Hoy, 8 de julio de 2009, se cumple un año de la muerte de Manuel Prieto Fernández, un escultor y pintor jerezano que merece mayor reconocimiento.
VidaHabía nacido el 15 de junio de 1938. Vivió, pues, casi setenta años.
Fue discípulo de Ramón Chaveli Carreres. De pequeño, cuando no contaba nueve años, se paraba todos los días en la ventana del taller del escultor de origen valenciano, para observar embobado cómo se desenvolvía en su labor. Al cabo de un tiempo el veterano artista le dijo: "anda, niño, si tanto te gusta verme esculpir pasa para adentro y puedes ir enredando, que ya te iré yo diciendo poco a poco lo que tienes que hacer. Así, por lo menos, no me quitas la luz de la ventana". De esta forma empezó una relación duradera.
Él durante su vida no se consideró discípulo de ningún otro artista que no fuera Chaveli.
Tuvo su taller primeramente en el barrio de San Mateo, de cuya Hermandad del Desconsuelo fue siempre seguidor; luego lo trasladó a la calle Gaspar Fernández, en el barrio de la Albarizuela o de San Pedro.
En la Escuela de Artes y Oficios de la calle Porvera cursó estudios y luego pasó a dar clases, en principio como interino y luego como propietario tras superar una oposición en el año 1982.
Asimismo, empezó a trabajar como colaborador en el taller del escultor Pinto Berraquero; su colaboración consistía en policromar las imágenes que tallaba Pinto. Llegado un momento decidió independizarse como escultor pero su compañero le propuso seguir juntos, compartiendo ahora escultura y pintura en todas las obras y detentando la titularidad artística al cincuenta por ciento, acuerdo que aceptó y se llevó a cabo hasta que ganó la plaza de profesor por oposición. En ese momento se separa de Pinto y se retira a su taller, donde decide trabajar sólo para sí mismo y según su inspiración, sin someterse a encargo alguno.
A partir de entonces es cuando su genio artístico aflora con libertad y con plenitud. Sus obras reflejan exactamente lo que él quiere manifestar; no buscan satisfacer a ningún cliente. Una vez realizadas se quedan en el taller, sin prisa de ser vendidas, pues la principal función es satisfacer a su autor, que se recrea en la intimidad con ellas.
ObraEn este recordatorio de Prieto vamos a repasar, de entre sus obras, las más conocidas por el público, que son precisamente las imágenes religiosas que salen en procesión de Semana Santa; a saber, tres vírgenes y un nazareno.
En cuanto a las imágenes de la Virgen, Prieto siempre cuidó de que presentaran un rostro con rasgos de niña. Con ello fue tomado por innovador, y es que él siempre buscó expresar su idea de que la Madre de Dios, por su pureza y virginidad, se mantuvo como niña, incluso en su pariencia física, a lo largo de toda su vida terrenal. Esos rasgos debían, pues, ser delicados, destacando unos ojos grandes y expresivos, junto con unas proporciones de cara que huyen del modelo adulto (por ejemplo, la mitad inferior del rostro es de un volumen destacadamente reducido).
Esa juventud de una Madre rompe con el realismo de otras imágenes andaluzas; provoca un choque en el espectador pero se puede comprender dentro del idealismo popular, que le adjudica a la Madre de Dios una belleza superior a cualquier otra mujer. De todas formas, esa Virgen-Niña apenada mueve a compasión en su dolor infantil. Para algunos, repite el concepto estético de Murillo en algunas de sus Inmaculadas.
Aparte de esa originalidad conceptual, Prieto demostró una rara precocidad, ya que es en el tipo iconográfico de la Virgen en el que más pronto empezó a destacar a una edad impropia. Así,
la Virgen de la Candelaria fue elaborada en 1957, cuando contaba con dieciocho añitos de edad.
