sábado, 24 de febrero de 2018

El arte de los neandertales

Una mano en negativo, unas concentraciones de color alargadas y pseudo-circulares, y un signo lineal que forma una especie de escalera en las paredes de la roca. Estos trazos toscos y primitivos creados con ocre son, según una asombrosa investigación publicada en la revista «Science», las muestras de arte rupestre más antiguas del mundo. Han sido encontradas en tres cuevas españolas -La Pasiega en Cantabria, Maltravieso en Cáceres y Ardales en Málaga- y tienen al menos 64.000 años, por lo que no pueden ser atribuidas al Homo sapiens, la especie a la que todos pertenecemos. Sus verdaderos autores, dicen los investigadores, deben ser por fuerza neandertales, nuestros primos inteligentes, que en esa época eran los únicos que habitaban Europa. Todavía faltaban 20.000 años para que llegáramos nosotros.



Tres manos en la cueva de Maltravieso. La de origen neandertal, en el centro.

«No hay duda, no pueden ser otros», asegura Marcos García, profesor de la Universidad Isabel I de Burgos y miembro del equipo internacional que ha datado las pinturas. Los hallazgos suponen la primera evidencia clara de que esos homínidos extintos dejaron su huella voluntaria en las paredes y sugiere, una vez más, que lejos de ser unas bestias torpes y estúpidas, eran unos seres sofisticados que poseían una capacidad cognitiva, simbólica y artística similar a la nuestra.

Los investigadores, dirigidos por la Universidad de Southampton (Inglaterra) y el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Leipzig, Alemania), utilizaron una técnica de vanguardia llamada Uranio-Torio para datar la calcita situada justo por encima y por debajo de las pinturas, lo que indica su antigüedad mínima o máxima. El método de radiocarbono tuvo que ser descartado, ya que no llega más allá de los 40.000 años y solo puede emplearse con materias orgánicas. Precisamente, hasta ahora las reclamaciones de un posible origen neandertal del arte rupestre se habían visto obstaculizadas por la imprecisión de la datación y atribuido enteramente a humanos anatómicamente modernos. Esta posibilidad incluso llegó a contemplarse en Altamira, el templo del arte rupestre por excelencia.

Símbolos de grupo

En La Pasiega, los investigadores encontraron unos símbolos de carácter lineal en forma de escalera, dos líneas verticales con otras horizontales realizadas «con un pincel sencillo o con los dedos», explica García. Las concentraciones alargadas o pseudo-elipsoidales de la cueva malagueña son también una aplicación de color, y para las manos de Maltravieso (hay varias pero solo en una ha sido posible determinar su origen neandertal) se empleó una especie de aerógrafo rudimentario, unos huesos de ave o similar con los que se proyecta el pigmento contra la pared al soplar por el mismo. Todos los motivos son muy simples y se llevaron a cabo con ocre, lo que les da un particular tono rojizo.



La escalera de La Pasiega

«No sabemos qué representan, pero sí sabemos que son símbolos, parte de un lenguaje gráfico que posiblemente les identificaba como grupo y facilitaba la cohesión», explica el arqueólogo. En cuanto a si se puede considerar arte, posiblemente sea el punto más controvertido del estudio. Su creación debía implicar un comportamiento tan sofisticado como la elección de un lugar, la planificación de la fuente de luz y la mezcla de pigmentos.



Desde la Universidad de Southampton hablan sin tapujos de neandertales «artistas» y los del Max Planck se refieren a los hallazgos como arte rupestre. «Es difícil decir si detrás de esas pinturas había un sentimiento estético, por lo que me gusta más hablar de simbolismo gráfico», apunta García. Sin embargo, no lo descarta, porque «los motivos no son casuales, se repiten en lugares distantes y hay un mensaje. Nadie cuestiona Altamira», dice.

Indistiguibles del hombre moderno

Lo que sí está claro es que estas pinturas demuestran una vez más la capacidad cognitiva de los neandertales, de los que también se sabe que, por ejemplo, enterraban a sus muertos, cocinaban y adornaban su cuerpo. «Los neandertales y los humanos modernos compartieron el pensamiento simbólico y debían de haber sido cognitivamente indistinguibles», concluye Joao Zilhão, de ICREA, Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados. Por ese motivo, «en nuestra búsqueda de los orígenes de la cognición humana avanzada, debemos mirar más atrás en el tiempo, hace más de medio millón de años, al ancestro común de los neandertales y los humanos modernos».



