El año pasado (pasado por la pandemia) se cumplieron cien años de la muerte del pintor aragonés Francisco Pradilla Ortiz, el autor español que, dentro del género de pintura de historia, cosechó mayor reconocimiento nacional e internacional. En concreto, su obra "Doña Juana la Loca" recibió el máximo galardón, la Medalla de Honor, en las exposiciones Nacional de Madrid de 1878 y Universal de París de ese mismo año.
Con motivo del centenario referido, ahora el Museo Nacional del Prado presenta en la sala 60 del edificio Villanueva la exposición "Francisco Pradilla (1848 - 1921), esplendor y ocaso de la pintura de historia en España", que incluye ocho obras del pintor. Esta exposición, junto al gran cuadro "Doña Juana la Loca" y su boceto, que están expuestos en la sala 75, permite recorrer la trayectoria como pintor de historia del que también fue director de nuestra gran pinacoteca entre 1896 y 1898. La muestra estará visitable entre el 21 de marzo y el 23 de octubre de 2022.
Sin embargo, ahora nosotros, en nuestra particular celebración, vamos a referirnos a una obra que no está en el Museo del Prado. Se trata de "La rendición de Granada".
El cuadro "La rendición de Granada" ha sido durante muchos años ilustración indispensable en los libros de Historia de los colegios. Este óleo es la joya más preciada de la colección artística que se guarda en el Palacio del Senado y la más espectacular que un pintor español llevó a cabo, dentro del género, durante el siglo XIX. Su fama, sustentada en su fastuosidad escenográfica y en su minuciosidad descriptiva, hace que este cuadro trascienda los valores plásticos.
El 17 de agosto de 1878, unas semanas después del triunfo que había obtenido su cuadro "Doña Juana la Loca" en la Exposición Nacional arriba referida, el artista recibió el encargo del Senado, "como representación de la unidad española y punto de partida para los grandes hechos realizados por nuestros abuelos bajo aquellos gloriosos soberanos".
Pradilla empezó a pintar el cuadro, de 330 x 550 centímetros, en Granada, con el objetivo de conseguir los datos más precisos sobre el paisaje, la arquitectura y el ambiente atmosférico que necesitaba la escena, aspecto esencial dentro del realismo pictórico. En la carta de entrega señaló:
"Estoy contento de la tonalidad del aire libre como conjunto, de haber conseguido detalle dentro de éste y de la disposición general como
perspectiva exacta y como ceremonia". Para el pintor, el sentido realista no excluía la poesía y la grandeza con que se nos presenta envuelta la
Historia, aludiendo al carácter imaginario de la escena representada. Por eso no era improcedente la elaboración final del cuadro en Roma, desde donde Pradilla envió el cuadro al Senado, acompañado de la carta fechada el 13 de junio de 1882.
En tal carta se hace una descripción, indispensable para entender tanto la pintura desde un punto de vista iconográfico como sus deseos de impresionar a los comitentes.
La composición es un segmento de semicírculo, que el ejército cristiano forma desplegado, paralelo a la carretera. En medio del semicírculo están los caballeros, guardando a las damas de la Reina; ésta, el Rey y sus dos hijos mayores están situados delante, con los pajes y reyes de armas a los lados.
Boabdil avanza por la carretera a caballo hasta los Reyes, con ademán de apearse; el Rey Fernando le contiene. Con el Rey Chico vienen, a pie según las capitulaciones, los caballeros de su casa.
Está el diámetro del semicírculo algo oblicuo a la base del cuadro y esta disposición permite que los tres Reyes se presenten más visibles al espectador; a ello contribuyen también las respectivas notas de color: blanco-azul-verdastro, la Reina y su caballo; rojo, el Rey Fernando, y negro, el Rey Chico.
Se presenta en el cuadro por orden, primero, un heraldo ("rey de armas", según el pintor) a tamaño natural, figura voluminosa que puede parecer excesiva a causa del
sayal y dalmática que lo cubren y del menor tamaño del vecino paje de la Reina.
Sigue este paje, que sujeta el caballo árabe de la Reina, el cual es blanco, está piafando y da lugar al movimiento erguido de Isabel. La reina viste saya y brial de brocado verde gris forrados de armiño, manto real de brocado azul y otro con orlas de escudos y perlas; porta cetro y ciñe la tradicional toca y la corona de plata dorada.
Sigue su hija mayor Isabel, viuda reciente del Rey de Portugal; viste de negro y monta una mula baya. Después, el Príncipe Don Juan, sobre caballo blanco y coronado de diadema.
Como los hijos están entre los Reyes, sigue Don Fernando (siempre con la disminución en perspectiva), cubierta su persona con manto veneciano de terciopelo púrpura contratallado (que usaba con frecuencia); monta un potro andaluz, cubierto de paramentos de brocado. Su paje, que tiene el caballo por las bridas falsas, contempla admirado al Rey Chico.