Es una imagen de candelero que la Hermandad de la Candelaria adquirió por cinco mil pesetas el 28 de enero de 1959. Se trata, por tanto, de la segunda imagen de la Virgen con esta advocación en la ciudad, después de la imagen de la Candelaria labrada en 1584 por la gubia del jienense Andrés de Ocampo y venerada en el Santuario de San Juan Grande.
La
Virgen de la Concepción fue realizada por encargo de la Hermandad de las Viñas en 1959, cuando contaba el artista con ventiún años. Esta Dolorosa estuvo expuesta en el escaparate de una tienda de muebles durante dos meses, siendo bendecida el 29 de julio de ese citado año.
Para muchos jerezanos, es la Dolorosa más bonita que procesiona en Semana Santa y lo cierto es que el 8 de diciembre de 2004 el Obispo Don Juan del Río la coronó canónicamente, además de recibir ese mismo día la Medalla de Oro de la Ciudad.
Algunos ven en esta imagen un lejano parecido con la Virgen del Desconsuelo. Ello no tiene nada de extraño por cuanto el autor fué siempre devoto de la reina de su barrio de infancia, pero la Virgen de la Concepción es de la estética personal de Manuel Prieto, sólo asimilable con la Virgen de la Candelaria, su precedente personal.
Fue restaurada en 1976 por José Guerra Carretero. Esto dio ocasión a uno de los disgustos más grandes del artista, porque la restauración no se llevó acabo como a él le habría gustado, ya que unos retoques en los párpados y la implantación de una pestañas postizas dieron como resultado un cambio en la imagen que perjudicaba el concepto estético que Prieto le había impreso desde un principio. Él se opuso a la restauración y luego se ofreció a corregirla, pero no logró su propósito. A decir verdad, tenía motivos de protesta en defensa de su autoría porque, sin ir más lejos, con la otra imagen titular de la Hermandad (el Cristo de la Exaltación), cuando hubo de ser restaurada, se le dio el encargo al propio autor, González Rey, que pudo restaurar en línea con su concepto de creador.
La tercera imagen procesional es
la Virgen de los Dolores, que se venera en la iglesia parroquial de La Barca de la Florida. La había elaborado Prieto sin encargo previo, como si fuera para sí mismo; de hecho la tuvo bastante tiempo en su taller hasta que un día lo visitan los componentes de la Hermandad de la Buena Muerte. Estos hermanos aprecian la imagen pero manifiestan su intención de adquirir una Virgen con un rostro de mujer mayor, con lo que Prieto siguió disfrutando de su obras a solas en su taller. Pasado el tiempo, un particular decide adquirirla sin manifestar a dónde iría: acabó yendo a la parroquia de San Isidro Labrador.
En mi particular opinión, esta imagen es la más perfecta de las tres; la veo más obra de madurez y trasluce una belleza serena, más emparentada con una estética clásica, que no clasicista. En fin, los de la Buena Muerte se lo perdieron.
La cuarta imagen procesional de Pieto es
el Señor de las Misericordias, un nazareno que pertenece, como la imagen de la Candelaria, a la Hermandad residenciada en la parroquia de Santa Ana.
Es una imagen de talla completa. Esta obra la realizó Prieto en colaboración al cincuenta por ciento con Pinto el año 1977; por tanto, se trata de una coautoría.
Estas esculturas no son forzosamente lo más destacado de la obra de Prieto. De hecho, él de lo que se mostraba más orgulloso era de la imagen de la Madre Antonia de Jesús Tirado, que se conserva en el Beaterio. No se deben olvidar tampoco las piezas que quedaron en el taller del artista, y que allí esperan su revaloración.
Puede que otro día le dedique algún capítulo a esas piezas, que no son de conocimiento público.
En verdad, a este autor se le debe una exposición antológica y un rescate en la memoria de su obra.
Por ahora baste un momento de recuerdo y oración por el gran artista y mejor persona que fue Manuel Prieto Fernández. Y vaya un saludo a su viuda, Mercedes, que compartió afanes, alegrías y pesares; y además es pintora.
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