Estos días de mayo he tenido ocasión de acompañar al arqueólogo Paco Giles, junto a algunas personas de su equipo, en una visita a la Cueva del Higueral, que está en la Sierra Valleja. Es una sierra situada en el centro de la provincia de Cádiz, entre los ríos Guadalete y Majaceite.
Una primera parada para ver el paisaje nos entrega a la vista todo el panorama del embalse de Gauadalcacín, que deja al otro lado, mirando al este, una encadenación de todas las sierras del centro y norte de la provincia, desde el cerro de Medina-Sidonia hasta el Peñón de los Toros; justo enfrente se encuentra la Cueva del Parralejo.
La siguiente parada la haremos para mirar al oeste, hacia Arcos de la Frontera. Ahí se domina la cuenca media del Guadalete. Son tierras terciarias entre terrazas de diferente antigüedad. Por aquí estuvo Giles desde el año 1988 al 1995 desarrollando el Proyecto Guadalete, un estudio de los yacimientos paleolíticos que se conocen a lo largo del Guadalete, desde su desembocadura, con el Aculadero, hasta su nacimiento, con el Peñón Gordo.
Estamos en una meseta cárstica del Jurásico, menos alta que la Sierra de Grazalema pero testigo de su época. Sierra Valleja es un lugar estratégico entre el Guadalete y el Majaceite. Controla los pasos desde el Mediterráneo hasta la Sierra de Grazalema. Este punto en que estamos es el único en que se pueden ver a la vez el embalse de Guadalcacín y el de Arcos.
Se estudiaron los yacimientos más antiguos, desde las terrazas situadas a unos 40 metros sobre el nivel del río hasta el propio cauce actual.
Carissa Aurelia, ciudad romana que fue, domina al fondo la cuenca. A la parte de más acá del río está la Loma de las Monjas, con una gravera que ha dado industrias líticas de hace cerca de 500.000 años; esta zona es la más baja, erosionada antes. A la parte de allá hay más altura y el río aún no ha erosionado; lo hará con el tiempo y mandará sus sedimentos a la parte de acá.
Iremos ahora por veredas más estrechas. El camino es incómodo por la maleza y habrá unos veinte minutos de marcha.
El pantano de Guadalcacín, cuando baja el nivel de las aguas, deja al descubierto tres villas romanas y alguna necrópolis visigoda, con algunos silos usados desde la prehistoria (quizás el Calcolítico) hasta la Edad Media.
Conforme avanzamos podemos mirar hacia la Sierra del Valle; en el glacis de tierra rojas que hay a su derecha se han estudiado dos o tres yacimientos paleolíticos.
En el camino pasamos por los restos de canteras que fueron utilizadas para sacar piedra caliza con la que se elaboraba cal de blanquear las paredes de las casas. Encontramos amonites del cretácico y del jurásico.
Llegamos.
Miguel Mancheño, historiador local, a principios del siglo XX citó la cueva como lugar conocido donde iba la gente a comer caracoles. También citó y dibujó un hacha pulimentada de diorita encontrada en la misma sierra pero a dos kilómetros de la cueva. A mediados de los setenta Giles es llevado por un empleado del Museo de Cádiz y al verla se da cuenta rápidamente de todo lo que hay allí.
Es una cueva cárstica que se formó hace cuatro millones de años por la surgencia de una corriente hídrica. Se formó de dentro a fuera. El agua salía formando un salto o cascada.
Hay cúpulas de erosión que se formaron por los golpes de agua y piedras que luchaban buscando la salida. La parte de arriba se acabó cayendo, por efecto de la gelifracción. En algunos puntos de la pared quedan fijados guijarros traídos de más atrás.
Bajo nuestros pies hay con seguridad un suelo con perfil en forma de V, que era el cauce. Se rellenó con sedimentos hasta el nivel solutrense (de hace unos 14.000 años). Quedan unos diez metros de potencia, cuya exploración necesitará de toda una vida.
Paco Giles encontró puntas de flecha de 18.000 años. Solicitó permiso al Ministerio en 1977. Alquilaron para el porte de material tres burros en una venta cuyo nombre está dedicado a un animal que no suele celebrar la navidad. Durante la siguiente campaña se alojaron en una casita junto al pantano. Fueron tres la campañas y no hubo más por falta de dinero. Más tarde se pidió ayuda a la Junta de Andalucía y se le negó. Después se empezó el Proyecto Guadalete. Luego vinieron los arqueólogos de Gibraltar y en 2002 estuvo el director de Gorham Cave.
En la cata hay una estratigrafía que puede informar sobre la desaparición de los nendertales; de hecho el lugar responde a la típica cueva neandertal.
Los niveles superiores son solutrenses, con tres fases dentro del Paleolítico Superior (entre 15 y 20.000 años); han dado hachas de aleta, puntas de flecha y puntas en hoja de laurel.
Los niveles 4 y 5 son gravetienses, con tecnología neandertal. Ahí ha salido una macropunta; también ha salido un diente de tiburón carcharodón, usado como punta de flecha.
