sábado, 17 de mayo de 2008

Dos joyas ocultas del Alcázar

Esta mañana he visitado el Alcázar.

Ha sido con motivo de unas jornadas que el Ayuntamiento está organizando sobre restauración del patrimonio histórico. Como han asistido muchos participantes, se han formado dos grupos, uno guiado por la directora del Alcázar y el otro, por el arqueólogo que ha trabajado en él durante veinte años.

Lo bueno es que los que formábamos el segundo grupo hemos accedido al Pabellón Real y a la Torre Octógona, dos joyas ocultas habitualmente cerradas al público. Tenía muchas ganas de ver lo que he visto hoy. Llevo tanto tiempo entrando en el primer monumento civil de Jerez... y nada, que no había manera; bueno, por fin.

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El Pabellón ha quedado muy bien. Digo quedado porque la restauración ha incluído mucha reconstrucción, tan mal y tan destruído estaba. Sólo le ha faltado que reconstruyeran el pórtico con arquerías que existió delante. No falta su fuente árabe en la entrada, conectada con el surtidor del interior. Por dentro presenta tres estancias, la sala y dos alcobas laterales; por fuera han trazado un huerto-jardín como el que se supone que debió animar la vista disponible desde este recinto, donde residieron sucesivamente los gobernadores musulmanes, el reyezuelo taifa que llegó a haber, el castellano Alfonso XI y la desdichada reina Blanca de Borbón. Por ella, me gusta más llamar a este recinto Pabellón de Doña Blanca.

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La emoción subió cuando subí a la torre. Prototipo de torre albarrana almohade, pudo ser la primera que en su estilo se construyera en España. Hay otra igual enfrente de la iglesia de la Victoria pero está oculta por el caserío. Igual es también la torre de Espantaperros de Badajoz y pocas más hay por ahí. Tras la restauración ha quedado consolidada y hermosa. Su escalera de caracol se articula bajo arcos de medio punto con paramentos que alternan el ladrillo con la piedra de San Cristóbal y con algunos sillares de piedra ostionera procedente de las Canteras de Puerto Real. Desde la terraza se divisa un magnífico panorama, de la ciudad y del campo, que se puede entreverar con los merlones en un juego de alternancias visuales que desde hace tiempo imaginaba cómo podría ser.

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El paseo final por el adarve terminó de trasponerme a la Edad Media.

Pregunté cuándo se abrirían a las visitas del público estos dos recintos, con el tiempo que ya llevan restaurados, y me contestaron que cuando el Ayuntamientro dispusiera de dinero para las medidas de seguridad, el personal y esas cosas.

La respuesta me sacó de mi trasposición y me trajo a la dura realidad.

1 comentario:

borjabrela dijo...
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