
Blog personal de Marciano Breña Galán para que escriba lo que quiera y cuando quiera, abierto a propuesta insistente de su hijo mayor. Sólo se busca que sea leído por el autor y por su familia.
viernes, 26 de enero de 2007
Con Jesuli de Torrecera
Ayer estuve otra vez en el Hotel Los Jándalos, en la grabación pública del programa taurino "Puerta Grande", que dirige Manolo Sotelino, de COPE Jerez.

domingo, 14 de enero de 2007
En la Sierra de Albarracín
Ayer, sábado, estuve en la Sierra de Albarracín (El Bosque). Fui con dos compañeros del departamento de Sociales del Instituto y con otros del "Xeritium".
Nos citamos en la rotonda del Caballo de Troya para salir de Jerez a las nueve en punto. Todos habíamos desayunado en casa y por eso decidimos no parar en el camino hasta llegar a la portada del Cortijo de Albarracinejo, que se encuentra pasado Benamahoma, en la última de las curvas del inicio de la subida al Puerto del Boyar, a la derecha de la carretera. Yo consideraba mejor subir por la cara sur, más suave, que además nos permitiría ver la pequeña necrópolis visigoda del Tesorillo, pero no era excesivo aliciente para algunos.
En la finca de la derecha hay una cabreriza con unas doscientas cabras de raza payoya. Se protegen del relente bajo un enorme árbol. El pastor está en la tarea del ordeño matinal y carga las cántaras de leche en una furgoneta.

Tras la cancilla, el camino enseguida empieza a ascender. Pasamos por el cortijo a donde fui una vez para que me regalaran una cría de perro de aguas o turco-andaluz; se encuentra en un rellano de la ladera de la montaña, a unos quince minutos de marcha desde el comienzo, y su estado es de ruina por el abandono (acabará cayendo al suelo).

Al lado de la casa nos acercamos a ver el pozo, de brocal grande.

Había un almendro alto y de tronco grueso que estaba cuajado de flores pero sin una hoja; es lo propio de los almendros en enero, aunque este año con cierto adelanto, por el poco frío del invierno que tenemos. Un poco más adelante nos cruzamos con las vacas que pastan en la finca ocupando el lugar de las cabras que había cuando yo estuve.

Son vacas berrendas, con un toro ensabanado capirotado.
Un poco más adelante la senda de ascenso se pierde y cada uno debe proseguir por donde pueda; la pendiente llega a ser muy pronunciada y durante un tramo cuesta trabajo subir.
A punto de llegar a la cumbre me fotografié con los dos compañeros del "Alvar Núñez", María Jesús y Manolo.

Al hacer cumbre la vista que desde allí se tiene compensa el esfuerzo realizado para subir. Se ven varios pueblos de la provincia: Benamahoma bajo los pies, El Bosque a tiro de piedra, Villamartín detrás del castillo de Matrera, Bornos, Benaocaz. Nos fijamos en el Cerro de Hortales, sobre cuya cima están las ruinas de Iptuci, en el pantano del Charco de los Hurones, en la zona de vegas, pero sobre todo en las montañas que nos rodeaban.

Teníamos de un solo golpe de vista a nuestro alrededor el Labradillo, la sierra de Zafalgar, la del Pinar,

la del Endrinal,

la del Navazo, la de la Silla... y más a lo lejos, mirando al sur, la del Aljibe, la de las Cabras y la de la Sal (o del Azahar). Estábamos a unos novecientos ochenta metros sobre el nivel del mar.

Posamos para la posteridad alrededor del vértice geodésico, que se encuentra en pésimo estado de conservación.

Me acordé de Ibáñez de Ibero y de su sistema de triangulación para catastrar; el primer vértice que puso fue el del Mulhacén. Se lo comenté a Ángel porque con él fui, en mi última salida montañera, precisamente al Mulhacén, donde se había matado quince días antes Salazar, el mejor montañero de Jerez y padre de una alumna del "Alvar Núñez".
Después de descansar lo suficiente fuimos, en cosa de veinte minutos, a la segunda cumbre, donde comimos.
La bajada la hicimos por el mismo sitio que la subida y debido a la fuerte pendiente en algunos tramos más de uno sufrió resbalones y caídas al suelo.
Nos paramos en el almendro cuajado de flores para echarle fotos; Miguel se aprovechó de la belleza de las ramas para hacer todo tipo de enfoques.

