El Triángulo del Verano es uno de los mayores reclamos de los cielos. Además, Saturno y Júpiter son visibles durante la mayor parte de las noches de agosto, y a ellos se suman Marte y Venus al alba.
El Triángulo del Verano está formado por tres estrellas brillantes. Si levantamos la mirada al cénit, directamente sobre nuestras cabezas, enseguida repararemos en Vega, la estrella más brillante de la constelación de Lira. Sigamos ahora con la mirada hacia el sur y nos encontraremos con Altair, la más brillante de la constelación de Águila. Finalmente, si movemos la mirada un poco hacia el este tenemos a Deneb, la más brillante de Cisne. Vega, Altair y Deneb son pues los vértices de este gran triángulo. Si extendemos el brazo con el puño cerrado, el lado del Triángulo que va de Deneb a Vega tiene una dimensión aparente de un puño, mientras que el lado Deneb-Altair es de dos puños.
El Triángulo del Verano no es una constelación. Como hemos visto, cada una de sus estrellas está en una constelación diferente. Estas figuras formadas por agrupaciones de estrellas que no son constelaciones reciben el nombre de asterismos. Suelen ser figuras simples muy fáciles de identificar. Otros asterismos son el Hexágono del Invierno y el Cuadro de Pegaso.
El Triángulo del Verano se encuentra superpuesto a la Vía Láctea, siguiendo el eje mayor de la cruz del Cisne (la zona en azul claro en el gráfico de cabecera). Pero para ver la Vía Láctea necesitamos disfrutar de un cielo bien oscuro, lejos de la contaminación lumínica de la gran ciudad.
Debido a la posición actual de la Tierra, esta fastuosa banda blanquecina, formada por miríada de estrellas, se ve ahora desplegada por toda la bóveda celeste, atravesando el cielo de norte a sur. Es el plano de nuestra galaxia. En la Europa medieval pudo servir de guía a los peregrinos que se dirigían a Compostela. De ahí se deriva nuestro popular término "el Camino de Santiago". El propio nombre 'Compostela' deriva del término latino Campus Stellae(Campo de Estrellas).
Durante este mes de agosto, los planetas gigantes son visibles la mayor parte de la noche. El primero en levantarse es Saturno, que deja verse a partir de las 23h (hora oficial peninsular) por el este. El brillante Júpiter le sigue dos horas más tarde. Hay que esperar hasta las 2h para ver salir al rojizo Marte. Finalmente, a las 5:40 de la madrugada aparece Venus que se mantiene sumamente brillante hasta que la luminosidad lechosa del alba acaba camuflando a los luceros matutinos.
Esto nos deja apenas una hora para observar al peculiar cuarteto planetario en su conjunto, formando una bonita escena a lo largo de la línea imaginaria de la eclíptica. Un buen momento para disfrutar del espectáculo es en torno a las 6 horas.
Venus sigue dominando sobre los otros planetas con su intensísimo brillo. Esta luminosidad se debe a su proximidad a la Tierra, pues ahora se encuentra a 235 millones de kilómetros de distancia (recordemos que el Sol está a 150 millones de kilómetros de la Tierra) pero, según pasan los días, va alejándose de nosotros.
Según se distancia Venus se va acercando Marte, que seguirá acortando distancias hasta lograr su máximo acercamiento a la Tierra a principios de diciembre. Se encontrará entonces a tan solo 80 millones de kilómetros de distancia, y ese será el mejor momento para observarlo.
Los planetas gigantes son mucho más lejanos. El gigante de los anillos está ahora a una distancia de más de 1.300 millones de kilómetros, el doble de la que nos separa de Júpiter.
Si se dispone de un pequeño telescopio, o de unos buenos prismáticos, estos días son también los ideales para observar los anillos de Saturno, que son ahora visibles en todo su esplendor, pues el gigante gaseoso estará en oposición, con su disco plenamente iluminado, el 14 de agosto.
En el hemisferio norte estamos en el corazón del verano. Los días se van acortando, el efecto apenas se notaba en julio, pero ahora, cada día que pasa, la noche va ganando unos dos minutos al día. Podemos pues aprovechar estas noches ligeramente más largas, cálidas y agradables, para disfrutar de los tesoros que pueblan los cielos nocturnos estivales.