Conozco a uno que no ha nacido en Jerez y le pregunto cómo ha visto y cómo ve la Feria del Caballo.
Me cuenta este hombre que ciertamente no ha nacido en Jerez de la Frontera pero resulta que desde que tenía ocho años de edad tenía decidido que, cuando fuera mayor y si no tenía que vivir en su pueblo de nacimiento, viviría en este Jerez de su ilusión. Se sentía atraído por el papel que jugaba esta ciudad en el mundo del flamenco y de los caballos. Él era de familia campesina y en su infancia montaba a caballo diariamente. Con cuatro años ya cabalgaba solo, junto al caballo de su padre, y a los ocho domó por primera vez un potro. Además, montar a caballo equivalía a ir escuchando a su padre cantar fandangos camperos por el camino.
Resulta que a este hombre lo destinan, cuando el servicio militar, a la provincia gaditana y con el traje de soldado se vino del cuartel a Jerez para conocer la Feria. Era el año en que Rafael de Paula (por desacuerdos económicos) no estaba anunciado en los carteles y las calles andaban salpicadas de pasquines reivindicativos de los paulistas. Fue a la plaza y se asustó un poco cuando vio colgada en balconcillos una gran pancarta con la advertencia “Sin Paula no hay feria”. Esa sería la primera tarde taurina de una serie ininterrumpida de tardes de toros. No hubo, desde entonces acá, un solo año en que faltara a la cita ferial en el coso de la calle Circo. Al terminar la mili lo destinaron profesionalmente a una localidad de la serranía gaditana y aquel año también vino, en autobús, a Jerez para disfrutar de una tarde de toros. Al año siguiente, ya asentado en Jerez, pudo ser testigo de la faena inolvidable de Paula al toro “Sedoso”; los comentarios sobre la faena repetidos por la noche en las casetas del ferial constituyen a día de hoy uno de los mejores recuerdos que tiene de sus paseos por el real.
Recién llegado a Jerez se había apuntado a la academia de Cristóbal el Jerezano para aprender a bailar sevillanas y las aprendió al estilo de Cristóbal, que era casi de ballet. Por las casetas practicaba lo aprendido y todas mujeres querían bailar con él.
Llegaron las primeras elecciones municipales postconstitucionales y Jerez tenía nuevo ayuntamiento. Había en la atmósfera una inquietud, un revuelo. ¿Hasta dónde llegaría la novedad? El paseo de caballos fue el banco de prueba. Todo el mundo se coló por allí; hasta había gente montada en burros, porque la feria tenía que ser proletaria. Se veían jinetes con sombreros de cartón y con la camisa por fuera, mientras el jamelgo dejaba caer las orejas, quizás nidos de parásitos. Llegó a haber conatos de cortar el paseo por parte de espectadores que pedían que se marcharan los caballos. No llegó la sangre al río. Al año siguiente, los munícipes decidieron cortar por lo sano y exigieron el decoro necesario para acceder al paseo de caballos.
Este hombre era aficionado a visitar todos los años la exposición ganadera, por la costumbre en su infancia de ir al mercado de ganados en su pueblo cuando la feria de allí, a la que iba con las vacas y terneros familiares para venderlos a los tratantes, los cuales venían con camiones que se los llevaban a León, Salamanca o Madrid. Asimismo, tenía el interés de seguir todas las actividades hípicas de la semana de Feria, empezando por el acoso y derribo. No se perdía nunca el concurso de doma vaquera en Sementales ni el de doma clásica en Chapín. El concurso completo de enganches y la exhibición del domingo completaba la semana espectacular de nuestro amigo. Algunos años le añadía el seguimiento del raid hípico por las viñas, a veces ayudando a algún concursante necesitado de equipo. Se empeñaba en presenciar todos los espectáculos hípicos y casi no tenía tiempo de ir de uno a otro sin perderse alguna parte.
Año hubo en que se juntó con unos amigos, habituales del bar Los Burladeros, y decidió crear una peña rociera. Lo mejor para sacar dinero sería montar una caseta en la Feria y allá que fueron. Arenas del Camino se llamó, como la peña, y María José Santiago, novia de uno de los socios, ayudó en el montaje y mantenimiento. Ni aun así; la caseta no dejó beneficios. El inmediato Rocío fue el único de la peña y la caseta no se volvió a montar. En adelante iba a ser mejor coger la caña y acompañar al Coca con el tambor mientras el grupo de areneros cantaba de caseta en caseta. Una de las veces llegó a participar de palmero en un maltrecho cuadro flamenco contratado en caseta de señores, donde los artistas era Pepeaño, el Monea y el Mellizo del Cuervo; a la guitarra estaba Agustín de la Flor.
Nunca montó en el paseo de la Feria, porque aquí no tenía caballo. Sin embargo, un amigo, su mejor amigo que ya no es, cuando vino a visitarlo por Feria andaba loco subiendo y bajando en todos los coches en que le dejaban. ¿Cómo es que él, que vive aquí, no monta nunca y el otro, a la primera vez que viene, no para de montar?
A pesar de tantos años no pudo evitar rendirse cuando, una vez, un compañero de trabajo le enseñó una foto con el título de Feria de Jerez y le preguntó dónde había un error. Era una foto equivocada, con farolillos: se trataba de la feria de Sevilla; en Jerez no hay farolillos.
A los años, comenzó nuestro hombre a hacer acto de presencia en las tertulias taurinas celebradas por la noche tras las corridas de feria. Alternaba; una noche iba a la que dirigía Jerónimo Roldán en un hotel y a la noche siguiente iba a la que dirigía Manolo Sotelino en otro hotel. Así pasó a que le brindaran la oportunidad de conocer la experiencia de comentar en directo, de vez en cuando, desde la plaza de toros por radio.
Los hijos crecieron. Un buen año deciden por su cuenta montar una caseta y tener la forma de ganar unas perrillas para sus gastos. No piden permiso ni a la madre ni al padre, pero la madre y el padre son los primeros que tiene que estar de apoyo en la labor, dura, de llevar una caseta en feria. Nada, hay pérdidas. Repiten la faena al año siguiente y las pérdidas siguen. Habrá que dejar las casetas para los caseteros, para los que son caseteros de toda la vida; los demás lo mejor que pueden hacer es ir a la feria a disfrutar.
La familia va aumentando, ahora en extensión geográfica. La Feria sigue estando en su sitio y funciona como punto de reencuentro. La tarea que nuestro hombre se plantea a estas alturas de su vida es enseñarla a las nuevas generaciones (a sus nuevas generaciones) para que aprendan a disfrutarla. Y que siga.
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