Recogí en la cámara la casa donde estaba la familia que me regaló la "Turquita".

Enfrente, a unos ciento cincuenta metros se halla el cobertizo donde estaba la cachorrita cuando llegué a buscarla hace años.

Más abajo nos paramos junto a una gran madroñera repleta de madroños rojos, ahora que es la época de ellos.

Los probamos; para algunos de los excursionistas era la primera vez que los comían.

Llegamos a los coches sobre las cuatro y media de la tarde. Un café con larga charla en una terraza de Benamohoma cerró la excursión antes de emprender la vuelta a Jerez, no sin parar en El Bosque para que algunos compraran queso serrano.
Nos citamos en la rotonda del Caballo de Troya para salir de Jerez a las nueve en punto. Todos habíamos desayunado en casa y por eso decidimos no parar en el camino hasta llegar a la portada del Cortijo de Albarracinejo, que se encuentra pasado Benamahoma, en la última de las curvas del inicio de la subida al Puerto del Boyar, a la derecha de la carretera. Yo consideraba mejor subir por la cara sur, más suave, que además nos permitiría ver la pequeña necrópolis visigoda del Tesorillo, pero no era excesivo aliciente para algunos.
En la finca de la derecha hay una cabreriza con unas doscientas cabras de raza payoya. Se protegen del relente bajo un enorme árbol. El pastor está en la tarea del ordeño matinal y carga las cántaras de leche en una furgoneta.

Tras la cancilla, el camino enseguida empieza a ascender. Pasamos por el cortijo a donde fui una vez para que me regalaran una cría de perro de aguas o turco-andaluz; se encuentra en un rellano de la ladera de la montaña, a unos quince minutos de marcha desde el comienzo, y su estado es de ruina por el abandono (acabará cayendo al suelo).

Al lado de la casa nos acercamos a ver el pozo, de brocal grande.

Había un almendro alto y de tronco grueso que estaba cuajado de flores pero sin una hoja; es lo propio de los almendros en enero, aunque este año con cierto adelanto, por el poco frío del invierno que tenemos. Un poco más adelante nos cruzamos con las vacas que pastan en la finca ocupando el lugar de las cabras que había cuando yo estuve.

Son vacas berrendas, con un toro ensabanado capirotado.
Un poco más adelante la senda de ascenso se pierde y cada uno debe proseguir por donde pueda; la pendiente llega a ser muy pronunciada y durante un tramo cuesta trabajo subir.
A punto de llegar a la cumbre me fotografié con los dos compañeros del "Alvar Núñez", María Jesús y Manolo.

Al hacer cumbre la vista que desde allí se tiene compensa el esfuerzo realizado para subir. Se ven varios pueblos de la provincia: Benamahoma bajo los pies, El Bosque a tiro de piedra, Villamartín detrás del castillo de Matrera, Bornos, Benaocaz. Nos fijamos en el Cerro de Hortales, sobre cuya cima están las ruinas de Iptuci, en el pantano del Charco de los Hurones, en la zona de vegas, pero sobre todo en las montañas que nos rodeaban.

Teníamos de un solo golpe de vista a nuestro alrededor el Labradillo, la sierra de Zafalgar, la del Pinar,

la del Endrinal,

la del Navazo, la de la Silla... y más a lo lejos, mirando al sur, la del Aljibe, la de las Cabras y la de la Sal (o del Azahar). Estábamos a unos novecientos ochenta metros sobre el nivel del mar.

Posamos para la posteridad alrededor del vértice geodésico, que se encuentra en pésimo estado de conservación.

