En mayo, en la tarde del 16, en todos los ruedos del mundo, los toreros hacen el paseíllo sin cubrirse con la montera, los aficionados se ponen en pie, y todos guardan un minuto de silencio en memoria del diestro más universal que ha dado la vida andante de la torería y que moría en la plaza de toros de Talavera de la Reina, tal día como éste, en 1920, tras la cogida mortal del quinto toro, llamado
Bailador.
Esta es la relación de los hechos, contada a través del testimonio de su hermano
Rafael El Gallo -y que recogió
Marino Gómez-Santos en la entrevista publicada en el diario Pueblo y más tarde editada en "Mi ruedo ibérico" por la editorial Espasa-;
- ¿Dónde estaba usted aquella tarde? La corrida de Talavera se hizo para mí y para
Ignacio (Sánchez Mejías).
José me dijo: “Quítate de Talavera y vete a Madrid. Cógete el sitio mío, porque yo no voy a ir.”
José estaba disgustado por lo que ocurrió en la corrida de Urquijo. Pero, ¿qué ocurrió? (Rafael el Gallo se aprieta el pañuelo de seda blanco al cuello). Que la marquesa de
Urquijo iba a dar la primera corrida de su ganadería y quería que la torease
José. Todo el mundo se opuso a que
José fuese a Madrid con toros desconocidos. Y
José no quieras saber cómo se puso. Dijo que o toreaba la corrida de Urquijo o no iba. Por eso no quiso torear en Madrid y me dijo a mí que fuese yo, porque no acababa de ponerse de acuerdo con la empresa.
“(Rafael) El Gallo, con el
marqués de Llen, bajaba la escalera del hotel. Al llegar a la conserjería entraba un repartidor de telegramas. -No se vaya don Rafael, que es para usted. (…) “
José cogida gravísima vientre”. Ahora, al referirse al telegrama, Rafael el Gallo palidece. (…) Lo ha matado, pensé rápidamente. El marqués de Llen puso en marcha un flamante Rolls-Royce… Al llegar a Alcalá para entrar en la Puerta del Sol, la gente se agrupaba en Télefonos. Era un enjambre que se revolvía como si se tratase de una revuelta política… No sé si la gente esperaba noticias o si sabían todo lo que pasaba”.
(Rafael, El Gallo) “En medio de la carretera que estaba en reparación, había grandes montones de piedras. Pasamos por ellas como por un tobogán. No sé cómo íbamos, ni cómo llegamos a la plaza de Talavera. Cuando entré en la enfermería me encontré con dos médicos amigos de
José, que estaban ya lavándose las manos. Tenían ya los brazos manchados de sangre. Al volverme así, vi a
José tendido, con el vestido de torear roto a jirones y la cara pálida. Estaba ya de cuerpo presente”
- Rafael, el Gallo, cuenta el siguiente relato fruto de su fantasía y lo trasforma como si verdaderamente ocurriera: “Junto a la ventana de la enfermería se detuvo un automóvil. Oí un portazo. Empujaron la puerta y vi que entraban la reina
Victoria y el rey
Alfonso XIII. No saludaron. Se fueron derechos a los pies de
José. Recuerdo que el rey dijo: “Victoria, ¿has traído el Rosario?” La reina dijo que sí: “vamos a rezar”, dijo el rey. Yo estaba empezando a sentirme enfermo, porque no he podido llorar nunca, y eso me hace mucho daño al corazón. Me quedé mirando cómo rezaban los reyes. La reina llevaba un velo negro sobre la cara, muy tupido. Al marcharse don Alfonso me dio un abrazo y me dijo: “¡Lástima de hombre el que hemos perdido, Rafael!
“Las mujeres entraban sin saber por dónde. Entraban atropellándose, y al encontrarse frente a mi hermano de cuerpo presente, decían: “¡
José! Y no decían más porque se desmayaban. Los hombres, con la gorra de visera en la mano, le miraban, se quedaban muy pálidos y acababan por caerse al suelo también. Hubo que prestarles auxilio, y los médicos acabaron todas las cosas que tenían en el botiquín”.
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