Acabo de ver un artículo sobre el libro "Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental". Lo reproduzco para que alguien lo compare con lo que estuvimos hablando un día de éstos.
Aunque los progres no quieran creérselo, sin la Iglesia Europa se habría convertido en una especie de Turquía o China, un espacio del que estarían ausentes la libertad humana y la civilización.
He leído del magnífico libro "Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental" de Thomas Woods.
De él, lo que más me ha impresionado ha sido el régimen de las abadías y monasterios benedictinos: sus avances agrícolas y científicos, la transmisión del conocimiento, el servicio a los laicos y su funcionamiento como empresas –hecho que deberían conocer y sopesar ciertos sectores católicos que, especialmente después de la Reforma luterana, rehuyen la economía, el desarrollo y el dinero.
La portada de este libro no da idea completa de su contenido. Al lector casual le parece que el autor se centra en la pintura, la arquitectura y los cantos de los monjes. Si mira el índice de Cómo la Iglesia construyó la civilzación occidental sorprenderá la variedad de materias que trata: la ciencia, la agricultura, la economía, el Derecho…
Como cuenta Woods, los alumnos a los que él da clase tienen todo tipo de prejuicios sobre la mal llamada Edad Media aunque ni sepan decir qué siglos abarca. A partir de la Ilustración y la Revolución francesa, en el pensamiento dominante la Iglesia y la Edad Media se despachan con unos clichés que los liberales y los progresistas repiten hoy: oscurantismo, violencia, miseria, inquisición, hambruna, peste, incultura… La diferencia es que en el siglo XIX los empeñados en mentir sobre la Iglesia eran los enemigos declarados de ésta, mientras que ahora son católicos los que contribuyen a mantener y difundir semejantes mentiras. La enseñanza, el cine, la televisión y la prensa transmiten tópicos y hasta mentiras. Para enfrentarse a ellos el libro de Thomas Woods es un arma tan sencilla como eficaz.
Veamos unos ejemplos.La sismología se llamaba hasta hace poco la ciencia jesuítica, pues fueron los miembros de esta orden asentados en la América española los que establecieron los primeros sismógrafos. El primer reloj mecánico conocido lo construyó en 996 un sacerdote que luego fue el papa Silvestre II. Los monasterios benedictinos –en cumplimiento de la regla "ora et labora"- eran empresas y centros de formación e investigación; construyeron criaderos de salmón, descubrieron el champán, elaboraron queso y realizaron los primeros cruces de ganado. El primer hombre que voló fue un monje llamado Eilmer a principios del siglo XI. Los abades cistercienses se reunían una vez al año para intercambiar conocimientos. El primer estudio de los fósiles y los estratos geológicos lo efectuó un sacerdote en el siglo XVII. Gran parte de esta obra fue arrasada en los países en los que triunfó la Reforma, desde la Inglaterra anglicana a la Suecia luterana.
La enumeración anterior demuestra el interés de los hombres de Dios por la ciencia, el conocimiento, y la sabiduría, así como su transmisión al mundo entero. El impulso provenía de su fe: un universo racional cuyas reglas debían conocer como obra divina que era y el mandamiento de amar al prójimo.
En el ensayo también se dedican varios capítulos a otros asuntos en los que el clima dominante tiene que reconocer la labor de la Iglesia, como el nacimiento de las universidades, la salvación de las obras históricas y literarias latinas y griegas, la formación del derecho internacional y las instituciones de caridad. Aunque ya sean sabidos, no viene mal recordarlos.
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