Pilar llega a casa de sus abuelos con las rodillas sucias y el vestido hecho cisco. No hay cosa que más le guste a su corta edad, tan sólo cuatro años, que jugar con los bichillos del campo, revolcarse en la tierra y meter los pies en las acequias llenas de gusarapos. Empiezan a sonarle las tripas. Es la hora de la merienda y la boca se le hace agua cuando piensa en su pocillo de pan con pringá en Villa Mercedes.
En este rincón "idílico" de recreo, junto al González Hontoria, comprado por el tonelero y abuelo de Pilar en 1908, José Paz Partida, pastaba el ganado, había viñas, preciosos jardines, un huerto... "La casa la recuerdo como si fuera ayer. Eran bien entrados los años 30. El campo estaba rodeado de eucaliptos y había un granero", cuenta Pilar. La finca estaba presidida además por lo que ella considera "un icono, un símbolo de la familia": el merendero. Una preciosa estructura de hierro, con cristales rectangulares de colores y una escalera de caracol, en la que pequeños y mayores pasaban mañanas, tardes y veladas.
Eran famosos los ajos de don José, a quien todos respetaban. "Los invitados también participaban en la elaboración de este plato (risas). Aquello era un mundo de ensueño. Estos primeros recuerdos para mí son imborrables".
La bodeguita del merendero estaba preparada para que familia y amigos disfrutaran de la Feria y no tuvieran que ir hasta la casa a por una copa de vino o a por el pescaíto frito, "y cómo eran las conversaciones largas e interesantes, siempre alrededor de un fino".
Pan con aceite y carne de membrillo, enormes cortinas de rayas, niños que suben y bajan y se esconden. El abuelo que no para de advertirles que se estén quietos, que se van a caer. Pequeños traviesos que hoy, como Pilar Paz Pasamar, son poetas y herederos de un tiempo, en ocasiones, mejor que el presente.
La familia desconoce si el merendero ya estaba en la finca cuando José la compró. Fallece el abuelo y se reparten las tierras. El templete le toca a uno de los hijos, quien vende el monumento a un matrimonio. Instalan el mirador en su casa de la carretera de la Cartuja, llamada Santa Isabel, que luego pasó a ser propiedad de una orden religiosa, que donó en 2005 este monumento al Ayuntamiento con el compromiso por parte del consistorio, a través de un contrato, de ponerlo a disposición de la ciudad para "disfrute y uso del pueblo".
Un merendero al que le habían salido muchos 'novios' pero que finalmente se quedó en su tierra. Dicho y hecho, aunque con varios años de retraso, el monumento se está instalando en un lateral de la Alameda Vieja, tras su restauración, y se prepara su inauguración para finales de mes. Fuentes de la familia Paz, tras una búsqueda exhaustiva del monumento durante estos cuatro años en los que tras mucho insistir el consistorio les dio algo de información sobre el mirador, han reconocido que "temían que este templete acabara en un lugar indeterminado y que no se le diera el uso prometido al principio por el Ayuntamiento". Finalmente han comprobado que este "símbolo de una familia" vuelve a levantarse lleno de historia para beneficio de los jerezanos. "Espero que se inaugure del todo este merendero y que no se quede a medias", comenta uno de los miembros de la familia.
El merendero, dicen desde el Ayuntamiento, ha estado guardado todo este tiempo en una herrería, "en la que se ha hecho la restauración. La falta de presupuesto ha sido la causa de tanto retraso". La estructura es la original, los cristales de colores son nuevos y los perfiles han sido retocados. El templete ha pasado por dos posibles ubicaciones: el González Hontoria y el Jardín Escénico. Al final, la elegida ha sido la Alameda Vieja.
María Paz, nieta de José, de 89 años, prefiere que el mirador se hubiera quedado cerca de su casa de El Bosque, pero se siente "muy satisfecha" por la restauración e instalación en la Alameda. "Aquellos años los recuerdo muy felices, aunque yo era bastante pequeña. Había muchas tapas y copitas de fino Currito. Y las Ferias las pasábamos enteras allí, cuando duraban tres días y estaban dedicadas al ganado. Abuelo nos llevaba muy tempranito a ver los animales".
Una mesa de juego presidía la planta de arriba, con un suelo muy bonito, a la que subían y bajaban los niños, "y nos tirábamos por la barandilla. El abuelo nos reñía". María, además, se casó en los jardines de esta finca, que fue absorbida y donada a la Diócesis. "Ahora, como sé que está Dios allí (la iglesia de Las Nieves) me duele menos su ausencia", dice con nostalgia.
La posterior propietaria del templete, que prefiere no decir su nombre, asegura que cuando lo compraron, en 1953, estaba en muy mal estado. "Lo arreglamos y le pusimos cristales de colores nuevos. Con nosotros ha estado hasta los años 80, que pasó a manos de los nuevos dueños de la finca. Allí subíamos y bajábamos todos, lo que pasa que era un poco inestable. Y de meriendas..., pues lo que se daba entonces: galletas y leche".
Algunos aseguran que el templete es obra de Eiffel, pero todavía se están estudiando los orígenes del mismo, que pudo ser de uno de sus discípulos o del arquitecto Francisco Hernández Rubio. Desde el Ayuntamiento aseguran que no es del francés. Aunque templetes parecidos hay por gran parte de la región, leyendas que ni son de Garnier ni de Eiffel. En el consistorio apuntan que se está investigando el origen del templete, del que se sabe que en una placa aparecía la fábrica en la que se hizo, pero no el constructor, lo sí que es seguro es que es del primer cuarto del siglo XX.
Un familiar cercano al merendero cuenta que, en la nebulosa, recuerda meriendas de pan con aceite y azúcar mientras jugaba alrededor de los jardines. Y se alegra de que este merendero se instale en la Alameda Vieja, "para que Jerez lo disfrute. Menos mal que se ha recuperado porque esto es un patrimonio de la ciudad". Dice este testigo también que su abuelo cedió terrenos de la finca para la creación del desaparecido estadio Domecq y los mismos futbolistas entraban y salían del campo a través de estas tierras, donde además tenían sus vestuarios en las propias caballerizas de la casa.
En el lugar de todos aquellos sueños hay ahora chalets y una iglesia. Todo ha cambiado: la Feria, la gente, las casas. Tan sólo la estructura de hierro puede inmortalizar, en su nueva ubicación, juegos de niños y tertulias de mayores que forman ya parte de la historia de la ciudad.
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