Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617 - 1682) pintó al óleo una Inmaculada sobre cobre entre 1670 y 1675. Sus dimensiones son 70 x 54 cm.
Esta obra tiene la particularidad de que su soporte es una lámina de cobre. Su ventaja es que, al no ser un material absorbente, agiliza la preparación y precisa de menor carga matérica. El material proporciona también cualidades estéticas por el brillo esmaltado que aporta a los acabados de óleo y la calidez que concede a los tonos.
Murillo concede a esta pintura un aspecto tremendamente preciosista. La superficie lisa del cobre le permite detallar con precisión cada elemento mediante finas capas de veladuras, más ligeras en los tonos claros. Los nerviosos toques de pincel se ondulan siguiendo las formas. El aspecto nacarado de los pigmentos sobre este material le da a la obra esa apariencia vaporosa y etérea difuminada en los contornos, que subyuga a este Murillo de madurez. La técnica se alía así con el artista para acentuar la luminosidad con que realiza su producción tardía.
La Virgen aparece sobre una masa de nubes, rodeada de querubines y ángeles, coronada por doce estrellas. Sigue la tradicional iconografía de las Inmaculadas de Murillo: joven, casi una niña, de largos cabellos, vestida con vaporosa túnica blanca y manto azul que rodea su brazo y se recoge en el hombro. Los ángeles sostienen sus atributos: el espejo, la palma, las rosas, las azucenas y la rama de olivo.
Considerada una obra de escuela por algunos historiadores, el modo tan característico de interpretar este tema unido a la alta calidad de la pintura hace innegable su atribución a Murillo.
Este cuadro fue adquirido por el Estado en 2013.
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