donde se escribió el grueso de la Primera Parte, cuya edición príncipe por ahora celebramos.

Según Félix Martel, por los años en que Cervantes paraba en la metrópolis un humanista jerezano, el canónigo Francisco Pacheco, dirigía la biblioteca de la catedral hispalense, donde se guarda el manuscrito de “La tía fingida”, novela ejemplar que llegó a ser publicada junto a una serie de poesías burlescas del mencionado Pacheco, aunque se puede atisbar que ejerció de negro don Miguel, quien por otro lado elogió ampliamente al jerezano en “La Galatea”. Esta relación personal se completa con la del pintor sanluqueño Francisco Pacheco, sobrino homónimo del canónigo y suegro de Velázquez, que probablemente retrató a Cervantes entre los personajes de un cuadro que representa a San Pedro Nolasco en el rescate de cautivos y se conserva en el Museo de Sevilla; este pintor conservaba una versión autógrafa del soneto cervantino a la muerte de Fernando de Herrera.

Metiéndonos en el contenido de la obra, la primera relación que debemos señalar, aunque todavía sea indirecta, entre la ciudad y “El Quijote” es un personaje ficticio. De Jerez es Martín (“Martín de Jerez”), el protagonista del cuento del alemán decimonónico Juan Fastenrath (traducido y versificado por Juan Valera), que recoge una leyenda similar a la de otro cuento escrito por Fernán Caballero, autora próxima a las tradiciones jerezanas. El personaje, comparado ventajosamente con don Juan Tenorio, es el protagonista de una fábula de la literatura oral popular española que para conquistar a su dama realiza una hazaña consistente en dejarse descender por una sima profunda, acción que fue copiada por Don Quijote al bajar a la cueva de Montesinos. Entra dentro de lo muy posible que fuera uno de aquellos dos jerezanos quien le contara a Cervantes el relato popular del temerario jerezano.

Ahora bien, una presencia directa de Jerez, a través de su paisaje, aparece en el capítulo dieciocho, donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su señor don Quijote, cuando al divisar dos rebaños de ovejas entre polvaredas, se nos dice: “Pusiéronse sobre una loma, desde la cual se vieran bien las dos manadas que a Don Quijote se le hicieron ejércitos. Pero, viendo en su imaginación lo que no veía, comenzó a decir: "En estotro escuadrón vienen los que beben las corrientes cristalinas del olivífero Betis; los que tersan y pulen sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo; los que gozan las provechosas aguas del divino Genil; los que pisan los tartesios campos, de pastos abundantes; los que se alegran en los elíseos jerezanos prados”. En un estilo culterano, propio de Don Quijote cuando habla como caballero andante, nos describe a los guerreros que divisa, entre los que destacan, tras los procedentes de Sevilla, Toledo y Granada, aquellos que habitan la provincia gaditana y luego muy en concreto los caballeros jerezanos. Cita a los prados, pero ¿como sinónimo de viñas o en el sentido de praderas, y campiñas en general, agradables de ver y vivir?. Los califica de elíseos, equiparándolos hiperbólicamente a los campos donde, en la mitología griega, habitan las almas de los hombres tras la muerte y, de hecho, en la literatura clásica no era rara la asimilación entre la sensación que provoca el vino y la situación del alma desligada de materia. Sin embargo el predominio de la viña en el paisaje jerezano es posterior a la época de los libros de caballería y a la de Cervantes porque su lugar estaba ocupado por el olivar y los pastos, lo que no obstaba para una inveterada fama de sus vinos; pero la expresión “alegran” alguien puede traducirla sin metáfora por “embriagan”. La explicación está en el gusto por el uso de palabras y frases con doble sentido muy propio de Cervantes cuando habla por sí mismo, como precursor del conceptismo, reservando el culteranismo como modo expresivo del ingenioso hidalgo (aunque en tal caso paradójicamente éste es el que habla).

