Presentación
En Santa Cruz (Córdoba), a unos veinte kilómetros al sur de la capital y del río Guadalquivir, está el Cortijo de Gamarrillas, inmediato al Cortijo de Teba, en cuyo ámbito se conservan las murallas de la antigua ciudad de Ategua.
Los restos de la muralla de piedra y arcilla de época orientalizante (siglo VIII a.C.), junto con los restos del poblado al que protegía, que según López Palomo podría ser el mayor poblado tartésico de la Península Ibérica, indican que la zona estuvo ocupada entre los siglos IX y VI a.C., aunque también se han encontrado restos de un muro de época ibérica (del siglo IV a.C.). Todo ello está anejo al yacimiento romano de la Ategua en que residió César antes de la batalla de Munda.
Allí se encontró en el año 1968 una estela de piedra caliza blanca grabada, publicada por Almagro y Bendala. Mide 163 x 78 x 34 cm. Por la forma más o menos regular del perfil izquierdo, puede pensarse que le falta un fragmento rectangular en el extremo superior, debido a algún golpe por mala manipulación (otra explicación no es probable).
La estela de Ategua, de gran complejidad formal, es la más monumental de todas las noventa y dos estelas del Suroeste conocidas. Se data entre el Bronce Final y el comienzo del período Orientalizante (siglo X-VII aC). Puede considerarse que apareció contextualizada, cosa difícil de decir en la mayoría de las demás.
Presenta una rica decoración que contiene simbología relacionada con el mundo funerario del Egeo (tanto con los sarcófagos micénicos como con los vasos atenienses del periodo Geométrico).
Esa decoración nos lleva al ambiente de lamentaciones funerarias que en los capítulos finales de la Ilíada narra Homero. Indica unos contactos griegos con el sur de nuestra Península mucho antes del Tartessos Orientalizante.
Detalles
En la estela de Ategua la decoración está presidida por la representación de un guerrero heroizado, que sobresale por su gran tamaño. Lleva coraza (o cota de malla, o túnica bordada), indicada con una decoración geométrica sobre su tronco, lo que no es lo normal en este tipo de estelas. Este personaje está tratado de manera que por su estatismo da la impresión de persona sin vida.
A su lado, y a modo de ajuar funerario, hay varias armas; a la derecha, un escudo con superficie cubierta de líneas verticales que representan el recubrimiento o la decoración del mismo (no parece que tenga escotadura en V, como la mayoría de los escudos de estelas).
Recuerda mucho al escudo de la estela de guerrero de Torrejón el Rubio, también sin escotadura aunque con las líneas horizontales.
A la izquierda hay una lanza (que Almagro sugiere podría ser arco) y una espada (de modelo frecuente en la época) así como un espejo (Almagro otra vez sugiere que puede ser una navaja de afeitar de las usadas entonces) y un peine rectangular.
Encima del escudo hay un elemento que hasta ahora ha pasado desapercibido. Se trata de un puñal, con forma similar a la espada pero de menor tamaño.
En silueta se percibe mejor.
Estos objetos se salen, por su forma, de lo corrientemente representado en este tipo de piezas.
Además, existe una línea que hasta ahora nadie ha referido y que, adoptando forma quebrada, va desde el hombro izquierdo (según el espectador) hasta por encima de la cabeza, luego baja por la derecha del espectador, cruzando el puñal que acabamos de citar, y a la altura de la punta de éste termina. El significado de esta línea probablemente tenga que ver con el afán de remarcar al personaje, de resaltar su categoría, quizás con un aire de glorificación después de muerto, con una forma ascendente, elevándose desde el suelo.
Es tipo de trazo no es algo insólito en las estelas. En la de Setefilla podemos ver cómo en la parte superior de la pieza aparecen dos pequeños ángulos paralelos con el vértice apuntando hacia arriba.
En la estela de Burguillos también hay un ángulo con igual orientación. El significado de estos trazos probablemente era el mismo en todas las estelas.
Incluso en algunas falta ese ángulo pero lo sustituye la misma forma de la piedra, terminada en vértice en su parte superior, como es el caso de la estela de El Coronil, aunque no sabemos si era al revés, es decir que lo original fuera la estela puntiaguda y lo sustitutivo, el trazo angular, ante la dificultad de tallar en pico una piedra.
Lo que distingue, sin embargo, a la pieza cordobesa son algunos motivos menos frecuentes, como la presencia de otras varias representaciones animales y humanas, de menores dimensiones que la figura principal.
