Hace dos veranos fui de excursión a Santa Cruz de Paniagua (Cáceres) desde un pueblo próximo, en donde estaba veraneando unos días. En el trayecto pasé muy cerca de la Sierra de Dios Padre, que es una elevación aislada pero a la vez constituye una estribación de la Sierra de Gata, unidad más amplia dentro de la Cordillera Carpetovetónica.
Me paseé por el pueblo, subí a la inmediata ermita de Dios Padre, que está en un cerro con olivos que pudo haber sido perfectamente un castro prerromano. Se nota inmediatamente que es un lugar con potencia arqueológica; pueden encontrarse algunos restos de escorias, que nos traen remembranzas de las riqueza mineras que por la zona de la Sierra de Gata había desde la Prehistoria.
Hay que tener en cuenta que existen dos ermitas dedicadas de Dios Padre casi en el mismo sitio: una es ésta, a tiro de piedra de la plaza de Santa Cruz de Paniagua, y otra es la situada en la cumbre de la Sierra de Dios Padre. El motivo creo que es la falta de acuerdo entre los vecinos del pueblo y los de Villanueva de la Sierra, villa situada en el otro lado de la sierra; compartían durante siglos la ermita cumbreña hasta que se arruinó y, al encargarse recíprocamente la obligación de reconstrucción, los santacruceños optaron por rehabilitar una ermita inmediata, abandonada, para alojar una imagen nueva a la que dirigir sus romerías, renunciando a subir a lo alto de la sierra.
Volví a la plaza y quise entrar en la iglesia; como estaba cerrada pregunté a unos chavales por la casa del cura y me indicaron cuál era. Al llegar a ella, toqué el tiembre y mientras esperaba que me abrieran reparé en que estaba sobre un umbral un poco especial; me bajé de él y me di inmediatamente cuenta de que era una piedra de mámol. Cuál sería mi sorpresa cuando vi que tenía decoración por los bordes; me fijé con detenimiento y comprobé que eran motivos vegetales de estilo visigodo. No daba crédito a mis ojos. Además la piedra era un buen ejemplar y no estaba en malas condiciones. En esto salió una mujer que allí vivía y me dijo que en el pueblo no había cura; venía el de Ahigal a decir misa y ella estaba en esa casa de arriendo. Bueno, me volví hacia el coche y continué la excursión hacia otro pueblo próximo.
Me acerqué a la casa del cura y comprobé que ya habían quitado del umbral la piedra que buscaba.
Tal como está apoyada en la pared, se ve el lateral superior decorado, de esta forma:
En esa cinta hay alguna palmeta de gran perfección, como lo que está a la derecha de la flor cuatripétala:
Por abajo se ve, si nos inclinamos, el lateral inferior, decorado también:
El lateral izquierdo también está decorado:
En el centro de la decoración del lateral izquierdo aparece una flor cuatripétala:
Al despegar la piedra de la pared, se ve que el haz del altar tiene un receptáculo rectangular para acoger el ara:
En la cara frontal, más o menos en el centro, se ve una pequeña oquedad, resultado de algún golpe, posiblemente fortuito, dado con algún pico de hierro:
El borde inferior presenta erosiones recientes, resultado de las labores de despegue del sitio que ocupaba como umbral:
Asimismo, ese borde presenta dos muescas antiguas, producto de golpes en manipulación poco cuidadosa:
El altar visigodo de Córdoba, aunque está sobre un bello tenante decorado de 1 metro de alto, es más pequeño y carece de decoración.
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*Autora: Marta Santafé. Blogs46Consultora especialista en Medio Ambiente,
Sector del Agua y Planificación Hidrológica. Experiencia en Directiva Marco
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