Pigmento rojo en la cueva de Ardales; muchas áreas de esta formación de estalagmitas fueron pintadas por neandertales en al menos dos episodios, uno hace más de 65.000 años y otro hace unos 45.000 años. Imagen mejorada de una mano neandertal de 66.000 años de antigüedad prácticamente cubierta de calcita en la cueva de Maltravieso.

Reservar las capacidades simbólicas y de abstracción al Homo sapiens es, para los investigadores, un completo error. La cuestión es fundamental, ya que la capacidad de los humanos primitivos para crear arte se considera como un hito evolutivo íntimamente relacionado con el desarrollo del lenguaje y nuestra capacidad de formar y vivir en sociedades complejas. «Me gustaría ver la expresión en algunas caras mientras leen los periódicos», confiesa Zilhão, quien lleva años reivindicando la capacidad mental de los neandertales, en un artículo que se publica junto al estudio en «Science».

En cuanto a si pueden aparecer más pinturas realizadas por neandertales, Marcos García dice estar «absolutamente convencido». «Buscamos en cuevas donde los paneles habían sido utilizados de manera reiterada y vimos que antes de los caballos, los bisontes o los ciervos se habían dibujado estos símbolos», afirma. «Si se miran más cuevas, aparecerán más, no solo en España, sino también en otros puntos de Europa». Algunos de los sitios interesantes donde echar un vistazo pueden ser, según el investigador, la cueva de la Peña de Candamo en Asturias, la del Castillo en Puente Viesgo (Cantabria) o la francesa de Merveilles.



La «escalera» de La Pasiega fue denominada «La Trampa» en 1913 por el prehistoriador Henri Breuil, que creyó que esa forma de «escalera» era un trampa con dos animales en su interior; esos dos animales no están datados, pero lo más probable es que sean posteriores.

El hallazgo de nuevos símbolos también decirnos si estos homínidos tenían un estilo propio de arte rupestre. De momento, todo lo que se ha descubierto tiene en común su simplicidad y la ausencia de formas figurativas desde el punto de vista de la construcción formal o cognitiva. Con un estilo definido o no, lo cierto es que los neandertales, que desaparecieron por causas aún sin aclarar hace unos 42.000 años, dejaron un legado mucho más rico de lo que jamás había podido sospecharse.

Conchas para adornar el cuerpo



Las conchas perforadas se encuentran en los sedimentos de la Cueva de los Aviones y datan de entre 115.000 y 120.0000 años.

En un estudio paralelo publicado en «Science Advances», algunos miembros del mismo equipo de investigadores anuncian el hallazgo de conchas marinas perforadas y coloreadas con pigmentos rojos y amarillos en la Cueva de los Aviones en Cartagena (Murcia). Dos de estos artefactos tienen al menos unos 115.000 años de antigüedad, una vez más, mucho más atrás en el tiempo que la presencia de los primeros humanos modernos en la región. Solo los neandertales pudieron ser sus creadores. Posiblemente, utilizaron estas conchas para adornar el cuerpo, por embellecerse, o como un elemento de identidad grupal, como ocurre en algunas tribus actuales. Este uso simbólico representa un momento crítico en la evolución humana. Hasta ahora, los primeros objetos de este tipo descubiertos por los científicos habían sido creados por Homo sapiens hace 92.000 años en África. Igual que ocurre con el arte rupestre, para los autores los nuevos hallazgos no dejan ninguna duda de que los neandertales compartían el pensamiento simbólico con los primeros humanos modernos. Por lo tanto, la capacidad de simbolismo pudo haberse heredado de un antepasado común y no lo aprendieron de los sapiens cuando estos llegaron a Europa.




















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miércoles, 21 de febrero de 2018

Letra del Himno Nacional

Viva España,
alzad la frente, hijos del pueblo español,
que vuelve a resurgir.
Gloria a la Patria
que supo seguir,
sobre el azul del mar
el caminar del sol.
¡Triunfa España! /
Los yunques y las ruedas
cantan al compás
del himno de la fe.
Juntos con ellos cantemos de pie
la vida nueva y fuerte del trabajo y paz.
Viva España,
alzad la frente,
hijos del pueblo español,
que vuelve a resurgir.
Gloria a la Patria
que supo seguir,
sobre el azul del mar
el caminar del sol.