Corresponde después el otro heraldo y detrás está, entre Torquemada y varios Prelados, el confesor de la Reina.
Volviendo al heraldo, los caballeros que hay al margen del cuadro son: el Conde de Tendilla, cubierto de hierro, montando un gran potro español; el gran Maestre de Santiago, sobre un potro negro; Gonzalo de Córdoba, que conversa con una de las damas; el de Medina Sidonia y otros caballeros. Detrás de Don Fernando, el Marqués de Cádiz y los pendones de Castilla y de los Reyes.
Hay cipreses detrás de la Reina para destacarla por claro en su masa sombría y para caracterizar también el país.
Boabdil es representado utilizando como modelo al catedrático de Medicina don Benito Hernando Espinosa, con su barba puntiaguda. Va al trote de su caballo negro árabe de pura sangre, ligeramente paramentado, avanza y sale de la carretera, inclinándose para saludar al Rey y entregarle las dos llaves que traía. El paje negro que guía su caballo camina inclinado, confundido entre la grandeza de los Reyes cristianos.
En los caballeros moros que vienen a pie detrás del Rey Chico se manifiestan los diversos sentimientos con que se encontrarían poseídos en semejante trance, más o menos contenidos en la ceremonia.
Completan el cuadro: trompeteros y timbaleros en el ala del ejército cristiano, que a lo lejos se divisa, entre Boabdil y el Rey Cristiano; comitiva de moros; un alero de la Mezquita; los chopos que indican el curso del Genil, que no se ve por correr profundo y en el fondo; la Antequeruela con sus muros; parte de Granada; las Torres Bermejas y de la Vela, que, con parte de los Adarbes, es lo único que se divisa de la Alhambra desde este punto. El punto de vista del pintor se estableció en la ermita de San Sebastián.
Pradilla se documentó concienzudamente en la reproducción de objetos históricos de la época. Por ejemplo, la corona y el cetro de la reina Católica, que se conservan en la Capilla Real de Granada, la espada de ceremonia de Fernando, que se guarda en Toledo, y la espada del monarca nazarí, que se guarda en el Museo del Ejército, son, entre otras, referencias utilizadas por el pintor para proporcionar verosimilitud arqueológica. También se documentó en los textos históricos que relataban el acontecimiento, en los que, por cierto, no se alude a la presencia de la reina Isabel en el momento de la entrega de llaves, la cual, aunque fuera licencia del pintor, se justificaba por la verdad del mensaje.
Hizo varios estudios previos a la realización de la pintura, lo que demuestra el esfuerzo metódico llevado a cabo por el artista hasta alcanzar el resultado final. Las caras de los Reyes Católicos son sacadas de los relieves existentes en la Capilla Real, obras de Vigarny y Alonso de Mena. También de la Capilla Real son las dalmáticas que sirvieron para vestir a los heraldos.
Desde un punto de vista formal, la obra evidencia la insuperable habilidad técnica de Pradilla para reproducir con la máxima fidelidad las cualidades de las cosas. De la indumentaria a la naturaleza y de los animales a la arquitectura, todo tiene la calidad sensorial que visualmente se le supone, en un alarde fastuoso que llega a ocultar lo decorativo y artificioso que pueda haber en la escena.
La monotonía de los rostros de la familia real, todos de perfil y extraño rictus en sus labios, puede ser defecto insignificante ante un conjunto tan esplendoroso. Los detalles del primer término, el barro del camino o las matas de hierba, los brocados, las túnicas o las armaduras de los ejércitos que aguardan, están ejecutados con una maestría y jugosidad tal que, por sí solos, bastarían para acreditar a un gran pintor.
La obra no figuró en ninguna exposición nacional (salvo, de manera retrospectiva, en la Internacional de 1892) pero tuvo desde el primer momento una gran difusión pública. Fue presentada primero en Roma, donde ya obtuvo el aplauso de la sociedad romana, y poco después en el propio Salón de Conferencias del Senado, donde acudió a contemplarla el Rey Alfonso XII, que concedió a Pradilla la gran cruz de Isabel
la Católica.
El Senado aceptó la petición de Pradilla de aumentar la cantidad previamente estipulada como pago y votó abonarle el doble. La prensa habla de "masas que acudían a contemplar el lienzo y se extasiaban ante aquellos prodigios de color y primorosos detalles".
Casi inmediatamente después sería exhibida en Munich, en 1883, lo que ocasionó un debate en el Senado sobre la conveniencia de su préstamo, para lo que tuvo que intervenir el propio pintor, ofreciéndose incluso a remediar el daño que pudiera sufrir. Un poco más tarde, en 1889, se exhibió en la Universal de París.
El cuadro ha merecido un respeto bastante unánime desde su presentación pública. Varias réplicas realizadas por Pradilla y numerosas copias
posteriores demuestran la celebridad alcanzada por esta obra.
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