El nivel 6, con 32.000 años, es musteriense (y, por tanto, del Paleolítico Medio), con típico material neandertal de diferentes épocas. El equipo investigador de este lugar no es favorable a considerar la existencia del perroniense como una fase específica.
El nivel 7 es de arcilla; forma un hiato porque no se han encontrados restos.
Los niveles 8, 9 y 10 se han estudiado con termoluminiscencia. En el nivel más bajo puede haber restos de la misma época a la que pertenece la mandíbula de la Sima del Elefante, de Atapuerca, sobre la que estuvimos hablando hace cuatro días con Eudald Carbonell.
Los primeros trabajos consistieron en analizar la superficie, con limpieza de todos los restos y excrementos de animales que cubrían el suelo. En ellos salió algo neolítico, como una mandíbula animal y un borde de vasija a la almagra (4.000 años aC.). Se hallaron también restos medievales, principalmente de cerámica almohade (fragmentos de anafe, de jarra...). De época moderna se encontró un doblón mejicano (de Potosí).
Todos los hallazgos han salido a la luz en inglés, en publicaciones de la universidad de Oxford. Aparte, una publicación de Rovira y Montenegro del año 1994 añade que se han localizado objetos metálicos (una punta, un punzón y una sierra) que podrían corresponder a una etapa de Calcolítico Final-Bronce Antiguo. Estos resultados en otros lugares de Europa estarían puestos en primera línea. Aquí en España no sólo no los apoyan sino que les ponen trabas.
Este lugar es importante porque puede aportar luz a la hora de estudiar los momentos finales de los neandertales y su posible relación con los cromañones; aquí es donde se ha encontrado tecnología neandertal más reciente, quizás de hace 24.000 años. En la época de los cromañones la cúpula de esta sala vestibular estaría cerrada y sería el lugar de talleres y hogares.
Atravesamos un pasillo de techo bajo y planta triangular y accedemos a la sala interior. Ésta también tiene cúpulas de erosión. Se ven líneas de estratos. La altura es de 16 metros. En el techo hay dos aberturas debidas igualmente a la gelifracción; una se tapó con piedras por los cabreros para evitar accidentes a las cabras pero la otra no es fácil de tapar.
Esta sala debió ser un santuario, con enterramientos. Pudo haber pinturas rupestres pero no se han conservado, debido a la erosión y a las filtraciones. Debió usarse también como lugar de vivienda y dormida; el espacio estaría compartimentado por palos y cortinajes a base de pieles curtidas para dar lugar a tiendas "unifamiliares" (siguiendo el modelo de alguna cueva neandertal del Cáucaso donde se han encontrado restos de pieles curtidas de la época).
Ahora mismo hay unos cadáveres de conejos, caídos de arriba, como ocurrió en la antigüedad con todo tipo de animales.
En un punto del interior hay un hoyo, peligroso por la oscuridad; es el único resultado de las ansias excavadoras de un lugareño que creía enterrado allí un tesoro.
En un hueco que se ve a la altura de unos ocho metros se sitúa la salida de un pasillo que profundiza hacia el interior unos ocho o diez metros. Precisa cuerdas y anclajes para su acceso; es posiblemente la boca de salida de la corriente subterránea que estuvo actuando en la erosión que originó la cueva. Ese punto debió ser el alojamiento de algún refugiado o maquis tras la guerra; se encontraron restos de su estancia, como alguna cuchilla de afeitar.
El último uso que se le ha dado a la cueva ha sido el de cabreriza; a esto se debe el murete de piedras que hay en la entrada. La primera estancia era el lugar donde se reunían las cabras para proceder a su ordeño y la segunda, donde se elaboraba el queso y se guardaba en tablas para su curación; aquí también dormían los queseros.
Después de los cabreros, que abandonaron la cueva por la actuación de los arqueólogos, sólo han acudido los gamberros que se divierten escribiendo pintadas en las paredes de este monumento natural. ¿Qué podemos hacer? Es algo que me deja un regusto desagradable.
Volvemos. En lo alto del camino están las ruinas de lo que fue una vivienda serrana. Todas las piedras de los muros andan en el suelo. Entremezclados, se pueden ver los restos del ajuar que usaron sus ocupantes: un somier oxidado, un lavabo con restos de palangana de cerámica, alguna mesa destrozada. De pronto,
nos percatamos de una hermosa sorpresa. Un pie de lirio nos da una sonriente bienvenida. Es una flor grande; la fotografío junto a mi gorra para comparar el tamaño. Parece cultivada por la mano del hombre; no es pequeñita como otros lirios silvestres. Nos quiere decir que la mujer que vivía en aquella humilde cabaña tenía la suficiente sensibilidad para encontrar entre sus afanes tiempo que dedicar al cuidado de plantas tan hermosas como ésta, que le hacían más agradable a ella y a su familia la vida en el campo.
Se me ocurre pensar que las mujeres neandertales de la inmediata cueva tendrían la misma sensibilidad y cuidarían lirios como éste. Ahora sí camino ya con un regusto agradable.
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