Así, debajo del gran guerrero y de su panoplia se ve una escena de próthesis o exposición pública: a los pies de la figura principal, un personaje tendido (fallecido) yace sobre un lecho o pira funeraria, en forma de rectángulo reticulado
mientras que otro personaje, a su izquierda, adopta (según Almagro) una postura de lamentación levantando el brazo izquierdo y colocando la mano sobre su cabeza
aunque, según se mire, puede parecer que los dos brazos caen hacia abajo, porque el trazo tomado como antebrazo puede ser sólo una grieta natural de la piedra.
El detalle importa porque si es lo primero tenemos una representación de una acción (el lamento) con lo que se compone una escena, poniendo esta estela en línea con otras (por ejemplo, una de El Viso),
pero si los dos brazos caen hacia abajo tenemos una reprentación hierática, similar a la figura grande, no llorante, y en ese caso ¿qué representa: un niño, un familiar, un deudo?. Incluso, puede parecer que hay una línea que rodea por completo a forma de mandorla;
¿tiene un significado propio esa almendra?, ¿es el alma del difunto?
También hay dos animales cuadrúpedos, cuyo destino debe ser el sacrificio en honor del fallecido. En contra de quien los considera caballos, opino que son posiblemente toros o carneros, en atención a la situación del bálano, impropia de équidos.
Otra interpretación de la figura humana pequeña, si no es llorante, es que puede representar a alguien también destinado al sacrificio (al igual que los dos animales anteriores).
Más abajo se ve un tercer personaje, posiblemente desnudo y con cabeza aureolada (o quizás haciendo con una mano un saludo de despedida); es el difunto que inicia el viaje al Más Allá. Su mano derecha descansa sobre un carro que está a su altura y al que se apresta a subir.
El carro, de frente curvo, está dibujado a vista de pájaro y a él se uncen dos caballos, tan esquemáticos que el cuello y la cola se representan igual; tal postura y la posible apariencia abatida no indican que fueran al sacrificio.
Se trata de un carro con lanza fija y dos ruedas de cuatro radios; en esto se asemeja a las demás estelas pues de diecisiete con carros sólo una (la de Solana) presenta cuatro ruedas. Así se sugiere la influencia del Egeo, en donde eran frecuentes las bigas (en tanto que en las culturas indoeuropeas los carros tenían cuatro ruedas).
Según Quesada (para los celtíberos, FQS, me parece), durante los siglos VII-VI a.C. no conocemos representaciones de carros, lo que ayuda a datar las estelas que los presentan.
Bajo el vehículo, a ambos lados de una de las ruedas, se encuentran dos grupos de personas, uno de cuatro y otro de tres, cogidas de las manos; bailan una danza funeraria. La principal peculiaridad es que las cuatro de la izquierda se ha dicho que tienen someramente señalados ojos y nariz, rasgos ausentes en las demás figuras humanas. Atendiendo a la diferencia de tamaño de las cabezas representadas en uno y otro grupo, me atrevo a sugerir que lo que se quiere indicar es que esas cuatro figuras son femeninas, con tocados a la manera de las diademas que aparecen (con carácter protagonista) en otras estelas; las tres del otro grupo pueden ser hombres, lo cual se puede inferir por otro detalle diferenciador, cual es su mayor tamaño corporal frente al de las figuras diademadas. Es decir, en las danzas fúnebres los grupos se diferenciaban por sexos. La razón de que en el grupo de hombres haya una figura menos puede ser que justamente falta el fallecido.
Conclusiones
En conjunto, se presenta un ceremonial funerario (quema de la pira, sacrificios, danzas) que hace casi tres mil años se ejecutó en honor de un personaje con prestigio dentro de una comunidad jerarquizada en Ategua. Ello obliga a considerar a esta pieza como un elemento funerario, en consonancia con la primera estela descubierta (la de Solana) en la interpretación que acertadamente le dio su descubridor (Roso).
Su contextualización en un yacimiento claramente tartésico desmiente la tesis de que las estelas sólo se dan en ámbitos peritartésicos. Así queda contrariada la opionión de que Roso se equivocó al calificar a su pieza como elemento tartésico.
Por último, su ubicación al sur del río Guadalquivir amplió significativamente en su momento el ámbito territorial de las estelas, que se consideraron en un principio como extremeñas (de Cáceres y Badajoz) y luego del Suroeste (incluyendo Portugal), pero siempre como situadas al norte del área tartésica; hoy conocemos ya estelas incluso en la provincia de Málaga, sin contar las de Sevilla, añadidas a las de Toledo y Ciudad Real.
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