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martes, 20 de febrero de 2018

El yacimiento de las Casas del Turuñuelo de Guareña

Hace 2.500 AÑOS, muy cerca de lo que hoy es el municipio de Guareña, en Badajoz, los lugareños se reunieron en un enorme edificio de dos plantas para celebrar un banquete y una ceremonia ritual en la que sacrificaron decenas de valiosos animales. Después lo quemaron todo, lo sepultaron y lo abandonaron para siempre. Los últimos días de aquella insólita construcción, congelados en el tiempo gracias a la mezcla de las cenizas y arcilla que ha protegido sus restos todos estos siglos, pueden ser claves para entender la última etapa de Tartesos. Y, de paso, para cubrir algunos de los huecos que durante tantos años se han rellenado a base de mitos y leyendas (de Hércules al rey Argantonio) sobre la gran civilización que floreció en el suroeste de la península Ibérica, de la mano del comercio con los fenicios, en la primera mitad del primer milenio antes de Cristo. Tartesos confluyó con la colonización fenicia y llegó a ser tan brillante y rica que excitó la imaginación de los historiadores griegos. Perduró unos cinco siglos, y su decadencia y desaparición total, hacia el 500 antes de Cristo, aún está por aclarar.



“Faltan muchos análisis que hacer y mucho edificio por desenterrar —apenas se ha excavado el 10%—”, advierten Sebastián Celestino y Esther Rodríguez, arqueólogos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y responsables del yacimiento de las Casas del Turuñuelo de Guareña, que empezó a excavarse en 2015. Pero los huesos de 22 caballos, 3 vacas, 2 cerdos, 2 ovejas y 1 asno sacrificados (eso de momento, puede haber más) no solo representan un hallazgo extraordinario —es la mayor hecatombe de animales localizada hasta ahora en todo el Mediterráneo, la primera de tamaño comparable a los holocaustos religiosos que se describen en el Antiguo Testamento o en la Iliada y la Odisea—, sino que abren nuevas pistas para entender qué pasó allí.



El de Guareña no es el único edificio que entre finales del siglo V y principios del IV antes de Cristo tuvo ese mismo final en las Vegas Altas del Guadiana, un territorio que había cobrado vida e importancia económica apenas un siglo antes, gracias a las oleadas migratorias llegadas por culpa de una gran crisis económica desde el núcleo central de Tartesos, entre lo que hoy es Huelva y Sevilla. Toda una serie de construcciones similares —como el santuario de Cancho Roano, en Zalamea de la Serena, o La Mata, en Campanario, con un perfil más económico—, encargadas de la gestión del territorio y del control del paso por el Guadiana, acabaron también autodestruidas casi al mismo tiempo, algunas tras un gran festín como el del Turuñuelo. La gran diferencia es el desmesurado sacrificio de animales, incluidos todos los caballos, claros símbolos de abundancia y distinción en aquel tiempo, colocados además en posturas teatrales: la mayoría en parejas, ­algunos con las cabezas entrelazadas.



Esto, sumado a las otras riquezas enterradas (sacos de grano, vasos de pasta vítrea, juegos de ponderales, bronces destrozados a propósito), abre la hipótesis de que aquellos hombres y mujeres pensasen que los dioses les habían castigado y que estuvieran intentando ponerle remedio sacrificando los más valioso que poseían, explica Sebastián Celestino.



Perdería entonces fuerza la idea tradicional que dice que se marcharon por miedo a una inminente invasión de los pueblos celtas del norte, algo que tampoco concuerda con la casi absoluta ausencia de armas (común en realidad a todo Tartesos) y la enorme cantidad de tiempo y mano de obra que se debió de necesitar para ocultar semejante construcción (se calcula que el edificio ocupa casi una hectárea de terreno). Los expertos creen que se debió más bien a algún cambio brusco del clima, alguna gran catástrofe natural o gran epidemia.



Los investigadores insisten en que se trata de resultados e interpretaciones provisionales. Podrán afinar mucho más, por ejemplo, cuando sepan cómo fueron sacrificados los animales, a qué edad o si fueron eviscerados o descarnados después de muertos. Desde que comenzaron los trabajos en 2015 ya han desenterrado una habitación llena de ricos objetos —joyas, puntas de lanza, cerámicas, semillas, parrillas de bronce y un gigantesco caldero extraordinariamente conservados—, otra gran sala con un altar de adobe típico tartésico (que representa una piel de toro) y una rarísima bañera-sarcófago. Además, está la escalinata monumental de tres metros de altura (en la que se utilizó una especie de protocemento un siglo antes de que el Imperio Romano empezara a usar el opus caementicium) que conduce al patio donde se han hallado los animales y frente a la que se abre un camino de pizarra y se intuye una gran puerta en un lateral. El hecho de que conserve las dos plantas también convierte el edificio en un descubrimiento único en todo el Mediterráneo occidental.