Pero Jerez no sólo tiene naturaleza famosa. Sus hombres están a igual altura como testimonia el capítulo cuarenta y nueve, donde se trata del discreto coloquio que Sancho Panza tuvo con su señor don Quijote, cuando el canónigo, admirado de la extraña locura del hidalgo, que mostraba bonísimo entendimiento y sólo perdía los estribos en tratándole de caballería, hace de boca de Cervantes para criticar a los libros de caballería y ofrecer una digna alternativa: “¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa lectura de los libros de caballería?. Redúzcase al gremio de la discreción, empleando el felicísimo talento de su ingenio en otra lectura que redunde en provecho de su conciencia y en aumento de su honra. Y si todavía quisiere leer libros de hazañas y caballerías, lea en la Sacra Escritura el de los jueces; que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes. Un Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma...un Garci Pérez de Vargas, Jerez, cuya lección de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren. Esta sí será lectura digna del buen entendimiento de vuestra merced, señor Don Quijote, de la cual saldrá erudito en la historia, enamorado de la virtud, enseñado en la bondad, mejorado en las costumbres, valiente sin temeridad, osado sin cobardía y todo esto para honra de Dios, provecho suyo y fama de la Mancha”. La reciente edición anotada de las Academias de la Lengua explica que las proezas de Garci Pérez de Vargas corrían hechas romances en pliegos y romanceros. El capítulo sesenta de la “Crónica del santo rey don Fernando” menciona el suceso de cómo Garci Pérez de Vargas y otros caballeros desbarataron una gran batallas de moros a la puerta de Guadaira. Finalmente, es según el enxiemplo XV de “El Conde Lucanor” uno de “los mejores tres caballeros de armas que entonces había en el mundo”. Ahí tenemos a un héroe de Jerez, presentado por Cervantes como ejemplo digno a Don Quijote y al lector.

Pero no es sólo este personaje jerezano, merecedor de la alusión elogiosa que Cervantes le dedica comparándolo con los principales de la Historia, el único que aparece sino que hay un segundo referente, que había salido previamente en nuestra novela, cuando en el capítulo ocho, que trata de la aventura de los molinos de viento, don Quijote le dijo a su escudero: “Yo me acuerdo haber leído que un caballero español llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus descendientes se llamaron desde aquel día en adelante Vargas y Machuca” (no hace falta advertir que machucar es igual que machacar). Lo relatado sucedió según anotación de la edición del Instituto Cervantes durante el cerco de Jerez (1223) en tiempos de Fernando III, pero hemos de corregir la nota en dos sentidos: en el de que la mayoría de los historiadores al hablar del tal suceso lo datan en 1232 (hay, pues, un baile de cifras) y en el de que no se trataba de cerco sino de un alagarada o incursión de castigo, muy anterior a la primera incorporación de la ciudad a la Corona de Castilla, que tuvo lugar en 1249 (además, mal pudo cercarse Jerez cuando aún no se había conquistado Sevilla, lo que ocurrió en 1248, ni Córdoba ni Jaén). El hecho que Don Quijote recuerda haber leído se cuenta en la “Primera Crónica General”, en el “Valerio de las historias escolásticas y de España”, de Diego Rodríguez de Almela, y en el “Romancero” de Lorenzo de Sepúlveda. En el romance se arranca una rama de olivo y, ciertamente, aún hoy es muy frecuente en los ambientes rurales ver que los vaqueros para conducir sus reses utilizan ramas de olivo o acebuche, normalmente terminadas en porra, por ser muy resistentes a los golpes. Años más tarde, los Vargas de Machuca acabaron recibiendo escudo de armas en el que se ve las blanquiazules ondas jerezanas junto a una rama de olivo (desmintiendo a Don Quijote).

¿Se trata de un solo personaje con dos nombres distintos aunque fáciles de confundir o de dos personajes distintos con nombres y motivos de fama muy próximos?. Aunque pudiera parecer que se trata de un único personaje digamos rápidamente que son dos distintos y que, desde luego, han dado lugar a más de una confusión, tanto entre eruditos del pasado como entre lectores de hoy por muy naturales que sean de la misma ciudad jerezana.

Efectivamente, según Bartolomé Gutiérrez (1.754), de la genealogía de esta casa escribió el árbol don Pedro Colón, caballero jerezano descendiente del Colón del Descubrimiento, que atribuye equivocadamente el origen de la casa Vargas-Machuca a Garci Pérez de Vargas, dándole el honor de haber ganado el apellido Machuca. Ciertamente, un posterior Garci Pérez de Vargas (Machuca) es progenitor de los Vargas-Machuca subsiguientes; pero éste fue nieto de Diego Pérez de Vargas, el hermano mayor de Garci Pérez y el que ganó el renombre de Machuca en la batalla sobre los campos de Jerez. Asimismo, en Sevilla, cerca de la Puerta de Jerez, había una lápida que decía: “Un rey godo me fundó/ con muros y torres altas;/ y el Rey Santo me ganó/ con Diego Pérez de Vargas”. Otros autores recogen la inscripción lapidaria con Garci en lugar de Diego. El P. Fray Felipe de la Gándara se convence de ser yerro tanto el atribuir a Garci Pérez la ganancia del apellido Machuca como el atribuir en el verso de Sevilla la hazaña a Diego pues éste debería haber sido inscrito con el Machuca. Por tanto, los Vargas de Machuca son los descendientes de Diego y no de Garci, aunque, repetimos, años más tarde un descendiente de Diego se llamó Garci Pérez de Vargas Machuca, dato que provocó la equivocación de don Pedro Colón. En nuestros días hasta la Enciclopedia Larousse confunde ambos personajes y asigna el Machuca a Garci.

