Me entero por la prensa de que ha muerto Jose (José Antonio), el pequeño de don Amador, mi maestro.
Jose, no José, regentaba en Cáceres el bar "Las Caballerizas", que tuvo mucho éxito años atrás. Lo abrió en la calle de Correos, al lado de la Casa Grande, en el mismo edificio donde vivía, un caserón casi palaciego que le había dejado su suegro.
La última vez que hablé con él fue cuando hace un año y pico pasée un día por la Ciudad Antigua con Carlos, que me había pedido que le acompañara e hiciera de guía. Después de comer fuimos a tomar café a su bar y me explicó los proyectos que tenía de ampliar el negocio.
Ahora leo que ha sufrido una caída desde un techo, entre los andamios de la obra de construcción del futuro hotel en que se convertirá el edificio. No ha sido desde una altura muy grande pero ha resultado inmediatamente mortal.
Jose era algo menor que yo (no llevábamos dos años) y por eso rocé más con su hermano mayor, Quini, también ya fallecido. Murió de un infarto hace diez u once años; estaba muy gordo y eso creo que influyó. Quini era un gran aficionado al baloncesto y llegó a ser presidente de la Federación Extremeña; antes jugó en el San Fernando, en segunda división. También practicaba el voleibol y ahí me enfrenté con él varias veces. Pero mis recuerdos de Quini me llevan a la infancia en el pueblo, cuando jugábamos a los pistoleros por la Sierrita, o en los tinados, o en el mismo patio de la Escuela; a él siempre le gustaba ser Kit Kartson y yo prefería ser indio.
Tenían también tres hermanas y la pequeña estudió magisterio en la misma promoción que M.
El padre de ellos fue un hombre muy respetado y apreciado entre sus paisanos. Como maestro lo disfruté un año; recuerdo de él la primera definición que escuché de la suma y la resta y la expresó así: sumar es lo que hace el rico y restar es lo que hace el pobre. Esa definición no sé si la cogieron al momento muchos de los alumnos, que teníamos ocho años, pero yo creo que la entendí rápido y comprendí que las matemáticas se pueden y deben explicar con los datos de la vida real.
Don Amador fue alcalde un tiempo y ahí no es que fuera respetado, es que imponía respeto. Una vez llegó al pueblo un mendigo que pasó algunas noches en los alrededores y alguien empezó a decir que ese hombre llevaba un cuchillo grande. Don Amador lo llamó al Ayuntamiento y, ante algunos concejales, le dijo que vaciera el saco; al hacerlo cayó un gran cuchillo, que el alcalde cogió inmediatamente y doblándolo con ayuda del pie lo rompió en dos. Le gritó al mendigo que desapareciera inmediatamente del pueblo, y desapareció. No volvió.
Cuando se trasladaron a Cáceres, volvió a la política municipal y fue concejal de Cultura en el Ayuntamiento de la capital. Es la época en que se ordenó retirar una lámina de la "Maja desnuda" de Goya de un escaparate de librería y se organizó un escándalo de alcance nacional (hasta en Madrid se estrenó una obra ad hoc, de Antonio de Olano, llamada "La Maja desnuda de Cáceres"). Ya digo, imponía respeto.
Más tarde, cuando fui a la mili en Camposoto, me llevé una sorpresa en mi primera salida de domingo a la playa. Estaba en la playa Victoria y en medio de mi admiración por el mar y por todo lo que era nuevo para mí en aquel lugar tan alejado (entonces) de mi origen, en medio de mi aturdimiento me crucé paseando con un matrimonio que me era muy conocido y no me podía creer que hubiera allí alguien del pueblo pero sí, eran don Amador, mi maestro, y su mujer. Hacía tiempo que no nos veíamos; me manifestaron su alegría por el encuentro y a mí me sirvió de reconstituyente en medio del período de recluta despistado por el que estaba pasando entonces.
Son cosas que le conté a Jose cuando fui a su bar con Carlos. "Ya han pasado años", me decía. Sí, pero para él ya no pasarán más. Descanse en paz.
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*Autora: Marta Santafé. Blogs46Consultora especialista en Medio Ambiente,
Sector del Agua y Planificación Hidrológica. Experiencia en Directiva Marco
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