La editorial Springer reúne en una monografía 22 capítulos dedicados a la investigación y análisis de los principales rastros de huellas humanas prehistóricas conservados en el mundo, incluyendo el trabajo más reciente de los investigadores del CENIEH sobre un rastro de más 1200 huellas humanas en la arcilla a más de un kilómetro de profundidad en la Cueva Palomera (Burgos).
En el año 1969 cinco espeleólogos del grupo Edelweiss que inspeccionaban las galerías en el sistema kárstico de Ojo Guareña, en Burgos llegaron hasta una sala en las profundidades de la cueva y, a pesar de lo largo y dificultoso que había sido el recorrido, por un momento pensaron que otro grupo se les había adelantado: el suelo estaba lleno de pisadas. Cuando se acercaron a observarlas de cerca se dieron cuenta de lo que tenían delante. Eliseo Rubio acercó su luz al suelo y exclamó sobresaltado:¡huellas de pies! ¡Pies descalzos! No podía dar crédito a sus ojos. A lo largo de las dos galerías había centenares de pisadas de pies de diferentes tamaños, en sentido de ida y vuelta, en un recorrido de unos 300 metros. Parecían muy antiguas.
Cincuenta años después, aquel rastro de más de 1.200 huellas en la profundidad de la cueva sigue albergando un misterio que el equipo de la investigadora Ana Isabel Ortega está empezando a desentrañar. El estudio de estas pisadas, en un lugar de muy difícil acceso, se ha visto muy limitado porque se trata de huellas “frescas” sobre la arcilla. Si se pisan desparecen. De hecho, en algunas zonas aún se pueden observar las pisadas de las botas de los primeros espeleólogos, aunque por fortuna la protección del lugar lo ha mantenido a salvo del deterioro y la espera del desarrollo de técnicas de análisis no invasivas ha dado sus frutos. Ortega pudo llegar hasta este lugar a más de 1,2 kilómetros de distancia de la entrada de la cueva y realizar el primer escaneo mediante láser óptico y fotogrametría de las huellas. Desde entonces, ha estado documentando su morfología y su disposición para recomponer su historia y saber quiénes dejaron aquellas marcas en el barro.
Las huellas se encuentran en dos galerías muy amplias, de más de cien metros de longitud y unos diez metros de anchura. En total, han podido reconstruir hasta 18 rastros individuales de pisadas de un grupo de entre diez y doce individuos, La superposición de las huellas de regreso indica que avanzaron hasta el fondo de la galería y regresaron sobre sus pasos. Parece que era un grupo que estaba explorando. En la Galería 1, algunos se separan hacia las paredes para ver qué hay. En una zona se ve un gran barullo de huellas, donde la mayoría se quedó esperando y solo uno o dos entraron a indagar. En la Galería 2 hay otra historia parecida; los autores de las huellas entraron hasta el fondo y, al ver que no había salida, regresaron sobre sus pasos. Aquí, en el ensanche que sale a la derecha, están las huellas de un individuo que se desvió del grupo y se quedó en la esquina; claramente se acerca a ver lo que hay. Parece que es una exploración.
La disposición de las pisadas apunta a que se trató de una sola incursión en cada galería y ahora los científicos pretenden confirmar, mediante análisis morfológico comparativo, si las marcas de las dos galerías son del mismo grupo o si fueron dos exploraciones diferentes. En el último análisis se han estudiado 39 huellas de 7 rastros distintos, dos de ida y cinco de salida. Se estima que su altura era de entre 175 y 179 cm y que pesaban entre los 76 y los 99 kilos. Parece que todos eran personas adultas, quizá hombres, y se cree que había uno que cargaba con un peso, pues presenta un pie torcido y un patrón singular en las zancadas. Quizá llevaba un objeto encima o tal vez un crío, no se sabe. Por estos datos, lo que está claro es que eran individuos muy robustos.
Las dataciones indican que las pisadas tienen una antigüedad de entre 4.200 y 4.600 años, aunque en la cueva hay señales humanas de hace hasta 19.000 años. El hecho de que las huellas estén frescas sobre la arcilla húmeda les da un aura especial: parece que el grupo acaba de pasar por allí. Los autores de las pisadas utilizaban antorchas para alumbrarse y dejaron por las galerías fragmentos de carbones que han sido muy útiles para las dataciones. Para llegar hasta las salas de las huellas, curiosamente hay que ascender desde una zona inferior de la cueva donde se encuentran marcas en las paredes, tizonazos con las antorchas, que son todavía más antiguos. Los investigadores creen que los individuos que llegaron hasta la galerías superiores treparon por una zona donde los anteriores no se habían aventurado, subiendo la ruta ascendente entre grandes bloques por las que todavía hoy cuesta avanzar.
Los autores de las pisadas pertenecían a la población de esta zona en el Calcolítico. Son los que hacen los dólmenes del exterior. Estaban buscando ampliar su territorio, adentrándose en lugares singulares. Penetrar en las profundidades estaba asociado a un significado simbólico, relacionado con el inframundo.
La conclusión del trabajo es que durante miles de años los primeros seres humanos husmearon por todo este complejo sistema de cuevas, que ha cambiado muy poco desde entonces, y penetraron en las profundidades de la roca en busca de lo desconocido. Entraron descalzos y se metieron a través de un caos de bloques tremendo. Entraron, vieron y se marcharon; y luego, durante otros 4000 años, nadie volvió a entrar.
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