Me acordé de Ibáñez de Ibero y de su sistema de triangulación para catastrar; el primer vértice que puso fue el del Mulhacén. Se lo comenté a Ángel porque con él fui, en mi última salida montañera, precisamente al Mulhacén, donde se había matado quince días antes Salazar, el mejor montañero de Jerez y padre de una alumna del "Alvar Núñez".
Después de descansar lo suficiente fuimos, en cosa de veinte minutos, a la segunda cumbre, donde comimos.
La bajada la hicimos por el mismo sitio que la subida y debido a la fuerte pendiente en algunos tramos más de uno sufrió resbalones y caídas al suelo.
Nos paramos en el almendro cuajado de flores para echarle fotos; Miguel se aprovechó de la belleza de las ramas para hacer todo tipo de enfoques.

Recogí en la cámara la casa donde estaba la familia que me regaló la "Turquita".

Enfrente, a unos ciento cincuenta metros se halla el cobertizo donde estaba la cachorrita cuando llegué a buscarla hace años.

Más abajo nos paramos junto a una gran madroñera repleta de madroños rojos, ahora que es la época de ellos.

Los probamos; para algunos de los excursionistas era la primera vez que los comían.

Llegamos a los coches sobre las cuatro y media de la tarde. Un café con larga charla en una terraza de Benamohoma cerró la excursión antes de emprender la vuelta a Jerez, no sin parar en El Bosque para que algunos compraran queso serrano.
jueves, 11 de enero de 2007
El mayor altar visigodo
Hace dos veranos fui de excursión a Santa Cruz de Paniagua (Cáceres) desde un pueblo próximo, en donde estaba veraneando unos días. En el trayecto pasé muy cerca de la Sierra de Dios Padre, que es una elevación aislada pero a la vez constituye una estribación de la Sierra de Gata, unidad más amplia dentro de la Cordillera Carpetovetónica.

Me paseé por el pueblo, subí a la inmediata ermita de Dios Padre, que está en un cerro con olivos que pudo haber sido perfectamente un castro prerromano. Se nota inmediatamente que es un lugar con potencia arqueológica; pueden encontrarse algunos restos de escorias, que nos traen remembranzas de las riqueza mineras que por la zona de la Sierra de Gata había desde la Prehistoria.
Hay que tener en cuenta que existen dos ermitas dedicadas de Dios Padre casi en el mismo sitio: una es ésta, a tiro de piedra de la plaza de Santa Cruz de Paniagua, y otra es la situada en la cumbre de la Sierra de Dios Padre. El motivo creo que es la falta de acuerdo entre los vecinos del pueblo y los de Villanueva de la Sierra, villa situada en el otro lado de la sierra; compartían durante siglos la ermita cumbreña hasta que se arruinó y, al encargarse recíprocamente la obligación de reconstrucción, los santacruceños optaron por rehabilitar una ermita inmediata, abandonada, para alojar una imagen nueva a la que dirigir sus romerías, renunciando a subir a lo alto de la sierra.
Volví a la plaza y quise entrar en la iglesia; como estaba cerrada pregunté a unos chavales por la casa del cura y me indicaron cuál era. Al llegar a ella, toqué el tiembre y mientras esperaba que me abrieran reparé en que estaba sobre un umbral un poco especial; me bajé de él y me di inmediatamente cuenta de que era una piedra de mámol. Cuál sería mi sorpresa cuando vi que tenía decoración por los bordes; me fijé con detenimiento y comprobé que eran motivos vegetales de estilo visigodo. No daba crédito a mis ojos. Además la piedra era un buen ejemplar y no estaba en malas condiciones. En esto salió una mujer que allí vivía y me dijo que en el pueblo no había cura; venía el de Ahigal a decir misa y ella estaba en esa casa de arriendo. Bueno, me volví hacia el coche y continué la excursión hacia otro pueblo próximo.
Me acerqué a la casa del cura y comprobé que ya habían quitado del umbral la piedra que buscaba.