Con todos esos ingredientes, no es extraño el interés que el yacimiento ha despertado en la comunidad científica. Los responsables de la excavación reciben constantes ofertas de colaboración por parte de decenas de expertos e instituciones. Celestino, que también dirige el Instituto de Arqueología de Mérida (centro mixto del CSIC y la Junta de Extremadura), y Rodríguez aceptan muchas de ellas para superar la limitación de medios a la que suelen enfrentarse este tipo de trabajos en España; en su caso, su única subvención procede de la Diputación de Badajoz. Así, por ejemplo, el laboratorio de restauración de la Universidad Autónoma de Madrid está recomponiendo algunos de los restos hallados en Badajoz; mientras, en la Universidad de Cambridge se analizan sus fragmentos de tela; entre ellos, la que es probablemente la lana más antigua encontrada en la Península.



Y también un equipo de ingenieros de la Universidad de Extremadura ha recorrido la excavación con un escáner para tomar información que permitirá reproducir en 3D a escala 1:1 las estancias. Eso servirá después, entre otras cosas, para el desarrollo de algoritmos específicos que permitan recomponer, a partir de los fragmentos encontrados, la forma precisa de la bañera o de la puerta del patio, explica la investigadora Pilar Merchán. Además, el registro exacto de cómo era el patio con los animales sacrificados será especialmente importante por si en un futuro (de momento, bastante lejano) se plantea abrir el yacimiento al público y colocar reproducciones de los huesos.



De momento, y ante el rápido deterioro de los esqueletos, seis zooarqueólogos de diferentes centros de investigación se disponen a transportarlos a sus respectivos laboratorios para analizarlos y, en algunos casos, prepararlos para su conservación (una vez restaurados, todos los restos pasan a disposición del Museo Arqueológico de Badajoz). “Cuando eran solo dos caballos [los primeros que salieron a la luz], yo podía hacerme cargo, pero cuando siguieron saliendo y saliendo, vi que esto era demasiado, que necesitaba ayuda”, cuenta a pie de obra Rafael Martínez Sánchez, arqueólogo experto en restos animales de la Universidad de Granada. Así, de la forma más natural, durante una cena tras un taller celebrado en Mérida el pasado mes de octubre sobre Los sacrificios de caballos en la península Ibérica durante la I Edad del Hierro, nació el improvisado equipo.

Sacar de la tierra con piqueta y paletín los restos de una treintena de animales de hace 2.500 años es un trabajo delicado que requiere un plan de ataque: por dónde empezar, cómo nombrar a cada individuo… Mientras lo deciden en el yacimiento (Pilar Iborra y Rafael Martínez Valle, del Instituto Valenciano de Conservación y Restauración, llevan la voz cantante), repasan las primeras impresiones: aquel parece un ternero; este, un asno de cabeza enorme; a esta cerda le falta una paletilla delantera (¿se la comerían durante el festín?); al caballo quizá le cortaron las patas antes de sacrificarlo… A los especialistas se les ve abrumados, pero también entusiasmados; muy raramente pueden trabajar con semejante muestra, que les permitirá conocer, por ejemplo, pautas de alimentación y enfermedades (de esto se encarga Silvia Albizuri, de la Universidad de Barcelona). O indagar a través de su ADN, si el estado de conservación lo permite, en el proceso de domesticación del caballo en la Península, explica Jaime Lira, del Centro Mixto Universidad Complutense de Madrid-Instituto de Salud Carlos III y miembro del equipo de Atapuerca.

Son sin duda enormes las posibilidades que se abren en este yacimiento de las Casas del Turuñuelo para saber mucho más sobre cómo eran, cómo se organizaban o cuál era la relación de esa cultura tartésica tardía con los lejanos países del otro extremo del Mediterráneo; se han encontrado objetos griegos, pero también imitaciones hechas en los alrededores, y en los bloques rectangulares que sostienen la escalinata monumental se puede ver una versión local de los sillares de piedra que usaban en Grecia. Y como además existen muy pocos restos de envergadu­ra en la zona central de Tartesos en torno al Guadalquivir —probablemente porque sobre ellos se fueron superponiendo capas y capas de los pueblos que llegaron después—, también pueden ayudar a entender mejor aquella gran civilización.