Quede establecido ya para claridad del lector que Diego y Garci Pérez de Vargas, hermanos, eran hijos del toledano Pedro de Vargas y ambos, luego jerezanos de adopción, participaron previamente con Fernando III en la conquista de Sevilla. La batalla donde el primero ganó el Machuca fue librada en 1.232 en las proximidades de Jerez, por la zona en que ahora está la iglesia de San Miguel, y los cristianos iban dirigidos por el infante don Alonso, hermano del rey don Fernando, y por Alvar Pérez de Castro, que gritaba “Diego, machuca”; en la misma escaramuza, Garci, recién armado caballero antes de entrar en batalla, dio muerte al rey de los Gazules. Tan sorprendente fue la victoria que los cristianos la atribuyeron a la intervención milagrosa de San Miguel y Santiago y, en su recuerdo, más tarde Alfonso X decidió dedicarles a ambos santos sendas capillas en dos salidas de la ciudad. Si no intervinieron dos héroes celestes hermanados desde luego intervinieron dos hermanos terrestres heroicos (y uno de ellos, homónimo), dignos paralelos históricos de los protagonistas de los libros de caballerías que a Don Quijote le habían hecho perder el seso.

Tras la definitiva conquista de Jerez por Alfonso X el Sabio en 1264 (cuando sí hubo un cerco de cinco meses), Garci Pérez es seguro que recibió, en el repartimiento de la Collación de San Salvador (folio 25, asiento 326), casa situada entre la alhóndiga y la casa de un almogávar de caballo “y que hereda con los donadíos”, amén de otras casas en la Collación de San Mateo, próximas a las casas del “infante don Ferrando, fi del rey” y a las de don Alfonso, también “fi del rey”, y en la Collación de San Lucas otras lindantes con casas del obispo don Remondo además de otras “que compró a un moro que tiene carta del rey” y otras en la de San Juan. El asiento 1068 (folio 89) habla de un "Garci Pérez de Toledo y su mujer, doña Marina" que puede ser coincidente con nuestro personaje, sobre todo por el gentilicio "de Toledo". Este segundo de los hermanos fue el primer Alcaide nombrado de Jerez y su teniente fue Pedro Alonso, pero no olvidemos que la figura del alcaide no era idéntica a la de los actuales alcaldes (por ejemplo, había a la vez varios alcaides y podían tener competencias diferentes). Entre su descendencia hay que contar a Blas Infante, fundador del andalucismo, que tenía el Pérez de Vargas como segundo apellido.

Por su parte, Diego Pérez parece, según el repartimiento de los nuevos pobladores de la ciudad, que también recibió casas en la Collación de San Juan y en la de San Dionisio. Pedro de Medina y Mesa cuenta que Diego había merecido tanto el respeto del rey Fernando III, que éste le pidió a su hijo Alfonso que, cada vez que pudiera, lo visitara y honrara. El Sabio, con motivo de su estancia de casi un año en Jerez, no dejó de cumplir el deseo paterno y, disfrazado de campesino, fue a buscar al ya anciano caballero, que trabajaba en su viña jerezana; éste, al descubrir al visitante, le preguntó la causa de tal honor y el rey lo saludó con la explicación “a tal podador, tal sarmentador”. Aunque esta anécdota también es situada por algún autor en viñas toledanas, es irrefutable que el apellido Vargas-Machuca arraigó en Jerez hasta nuestros días, y de aquí partió más tarde a otros lugares, como Extremadura.

Es poca la atención que en Jerez se le ha puesto a estos dos Pérez de Vargas y mayor la que han merecido algunos de sus descendientes destacados en distintas actividades. Es momento apropiado de revalorar a los originales. ¿Se puede pedir para ellos algún monumento, la rotulación de calles o plazas, la titulación de centros docentes?. Pedido queda en este año quijotesco.

Por lo demás, y a modo de resumen, queda clara la séxtuple relación entre Jerez y “El Quijote”. Es seguro que existen más nexos que dejo para otros buscadores, pero además queda flotando la duda de si pudo venir o no Cervantes a nuestra ciudad en alguna ocasión, dada su andariega profesión de alcabalero, y dada también la circunstancia de que aquí contábamos con la presencia tempranamente arraigada de frailes trinitarios y mercedarios, dedicados a la liberación de esclavos como el propio escritor, que debía la libertad a la Orden Trinitaria, uno de cuyos monasterios más próximos a África era el de Jerez.

Pero, en fin, acudamos a Cervantes y a su obra, leámosla, que eso será el mejor homenaje en el centenario, y agradezcamos que haya dejado apoyar su inspiración en algunos componentes del acervo jerezano, lo que legítimamente puede ser motivo de satisfación para esta ciudad y que debería airearlo más de lo que hasta ahora lo ha hecho.









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