Ayer, sábado, estuve en la Sierra de Albarracín (El Bosque). Fui con dos compañeros del departamento de Sociales del Instituto y con otros del "Xeritium".
Nos citamos en la rotonda del Caballo de Troya para salir de Jerez a las nueve en punto. Todos habíamos desayunado en casa y por eso decidimos no parar en el camino hasta llegar a la portada del Cortijo de Albarracinejo, que se encuentra pasado Benamahoma, en la última de las curvas del inicio de la subida al Puerto del Boyar, a la derecha de la carretera. Yo consideraba mejor subir por la cara sur, más suave, que además nos permitiría ver la pequeña necrópolis visigoda del Tesorillo, pero no era excesivo aliciente para algunos.
En la finca de la derecha hay una cabreriza con unas doscientas cabras de raza payoya. Se protegen del relente bajo un enorme árbol. El pastor está en la tarea del ordeño matinal y carga las cántaras de leche en una furgoneta.
Tras la cancilla, el camino enseguida empieza a ascender. Pasamos por el cortijo a donde fui una vez para que me regalaran una cría de perro de aguas o turco-andaluz; se encuentra en un rellano de la ladera de la montaña, a unos quince minutos de marcha desde el comienzo, y su estado es de ruina por el abandono (acabará cayendo al suelo).
Al lado de la casa nos acercamos a ver el pozo, de brocal grande.
Había un almendro alto y de tronco grueso que estaba cuajado de flores pero sin una hoja; es lo propio de los almendros en enero, aunque este año con cierto adelanto, por el poco frío del invierno que tenemos. Un poco más adelante nos cruzamos con las vacas que pastan en la finca ocupando el lugar de las cabras que había cuando yo estuve.
Son vacas berrendas, con un toro ensabanado capirotado.
Un poco más adelante la senda de ascenso se pierde y cada uno debe proseguir por donde pueda; la pendiente llega a ser muy pronunciada y durante un tramo cuesta trabajo subir.
A punto de llegar a la cumbre me fotografié con los dos compañeros del "Alvar Núñez", María Jesús y Manolo.
Al hacer cumbre la vista que desde allí se tiene compensa el esfuerzo realizado para subir. Se ven varios pueblos de la provincia: Benamahoma bajo los pies, El Bosque a tiro de piedra, Villamartín detrás del castillo de Matrera, Bornos, Benaocaz. Nos fijamos en el Cerro de Hortales, sobre cuya cima están las ruinas de Iptuci, en el pantano del Charco de los Hurones, en la zona de vegas, pero sobre todo en las montañas que nos rodeaban.
Teníamos de un solo golpe de vista a nuestro alrededor el Labradillo, la sierra de Zafalgar, la del Pinar,
la del Endrinal,
la del Navazo, la de la Silla... y más a lo lejos, mirando al sur, la del Aljibe, la de las Cabras y la de la Sal (o del Azahar). Estábamos a unos novecientos ochenta metros sobre el nivel del mar.
Posamos para la posteridad alrededor del vértice geodésico, que se encuentra en pésimo estado de conservación.
Me acordé de Ibáñez de Ibero y de su sistema de triangulación para catastrar; el primer vértice que puso fue el del Mulhacén. Se lo comenté a Ángel porque con él fui, en mi última salida montañera, precisamente al Mulhacén, donde se había matado quince días antes Salazar, el mejor montañero de Jerez y padre de una alumna del "Alvar Núñez".
Después de descansar lo suficiente fuimos, en cosa de veinte minutos, a la segunda cumbre, donde comimos.
La bajada la hicimos por el mismo sitio que la subida y debido a la fuerte pendiente en algunos tramos más de uno sufrió resbalones y caídas al suelo.
Nos paramos en el almendro cuajado de flores para echarle fotos; Miguel se aprovechó de la belleza de las ramas para hacer todo tipo de enfoques.
Recogí en la cámara la casa donde estaba la familia que me regaló la "Turquita".
Enfrente, a unos ciento cincuenta metros se halla el cobertizo donde estaba la cachorrita cuando llegué a buscarla hace años.
Más abajo nos paramos junto a una gran madroñera repleta de madroños rojos, ahora que es la época de ellos.
Los probamos; para algunos de los excursionistas era la primera vez que los comían.
Llegamos a los coches sobre las cuatro y media de la tarde. Un café con larga charla en una terraza de Benamohoma cerró la excursión antes de emprender la vuelta a Jerez, no sin parar en El Bosque para que algunos compraran queso serrano.