Tal como está apoyada en la pared, se ve el lateral superior decorado, de esta forma:

En esa cinta hay alguna palmeta de gran perfección, como lo que está a la derecha de la flor cuatripétala:

Por abajo se ve, si nos inclinamos, el lateral inferior, decorado también:

El lateral izquierdo también está decorado:

En el centro de la decoración del lateral izquierdo aparece una flor cuatripétala:

Al despegar la piedra de la pared, se ve que el haz del altar tiene un receptáculo rectangular para acoger el ara:

En la cara frontal, más o menos en el centro, se ve una pequeña oquedad, resultado de algún golpe, posiblemente fortuito, dado con algún pico de hierro:

El borde inferior presenta erosiones recientes, resultado de las labores de despegue del sitio que ocupaba como umbral:

Asimismo, ese borde presenta dos muescas antiguas, producto de golpes en manipulación poco cuidadosa:


El altar visigodo de Córdoba, aunque está sobre un bello tenante decorado de 1 metro de alto, es más pequeño y carece de decoración.
Me paseé por el pueblo, subí a la inmediata ermita de Dios Padre, que está en un cerro con olivos que pudo haber sido perfectamente un castro prerromano. Se nota inmediatamente que es un lugar con potencia arqueológica; pueden encontrarse algunos restos de escorias, que nos traen remembranzas de las riqueza mineras que por la zona de la Sierra de Gata había desde la Prehistoria.
Hay que tener en cuenta que existen dos ermitas dedicadas de Dios Padre casi en el mismo sitio: una es ésta, a tiro de piedra de la plaza de Santa Cruz de Paniagua, y otra es la situada en la cumbre de la Sierra de Dios Padre. El motivo creo que es la falta de acuerdo entre los vecinos del pueblo y los de Villanueva de la Sierra, villa situada en el otro lado de la sierra; compartían durante siglos la ermita cumbreña hasta que se arruinó y, al encargarse recíprocamente la obligación de reconstrucción, los santacruceños optaron por rehabilitar una ermita inmediata, abandonada, para alojar una imagen nueva a la que dirigir sus romerías, renunciando a subir a lo alto de la sierra.
Volví a la plaza y quise entrar en la iglesia; como estaba cerrada pregunté a unos chavales por la casa del cura y me indicaron cuál era. Al llegar a ella, toqué el tiembre y mientras esperaba que me abrieran reparé en que estaba sobre un umbral un poco especial; me bajé de él y me di inmediatamente cuenta de que era una piedra de mámol. Cuál sería mi sorpresa cuando vi que tenía decoración por los bordes; me fijé con detenimiento y comprobé que eran motivos vegetales de estilo visigodo. No daba crédito a mis ojos. Además la piedra era un buen ejemplar y no estaba en malas condiciones. En esto salió una mujer que allí vivía y me dijo que en el pueblo no había cura; venía el de Ahigal a decir misa y ella estaba en esa casa de arriendo. Bueno, me volví hacia el coche y continué la excursión hacia otro pueblo próximo.
Me acerqué a la casa del cura y comprobé que ya habían quitado del umbral la piedra que buscaba.

Tal como está apoyada en la pared, se ve el lateral superior decorado, de esta forma:

En esa cinta hay alguna palmeta de gran perfección, como lo que está a la derecha de la flor cuatripétala:

Por abajo se ve, si nos inclinamos, el lateral inferior, decorado también:

El lateral izquierdo también está decorado:

En el centro de la decoración del lateral izquierdo aparece una flor cuatripétala:

Al despegar la piedra de la pared, se ve que el haz del altar tiene un receptáculo rectangular para acoger el ara:

En la cara frontal, más o menos en el centro, se ve una pequeña oquedad, resultado de algún golpe, posiblemente fortuito, dado con algún pico de hierro:

El borde inferior presenta erosiones recientes, resultado de las labores de despegue del sitio que ocupaba como umbral:

Asimismo, ese borde presenta dos muescas antiguas, producto de golpes en manipulación poco cuidadosa:


El altar visigodo de Córdoba, aunque está sobre un bello tenante decorado de 1 metro de alto, es más pequeño y carece de decoración.