Desde que empezaron a excavar en Guareña, Celestino y Rodríguez, con la inestimable colaboración de Melchor Rodríguez Fernández, un obrero especializado en este tipo de trabajos desde hace más de 20 años, que ha abierto a pico y pala gran parte del yacimiento, no han hecho más que encontrar a cada paso objetos únicos, construcciones insólitas y los restos más antiguos y mejor conservados en la protohistoria mediterránea (¡hasta los marcos de madera de algunas puertas!). Y todavía falta el 90% restante.


















domingo, 11 de febrero de 2018

Napolitanas con españoles

Pilar Paloma de Casanova y Barón, duquesa de Maqueda y su marido Francisco López de Becerra y Solé, señor de Tejada son los propietarios de las cartas secretas entre el Rey Fernando el Católico y el Gran Capitán. La duquesa es descendiente de Gonzalo Fernández de Córdoba.

El Centro Nacional de Inteligencia (CNI) ha desentrañado el alfabeto de la correspondencia cifrada. Las cartas están encabezadas únicamente con las palabras «El Rey».

En las instrucciones que dicta tras la conquista de Nápoles, en el año 1503, Fernando el Católico se preocupa hasta del mínimo detalle. Incluso recomienda que "los españoles se casen con las napolitanas y con sus viudas".

"Muchas mujeres en el Reino de Nápoles, y muchas de aquellas y otras que están por casar, es de pensar que habrán placer de casarse con españoles», escribía el monarca de corrido y sin tachar. Era el rey de Aragón pero ahí no menciona nunca ni a aragoneses ni a catalanes. ¡Que se casen con españoles!








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jueves, 1 de febrero de 2018

La Isla de los Faisanes

Este jueves en una pequeña isla situada en el río Bidasoa algo va a cambiar. El 1 de febrero volverá a ser territorio español y será así durante los próximos seis meses, pues el 1 de agosto volverá a ser una isla que pertenezca a Francia. De esta manera, se cumple una tradición que lleva vigente desde hace más de 350 años: se trata del condominio de la Isla de los Faisanes.



La situación estratégica de este islote es curiosa. A un lado del río Bidasoa se encuentra Irún (España); al otro, Hendaya (Francia). La Isla de los Faisanes, que tiene una superficie de 6.820 metros cuadrados, se encuentra en la frontera que separa ambas localidades y, por tanto, ambos países. Con el paso de los años, la isla ha llegado a perder hasta la mitad de su superficie por culpa de la erosión provocada por el agua del deshielo de los Pirineos... pero su historia sigue viva.

Todo ocurrió durante el siglo XVII, en el marco de la Guerra de los Treinta Años. Por entonces, los conflictos bélicos abiertos entre Francia y España eran evidentes y esta isla se convirtió en un punto fundamental; situada en la frontera natural entre ambos países, pronto pasó a ser un terreno neutral en el que ambos imperios negociaban y fue el lugar elegido para acabar con la lucha armada. El momento quedó recogido en un tapiz cuya imagen acompaña estas líneas.



Así, el 7 de noviembre de 1659, Luis de Haro (como representante español) y el cardenal Mazarino (como francés) sellaron el Tratado de los Pirineos. La ratificación de este acuerdo trajo dos consecuencias: la primera, la boda del rey francés, Luis XIV, con María Teresa de Austria, la hija de Felipe IV; la segunda, el reparto de la Isla de los Faisanes, que sería gobernada a partes iguales por ambos países.

Sin embargo, esto no resolvió los conflictos en la zona, porque los pescadores españoles y franceses seguían teniendo encontronazos por la jurisdicción de la isla. Así, en pleno siglo XIX, se llegó a un acuerdo que continúa vivo a día de hoy; para evitar problemas, la Isla de los Faisanes sería durante seis meses española y durante los otros seis, francesa. De este modo, se sabría siempre a quién pertenece el islote.



Desde entonces, cada 1 de febrero la isla pasa a ser española, manteniendo esta nacionalidad hasta el 31 de julio. El 1 de agosto, España suelta su jurisdicción y este pequeño terreno pasa a manos de Francia. Se trata de una figura de gobierno que se denomina condominio y se basa en que varios estados mantienen la soberanía sobre un mismo territorio. A día de hoy, la Isla de los Faisanes es el condominio más pequeño del mundo.

Aunque en su tiempo tuvo un importante peso histórico, a día de hoy se trata de un pequeño espacio de terreno que no se encuentra habitado, y en el que solo se pueden contemplar árboles y vegetación. Cuando pasa a formar parte de los dominios de Francia, también se la conoce como Isla del Hospital o como Isla de la Conferencia... pero eso será dentro de seis meses. Desde este jueves, la Isla de los Faisanes vuelve, como cada año, a los dominios de España.










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