En Jerez de la Frontera, el reloj de hierro situado en la conexión de la calle Larga con la calle Lancería tiene una imagen publicitaria curiosa. Es un reloj instalado por la empresa bodeguera Pedro Domecq en el año treinta del pasado siglo; fundido por el sevillano Domingo de la Prida (calle Resolana, 44), responde a los gustos de la moda conocida como de la "arquitectura del hierro".
Está junto al edificio del Gallo Azul, construído para la casa Domecq por el arquitecto Aníbal González, el director de la Expo sevillana del 29 y autor de la Plaza de España; probablemente lo levantó a la par que construía aquí la estación de tren. La peana está realizada a base del mismo tipo de ladrillo y del mismo estilo historicista que el edificio. Reloj y edificio celebran el bicentenario de la empresa bodeguera, la cual se fundó en 1730.
En cuanto a la imagen, se trata de un león en altorrelieve dando lengüetazos al contenido derramado de una botella rota. El relieve, fundido por Hermanos Godina de Madrid, está firmado por Rivelot en el año 34; por tanto, se debió instalar en el reloj tiempo después de haberse levantado éste.
Respetando el estilo historicista del conjunto (Gallo Azul y reloj), una figura de un león rampante representa al reino de León en el relieve de un lado y una figura de un castillo representa el reino de Castilla en el relieve del otro lado;
todo ello es en armonía con los cuatro escudos de los reinos españoles (León, Castilla, Aragón y Navarra) que figuran en los lados de la peana hecha en ladrillo.
Este motivo leonino está inspirado en una fuente de categoría, nada menos que un cuadro del gran pintor Francisco de Goya. Se trata del cuadro que recoge a las santa Justa y Rufina y se conserva en la Sacristía de los Cálices de la Catedral de Sevilla.
El león goyesco figura a los pies de una de las dos santas lamiendo la sangre de las heridas producidas por el martirio, junto al brazo roto de una estatua que representaría probablemente alguna deidad pagana a las que las vírgenes sevillanas se negaban a adorar.
En la publicidad de Domecq la sangre ha sido sustituída por el líquido alcohólico y el brazo marmóreo, por la botella. La marca del producto bodeguero no está explicita en el monumento y podía ser tanto de vino como de brandy.
Fue un motivo publicitario usado con repetición en aquellos años y ya en la década de los veinte se había prodigado en las etiquetas de las botellas con dibujo de Nicolás Soro, profesor que fue de la Escuela de Artes y Oficios (hoy Artes Aplicadas). Como prueba JL Jiménez en su web, se conservan etiquetas de este motivo creadas para el brandy Tres Cepas, pero es posible que se aplicara también al Fundador e incluso al fino La Ina.
Esta imagen luego se sustituyó por la que Ruano Llopis ideó del maletilla que salta una valla en el campo huyendo de un toro. Este segundo motivo publicitario surgió después de que la familia Domecq comprara en 1932 la prestigiosa ganadería brava de Veragua, básicamente como parte de su estrategia comercial más que por afición del propietario, una vez que se había comprobado que el consumo de los productos bodegueros iba ligado a la afición taurina. El hierro ganadero de Veragua acompañó en un primer momento a este nuevo anuncio y luego fue sustituído por el escudo de Domecq.
Aclaremos que en la época del monumento se decía sin recato coñac ya que la expresión brandy ha hecho fortuna después.
La utilización del motivo publicitario del león cayó en desuso y no queda recuerdo, creo, por ningún otro lugar de España, pero en el inmediato edicifio del Gallo Azul sí se conserva uno, en la parte de arriba, incluído en una concha que remata la fachada. El otro anuncio con este dibujo que pervivió en Jerez hasta hace poco fue el situado a la vera de la cuesta de la Chaparra pero ya ha desaparecido.
El hecho de que el edificio soporte un relieve con el motivo del león, coincidente con el del reloj, permite pensar que la idea gráfica también pudo estar relacionada con el numen del arquitecto, que por otro lado debía ser, como buen sevillano, conocedor del cuadro goyesco.
Quiero pensar que ni Soro ni González o Rivelot, por la copia de la idea, ni Domecq, por el uso reiterado del motivo publicitario, tuvieron que pagar una peseta por copyrigh ni por nada parecido al canon digital. Ay, si entonces hubiera exisitido la SGAE...
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