martes, 10 de noviembre de 2009

La Cueva del Conejar, en Cáceres

En las afueras de la ciudad de Cáceres, y teniendo como fondo del



paisaje a la Montaña, se extiende el Calerizo. Éste es el nombre local con que se conoce el karst o zona de rocas calizas que han sido tradicionalmente utilizadas para obtener cal mediante el tratamiento en hornos caleros, como el que se conserva al lado de la Estación de Autobuses. En ese zona se encuentra la Cueva del Conejar, junto al Arroyo de Concejo.

Recuerdo que, hace ya bastantes años, conocí en el colegio llamado entonces "XXV Años de Paz" a unos niños que, cuando les conté mi reciente visita a la Cueva de Maltravieso, me contestaron que tenían una cueva a la que iban con frecuencia a jugar. Me la señalaron a una distancia de menos de un kilómetro y me invitaron a ir con ellos un día. No fui entonces pero sí he ido ahora, aprovechando que estoy en Cáceres unos días con motivo de la hospitalización de un familiar.

El nombre del Conejar se debe a una pequeña construcción levantada



por el dueño del tereno y dedicada a la cría de conejos. Estaba rodeada por una pared de tapial, elaborada en su mayor parte con tierra sacada de la propia cueva. Antes se le decía Cueva del Oso y hace cosa de cien años se intentó horadar un pozo en su interior en la creencia de poder obtener agua en abundancia.

Fue estudiada ya desde principios del siglo XX por Del Pan y por Mélida; en la segunda mitad del siglo la estudió Callejo, que personalmente me habló de ella tomando café en su casa.

La boca de la cueva, en cuanto se llega a ella, se ve que



ha sido abierta por las aguas de lluvia que han disuelto la caliza de la superficie. Es, técnicamente hablando, una dolina.

Mirando desde la espalda la boca



de la cueva pasa más desapercibida.

Al pasar de la luz a la oscuridad



nos quedamos, por un momento, sin visión.

Un ailanto, árbol que alcanza alturas de veinte metros,



se ha erigido en guardián de la entrada a la cueva.

Enseguida que nos asomamos aparece el interior en pendiente



aunque presentando algunos rincones que ofrecen acomodo para pasadas habitaciones. Unos grandes escalones nos hablan de las andanzas para el pozo.

En el techo aparecen unos orificios que dejan pasar luz y



decoran naturalmente el interior.

Los agujeros del techo se hacen



visibles desde cualquier punto del interior.

La variedad de componentes metálicos hace que



la humedad provoque óxidos que dan en diversos colores, destacadamente el verde.

En 1981 Sauceda Pizarro realizó una recolección de material de superficie tanto en el interior como en los alrededores y asimismo en los muros de tapial que rodeaban el conejar. Ella fue la que consolidó el nuevo sobrenombre cunicular de la cueva frente al úrsido anterior. Recogió casi dos millares de fragmentos variados, de material cerámico, lítico y óseo. En este último material destacan un punzón y un fragmento con incisión vertical, ambos de huesos



correspondientes al IV milenio aC.

También recogió fragmentos de cuarcitas que pudieron pertenecer a hachas. Por contra, no encontró ningún fragmento metálico.

De las ciento cincuenta piezas más significativas publicó un pequeño estudio, tomando aleatoriamente treinta y una piezas, venticuatro de cerámica, seis de silex y una de pizarra con grafito.

Entre los útiles líticos en sílex están un cuchillo de color blanco, dos fragmentos de cuchillo blanquecino y una lasca de silex de color melado.



del IV milenio aC., así como un cuchillo de silex de color beige,



correspondiente al III milenio aC.

La pizarra con grafito es una de las piezas más destacadas y consiste en una placa con motivo inciso en esquisto pizarroso, decorada por ambas caras,



con una datación, realizada posteriormente, en el Epipaleolítico (X milenio aC.).

Casi toda la cerámica es a mano, con factura tosca y abundante desgrasante. Está cocida mayormente a fuego reductor.

Las superficies son alisadas aunque están predominantemente decoradas, con incisiones bien de punzón bien de boquique.



Por demás, aparecieron dos fragmentos a torno, decorados con técnica de estampillado.

La cueva del Conejar presenta, pues, cerámicas toscas lisas, con decoración incisa y técnica de boquique como la cueva de Boquique, de Plasencia, pero, en cambio, no presenta, como ésta sí, cerámicas con decoración de cordones con impresiones digitales ni tampoco cerámicas finas, bruñidas y pintadas. También está ausente la cerámica de retícula bruñida, lo cual descarta la posibilidad de un enlace cultural del Conejar con los yacimientos del sur peninsular.

Para Almagro Gorbea el boquique es una técnica que arranca en el Campaniforme tardío (siglo XIV aC.) y termina en plena Edad del Hierro pero en Extremadura no ha aparecido junto a motivos excisos ni con cerámicas del Bronce Final avanzado. En la Meseta, por otro lado, esta técnica es anterior a la fase Cogotas I y, por tanto, al Bronce Final.

El Conejar rompe el límite sur que a la técnica del boquique le tenía puesto Almagro en el río Tajo y posiblemente no sea el único punto de dispersión en la submeseta sur.



Sauceda concluye que esta cueva estuvo ocupada desde fines del Neolítico hasta la Edad del Bronce, con posible discontinuidad, por una población enraizada en tradiciones neolíticas y no relacionada con influencias extrapeninsulares.

En el año 2000 empieza una nueva campaña investigadora, esta vez a cargo de un equipo dirigido por Carbonell y Canals, dos de los principales responsables de las excavaciones de Atapuerca. Confirmaron la ausencia de sedimentos bien conservados, por estar todos los estratos entremezclados. Sólo pudieron realizar estudios novedosos en dos puntos en donde aparecían unas brechas con estado apropiado para sacar conclusiones.

En nuestra visita, al fondo se ve el punto en el que han



trabajado los de Atapuerca.

En el corte se aprecian unas capas de



materiales cuarcíferos. Entre ellas se detectaron restos de industria lítica (silex, cuarzo y cuarcita), de carbones, de semillas y de fauna. La datación les da una antigüedad de ocho mil años, situándolo en el Epipaleolítico. Esas semillas pueden indicar una actividad agraria propia del comienzo del Neolítico pero en un momento anterior a la aparición de la cerámica.

En la cota más baja la oscuridad es total pero no hay



agujero, aunque puede que hubiera un sumidero y se haya tapado por los aluviones. Tal vez proteja unos interiores con más recuerdos del pasado, que esperan el día en que la tecnología humana esté preparada para interpretarlos adecuadamente.

Terminada la visita, salimos afuera y reparamos en que el avance de la urbanización es imparable y amenaza



con absorber este yacimiento prehistórico, antes de que llegue ese día. Por ahora la arqueología está parada.

De momento sólo una valla de alambrada aparece como elemento protector,



que se nos antoja endeble y habrá que sustituirlo por algo más firme.

La cueva quedará rodeada totalmente por las viviendas de la urbanización y



ocupando el centro de un parque. Será algo insólito, desde luego, entre otras cosas porque no hay caso similar, en que un yacimiento prehistórico se sitúe en una ciudad.

Es interesante, pero ¿podrá sobrevivir entre el cemento, el asfalto, los niños jugando a la pelota en el parque y los vándalos aburriéndose en un botellón?











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